Segunda Guerra Fría o Guerra Fría 2.0 no son títulos de una película de ficción (aún) sino términos utilizados por analistas sin mayor imaginación que insisten en que la historia se repite, como paralelismo a la Guerra Fría entre 1945 y 1991, lo que se interpreta como un conflicto político, ideológico, informativo, social y militar en el siglo XXI, que daría término al lapso entre 1991 y estos días.

La Guerra Fría fue un enfrentamiento político, económico, social, ideológico, militar y también informativo, que comenzó al término de la Segunda Guerra Mundial entre los bloques occidental (capitalista) y oriental (socialista), liderados por Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la extinta URSS) respectivamente.

Hoy hablan de una vuelta a la geopolítica posterior a 1945, pero frente a aquel conflicto frío e imaginario, las guerras actuales son más difíciles de contener y tienen implicancias para toda la humanidad. Es una coincidencia que Mijaíl Gorbachov, el mandatario ruso que perdió la Unión Soviética y la primera guerra fría, haya muerto en momentos en que se comenzó la “campaña” por una segunda guerra fría

Según algunos, se está dando tanto en la política internacional como en la económica con una lucha feroz sobre el dólar, con el objetivo de impedir que China alcance un nivel predominante en el mundo. Como consecuencia de ello, Estados Unidos está desarrollando esta nueva guerra fría con la finalidad de ganar fuerzas y de afianzar en torno suyo los máximos aliados posibles.

Otros, como Umberto Mazzei, señalan que en la segunda guerra fría la única política inteligente para la economía de Europa es integrarse con Rusia y abandonar su vasallaje de Estados Unidos, es cuestión de afrontar una realidad geográfica. Es inevitable que las economías más grandes de Europa se independicen de los dictados de Bruselas, donde la Comisión Europea sólo repite los dictados de Washington.

Pero insisten en volver al pasado, quizá intentando maquillar el presente y sobre todo el futuro. El contexto de la pandemia de la Covid-19 creó las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar las mentalidades, costumbres y valores de nuestras sociedades.

Un nueva marco que impulsó nuevos deseos, hábitos y valores, pero, sobre todo, impuso el modo de producción de la economía digital, de plataformas, infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen. Un nuevo modelo de negocios que devino| en un nuevo y poderoso tipo de compañía, que se enfoca en la extracción y uso de un tipo particular de materia prima: los datos. Y eso trasciende los bloques dibujados.

Un poco de historia

Se llamó Guerra Fría al periodo entre el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y la caída de la Unión Soviética en 1991 que dividió al mundo en el bloque occidental capitalista, liderado por Estados Unidos, y el oriental comunista, encabezado por la Unión Soviética. Tuvo su momento de crispación durante la Crisis de los Misiles (Cuba, 1962), que dio lugar a la instalación del “teléfono rojo” entre Washington y Moscú.

Entre ambas superpotencias existía una tensión permanente, escalada por la carrera armamentista y el desarrollo de armas nucleares. Como temían destruirse, nunca llegaron a una guerra directa, pero sus enfrentamientos provocaron conflictos locales.

La llegada de John Kennedy a la Casa Blanca inaugura el período más dinámico de la diplomacia estadounidense, sembrado de fracasos, el más humillante de los cuales es, sin duda, el fiasco del desembarco en la cubana bahía de Cochinos (Playa Girón) y también éxitos como lo es el resultado de la crisis de los misiles en Cuba.

Tomado globalmente, este periodo conduce a la aparente supremacía mundial de 1963, a la que sigue la caída espectacular y el desgarramiento de la sociedad estadounidense a propósito de la guerra de Vietnam.

Yendo un poco más atrás, hace más de tres cuartos de siglo desde que el primer ministro británico Winston Churchill, con su discurso en Missouri, y el embajador estadounidense en Moscú, George Kennan, con el «largo telegrama» de Moscú, lanzaron oficialmente la primera Guerra Fría en 1946.

Sus causas eran la caída el Telón de Acero –o Cortina de Hierro-, frontera política, ideológica, y  también física, entre la Europa Occidental y Europa Oriental, tras la Segunda Guerra Mundial, que había caído desde Stettin, en el Báltico hasta Trieste, en el Adriático.

Detrás de la caída languidecían tantas capitales y el expansionismo ideológico y soviético, ante el cual los estadounidenses habían reaccionado con una estrategia de contención económica (el Plan Marshall como vector del modelo de producción capitalista), militar (la OTAN) y cultural (la propia noción de Occidente, en la que se sintetizan los rasgos diferenciales de dos civilizaciones: democracia y tiranía).

Hoy, el mayor conflicto es entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y Rusia, que ahora los medios hegemónicos presentan como una reanudación de la Guerra Fría. Para algunos más jóvenes, es un “remake” del conflicto (de los años 1960) entre «el mundo libre y democrático occidental», representado por la OTAN y «el (hoy fantasmagórico) mundo comunista». Para ello es necesario asumir que el gobierno de Vladmir Putin es una   continuación del régimen soviético comunista anterior.

Esta interpretación del régimen ruso como comunista queda reforzada por la alianza existente entre Rusia y China, país gobernado por el mayor Partido Comunista existente hoy en el mundo. Lo que Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN intenta con ello es ver esta cercanía, como una alianza de sistemas económicos supuestamente opuestos al modelo económico dominante en el mundo liberal. Todo en nombre de la sacrosanta democracia del “mundo libre”, que tantos millones de víctimas esconde.

El papel de los medios para imponer imaginarios colectivos ha sido inmenso, en lo que los comunicólogos llaman guerra de cuarta y quinta generación. Por ejemplo, Elon Musk, el nuevo propietario del sistema Twitter, autopromocionado como gran defensor de la libertad de prensa y de la democracia, ha definido el comunismo como «la mayor maldición sobre la humanidad que hay que exterminar».

Este conflicto entre dos sistemas ideológicos supuestamente opuestos, los buenos contra los malos como en Corea, Vietnam, Iraq, Afganistán, es el que está teniendo un impacto devastador para la mayoría de la población mundial, pues las medidas económicas que se están tomando por ambos contendientes están creando una enorme crisis económica y social que afecta la salud, la calidad de vida y el bienestar de las clases populares no de Ucrania ni de Europa, sino de todos los países del mundo.

Finalmente, Washington y Berlín hicieron oficial ayer el envío a Ucrania de sus tanques más poderosos, los Abrams y Leopard II, lo que lleva el conflicto a un nuevo nivel de confrontación, al mismo tiempo que Rusia minimizó su importancia sobre el terreno. Esta nueva estampida armamentista, con la transferencia de blindados cobra un cariz más inquietante tanto porque se pasa de ayudar en la defensa de Ucrania a dotarlo de capacidades innegablemente ofensivas.

Lo que es evidente es que la OTAN y sus aliados no tienen interés alguno en la paz, sino en atizar la guerra y escalar su letalidad, sin consideración alguna por las vidas humanas ni por las repercusiones globales del conflicto en el este europeo.

Además de los intereses geopolíticos y el afán de lucro de los fabricantes de armas, hay que observar el papel de los medios de comunicación hegemónicos. Si el canciller alemán, Olaf Scholz, propenso a adoptar posturas equilibradas, cedió a enviar tanques pesados al frente de batalla fue en buena medida por la presión mediática, usada por las oligarquías en el mundo para someter gobiernos.

Ya Julian Assange aseguró en 2011 que casi todas las guerras del medio siglo anterior se iniciaron a causa de las mentiras de los medios, como la invasión a Irak en 2003, justificada por televisoras, emisoras radiofónicas y prensa escrita con el bulo de las inexistentes armas de destrucción masiva. Hoy es perseguido por revelar verdades.

Esta manipulación mediática tiene fines mercantilistas, pero también se debe al puro amarillismo, así como a designios ideológicos de gobiernos y corporaciones privadas, y hoy, en elñ casio de Ucrania, llega a extremos deplorables al azuzar la violencia, exagerar, forzar lecturas sistemáticamente parciales de la realidad, siempre omitiendo la información histórica y contextual que podría explicar las razones y los antecedentes que llevaron a la situación actual.

Los otros conflictos de Ucrania

Los ucranianos –por otra parte- suman otros conflictos que no solo afectan al desarrollo bélico, sino que pasan inadvertidos ante la escasa visibilidad que le dan los medios hegemónicos , como el latente conflicto cultural y de  identidad nacional entre el sector de la población de habla ucraniana, que controla el Estado desde hace ocho años cuando comenzó la pérdida de poder del sector de habla rusa, acentuado por la guerra que facilitó esa transferencia.

Otro conflicto, silenciado en los medios de información occidentales, es el de clases sociales que aparece en la aplicación de las políticas públicas del gobierno ucraniano  (neoliberal, manipulado por el mundo empresarial) como la desregulación del mercado laboral, la reducción de los derechos laborales y privatización de la Seguridad Social, que conllevó la minimización de los derechos sociales.

Las medidas impopulares no fueron causadas por la guerra, sino que fueron propuestas por el gobierno antes del inicio de la conflagración, pero aprobadas durante la guerra y justificadas por el gobierno de Volodymyr Zelenskyy como imprescindibles para atraer a los inversores extranjeros a fin de conseguir la recuperación económica.

Una causa de estos silencios mediáticos es que tal guerra está configurada y determinada por un conflicto mayor y más amplio que determina qué es lo más o menos visible de lo que ocurre en Ucrania y en el mundo, señala Vincenc Navarro..

Otra medida tan neoliberal como impopular, fue permitir la propiedad extranjera de la tierra ucraniana supuestamente para atraer empresas agrícolas no ucranianas a invertir y, a la postre, controlar sectores agrícolas del país. La propuesta fue del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial como condición para permitir la renegociación del pago de la deuda externa del país.

La guerra facilitó que se aprobaran tales medidas impopulares que benefician a unos sectores empresariales aliados al gobierno de Zelenskyy a costa de los sectores populares, carne de cañón en el conflicto bélico.

La crisis económica causada tanto por la guerra a Ucrania como por la neo II Guerra Fría están contribuyendo a la deslegitimación del sistema político económico, que ya estaba ocurriendo antes de que se estableciera la Guerra Caliente en Ucrania y la Guerra Fría a nivel mundial. Ambos conflictos reforzaron el poder de los grupos dirigentes a los dos lados. La desastrosa retirada de Afganistán por parte del presidente Joe Biden se ha olvidado y hasta se acepta su liderazgo por parte de los gobiernos de la OTAN.

Mientras, las centroizquierdas y socialdemocracias gobernantes en Europa siguen perdiendo credibilidad tras aplicar medidas neoliberales que dañaron a las clases populares. Hoy son satélites de las políticas lideradas por la administración Biden, en el contexto de que el creciente enfado frente al establishment liberal es canalizado por la extrema derecha neofascista y neonazista a los dos lados del Atlántico Norte.

En Estados Unidos el trumpismo ha continuado expandiéndose y adquiriendo más y más poder, contando con el apoyo de grupos mediáticos poderosos a nivel occidental, como Twitter y la cadena Fox. Mientras, intelectuales, dirigentes y periodistas republicanos han expresado sus simpatías por Putin y viceversa, y la televisión pública rusa ha expresado su apoyo al trumpismo.

Y a nivel internacional, uno de los ideólogos republicanos y de la ultraderecha, Steve Bannon, explícitamente apoyó el intento de golpe militar de Jair Bolsonaro, mientras, Putin ha mostrado sus simpatías hacia el trumpismo, siendo este apoyo explícito por parte la televisión pública rusa..

Toda la evidencia muestra que la calidad de vida y bienestar de las poblaciones y la mera supervivencia de la humanidad exigen cambios radicales, estableciéndose modelos económico alternativos que eviten la enorme concentración de la propiedad de los recursos por individuos y grupos que caracterizan el modelo económico liberal que está configurando la vida económica y determinando las instituciones políticas del mundo.

 

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