Estelas de la Memoria: un canto de fraternidad por encima del odio.  

La mayoría de los presos  escribe, con mayor o menor detalle, los crueles tormentos a los que fueron sometidos. El libro del doctor Hugo Behm es algo diferente. Pone énfasis en el sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que ayudan a superar las adversidades a que están expuestos. El autor destaca los lazos de compañerismo, que según afirma, no alcanza ningún momento fuera de la prisión.  Miguel Lawner

«A menudo se piensa que los Campos de Concentración son lugares de reclusión en donde la vida cotidiana está únicamente impregnada de inequidades, brutalidades, humillaciones y dolor. Por cierto así es, básicamente.

Quizás, sin embargo, lo que no se sabe es que ese proceso de opresión e indignidad genera y desarrolla – dialécticamente – un maravilloso sentimiento de solidaridad, de confraternidad y ayuda mutua entre los prisioneros políticos, que no solamente supera todos estos factores ambientales adversos, sino que pasa a constituir una excepcional lección de confraternidad y compañerismo, pues se da en un grado de pureza e intensidad que no alcanza ningún momento de la vida fuera de la prisión.

Voy a tratar ahora de recordar alguna de sus características.

Se inicia ya en el período más duro del sistema carcelario, que es la Casa del Terror, donde la tortura física y psicológica es diaria. Pero no voy a referirme a esa etapa que ha sido tratada y divulgada ampliamente por otras personas.

Cuando se termina esa etapa —que puede durar semanas o meses— uno es llevado a la Sección de Incomunicación llamada «Cuatro Álamos». (Las Secciones «Tres Álamos» y «Cuatro Álamos» están ubicadas en lo que parece fue una escuela-internado de unos religiosos).

Pues bien, «Cuatro Álamos» está constituido por pabellones que tienen 12 habitaciones y una más grande, la cual debe haber sido originalmente comedor o sala de clases.

Cada una de ellas está transformada en celda: una pieza pequeña que tiene una gran ventana con rejas y cuatro camastros instalados en dos camarotes. En cada celda pueden colocarse, según las necesidades, cuatro, seis, ocho, diez, doce o quince prisioneros. En la sala grande caben muchos más y hubo momentos, cuando el número de prisioneros en el Campo era muy alto, en que la sala 13 alcanzó a tener de 100 a 120 prisioneros.

Uno llega de la Casa de Terror aún con la vista vendada, no sabe dónde va, es recibido por las autoridades del campo, pero sigue vendado; el practicante lo revisa físicamente en forma rápida, seguramente para constatar señales de tortura y deslindar responsabilidades y finalmente llega a la celda en donde se le saca la venda.

Allí me encontré yo esa tarde, con esa pieza, con esa cama, con sus sucias frazadas, y sin embargo me pareció maravilloso el sitio a donde había venido a parar. Este es un fenómeno interesante de experimentar: en la Casa del Terror uno es privado de todo, absolutamente de todo y a veces de la vida misma. Se llega pues a un nivel de existencia mínima, en que lo único importante es sobrevivir: se duerme en las sillas o tirado en el suelo; se es continuamente insultado día y noche y discontinuamente torturado; en general, tratado como un animal con el fin de quebrarlo psicológicamente.

Así que llegar de pronto a un sitio donde se va a tener una comida caliente; donde se va a poder dormir en una cama, aunque las frazadas estén inmundas; donde se le quita la venda de la vista y el mundo vuelve a ser un mundo poblado de imágenes y las voces vuelven a tener caras; donde se puede mirar a través de la ventana; ¡ver el sol de nuevo, aunque exista una pared a cinco metros de distancia, suena a maravilla! De pronto estas pequeñas cosas intranscendentes en la vida cotidiana adquirían relieve fundamental en la reacción de cada uno de los que llegaban allí. Era decir constantemente: ¡pero esto es formidable!, ¡esto es fantástico!»

Hugo Behm

Médico chileno, estuvo preso en Chile hace 50 años, luego salió a Costa Rica, falleció allí en 2011.