Con estas palabras, renunció a su cargo la joven primera ministra de Nueva Zelanda que se ha convertido en un ícono del feminismo y referente internacional. «Soy humana. Damos todo lo que podemos hasta que llega la hora. Y para mí llegó la hora», señaló.

Su dimisión se hará efectiva el 7 de febrero próximo, día en que dejará su cargo volviendo al Parlamento hasta completar su período luego de las elecciones generales del 14 de octubre. El viceprimer ministro, Grant Robertson, indicó que él tampoco se postulará al cargo por lo que la bancada laborista deberá escoger un nuevo líder en los próximos tres días.

Jacinda Ardern prometió una «positividad implacable» como primera ministra de Nueva Zelanda, su lema siempre fue “Sed amables. Sed fuertes”, pero al anunciar el jueves su inesperada renuncia admitió que la intensa exigencia del puesto terminó por desgastarla.

«Me voy porque con un trabajo tan privilegiado hay una gran responsabilidad, la responsabilidad de saber cuándo eres la persona indicada para liderar y cuándo no», sostuvo.

Su estilo ha sido directo pero muy amable, lo que la convirtió tras su temprana llegada al poder a los 37 años en un referente del progresismo y el feminismo en la política mundial.

Reconociendo que “no tiene energía” para otro mandato, abandona la política tras unos años de considerable desgaste y con el apoyo popular en declive.

Los laboristas pierden fuerza, según indican las últimas encuestas, al final de una legislatura marcada por la pandemia, la subida del costo de la vida y el comienzo de una posible recesión en 2023.

Aunque en octubre de 2020 consiguió revalidar su mandato y que el Partido Laborista gobernara en solitario, algo que ninguna formación había logrado desde la reforma electoral de 1996, la segunda legislatura parece haber pasado la factura a Ardern, de 42 años.

Durante su primer mandato, en junio de 2018, Ardern tuvo a su primera hija con su pareja, Clarke Gayford, lo que la convirtió en la segunda mandataria en dar a luz durante su gobierno tras la fallecida Benazir Bhutto (1953-2007), primera ministra de Pakistán.

Ardern trató de normalizar su rol como madre y líder con decisiones icónicas como llevar a la bebé a la Asamblea General de la ONU en Nueva York en 2018, imagen que dio la vuelta al mundo, siendo la primera vez que una dirigente lo hacía.

Más recientemente, durante la visita en noviembre de su par finlandesa, Sanna Marin, Ardern reaccionó con rapidez a la pregunta de si se reunían por “tener muchas cosas en común” inquiriendo si se habría preguntado lo mismo al expresidente de EE.UU. Barack Obama y al exlíder neozelandés John Key cuando se vieron en el pasado.

Aunque la respuesta del Gobierno de Ardern a la pandemia fue inicialmente aplaudida, limitando los contagios con una estricta política de control fronterizo y confinamientos, las draconianas medidas no fueron del gusto de todos.

Igualmente, el proceso de reapertura se vio salpicado de multitudinarias protestas contra las vacunas durante el pasado año.

Una crisis ante la que Ardern, a quien se ha criticado por intentar tapar las deficiencias de su Gobierno tras su carisma personal y elocuencia, recurrió en repetidas ocasiones a su lema de “Sed amables. Sed fuertes”.

Esa fortaleza no ha sido al parecer suficiente ante el desgaste que ha sufrido en su cargo, la desestructuración que va abriéndose paso en las diversas organizaciones, en la política y los gobiernos.