SERIE DE RELATOS

 

 

Dentro de mi filosofía como feminista he luchado por construir, mantener y conservar la sororidad femenina. Esa forma de sostenernos y arroparnos entre mujeres, de apoyarnos en nuestro mundo social, pero también de ir co-construyendo el pensamiento y forma de estar en el territorio que nos vio nacer y donde deseamos permanecer; porque es bien sabido que en la cosmovisión del mundo, la epistemología de las mujeres quedo fuera de dicha construcción.

 Es así que, en mi forma de pensamiento y de habitar el territorio las mujeres siempre han estado presente en mis formas situadas de participación y de acción, así como en la toma de decisiones. Por tanto, Houston no era la excepción para seguir pensando y co-habitando con las mujeres todos los haceres y saberes, porque de entrada la ontología femenina siempre ha estado presente.

 Sin embargo, caminar junto, para y por con las mujeres nunca había sido tan complicado como lo fue en Houston. Este caso, que yo lo llamo como caso situado, es porque quizás, sí la historia la hubiera contado otra persona que ha habitado estas tierras, el trascender de la cotidianidad e interacción social parecería muy alejado de mi propia realidad. Sin embargo, ahora me interesa contar la dificultad que existe entre hacer de la teoría sorora un acto real y revolucionario.

 Como les había comentado, hacer de la sororidad un hecho real fue uno de los planteamientos y metodologías más complicadas, debido a que cuando se piensa que las mujeres son las que siempre van a tender una mano amiga a otra mujer, es porque al mismo tiempo el pensamiento se entreteje en un romanticismo de la interacción femenina, y no siempre es y debe ser así.

 En este sentido, mi estancia en Houston sirvió para dar cuenta que las mujeres que habitan dicho territorio han ensamblado una forma de ser mujer; una cultura femenina que sincretiza todas las diversas formas de mujeres latinoamericanas en constante interacción con una política para dignificar a la mujer en Estados Unidos (derechos humanos, derechos como mujeres, como madres, como residentes y como migrantes).

 En este contexto, las mujeres en Estados Unidos ostentan un poder que en México y en otros países latinoamericanos no poseen, incluyendo el derecho a una vida libre de violencias, por ende, la mujer es protegida por el Estado Norteamericano frente a una amenaza de violencia intrafamiliar, es decir, la violencia que pueda ejercer un hombre sobre una mujer es severamente castigado por el Estado.

Esta realidad hace que las mujeres se sientan protegidas, empero también crea un dominio del poder de las mujeres sobre los hombres, aunque hay sus excepciones.

 En este tenor, la mayor parte de las mujeres que conocí hacen un uso privilegiado del poder que el Estado y la reapropiación cultural les permite, y en este orden, se escucha decir entre los pobladores de Houston que “son las mujeres las que mandan”. Al principio, me parecía un tanto irrisorio mencionar y escuchar tal dicho, porque aunque se dice que las mujeres mandan, ¡seguramente no es así! _pensaba_.

 Sin embargo, debo afirmar dolorosamente que fueron las mujeres las que nos pusieron las piedras en el camino. No obstante, para poder entender la lógica de construcción de este texto y afirmación, previamente debo explicarles el contexto de la actividad laboral que desarrollaba en Houston.  

 Una de las tareas que desempeñaba junto con una amiga, era hacer el reclamo de los techos de las casas frente a las compañías de seguros, esto debido a que Houston es un territorio amenazado por múltiples tormentas, por ende, las casas y específicamente los techos suelen ser afectados constantemente. Así, nuestra función era visitar las casas dañadas, explicarles a los propietarios de las casas el proceso de reclamo y reemplazo del techo.

 A simple vista el trabajo parece muy sencillo, desde un sentido figurado, sin embargo, me atrevo nuevamente a señalar que las mujeres se convirtieron en el principal obstáculo para desarrollar adecuadamente dicho proceso, debido a que la mayoría de las mujeres mostraban una misoginia desarrollada con el paso de los años, la cual nos traspasaba emocional y productivamente. Es decir, ellas se mostraban plenamente escépticas y con poca o escasa escucha por el solo hecho de ser mujeres las que les ofrecían dicha información.

 En este sentido, muchas mujeres nos corrieron de las casas porque consideraban que nosotras como mujeres diversas e independientes solo queríamos conquistar a sus parejas; otras más, permitieron de entrada que se hiciera el reclamo, no obstante, al cierre del proyecto no pudimos concluir porque ellas les prohibían a sus esposos que continuaran con el reclamo, debido específicamente a los celos que ellas fervientemente sentían y desarrollaban durante todo ese trayecto.

 Puedo seguir contando cada uno de los casos en los que vimos truncado nuestro trabajo debido a los celos interiorizados y normalizados de las mujeres, y no sólo eso, sino a las grandes pérdidas económicas y desgastes físicos y emocionales que tuvimos. Porque al principio, nosotras siempre pensábamos en la reciprocidad, en apoyar a las familias y principalmente a las mujeres para que pudieran tener un techo nuevo, sin embargo, el co-cuidado nunca lo vimos remunerado de parte de las mujeres a quienes les brindamos la ayuda y el cuidado.

 En esta línea, ser sorora no sólo era un concepto abstracto, sino también un hecho egoico y de ajuste de cuentas. Por tanto, hacer de la sororidad un camino significó un re-encantamiento del mundo femenino, una reconfiguración de la empatía y una reflexión sobre el patriarcado que han instaurado las mujeres que viven en Estados Unidos. Y muchas de las respuestas halladas, subyacen en el hecho de la segmentación y pérdida de la comadreada, de los círculos de mujeres, de las amistades femeninas que te acuerpan, de esas puestas en común entre mujeres, de ese hacer femenino que habita los espacios y territorios.

 Así, este espacio de Estados Unidos parecía estar cargado por la monotonía, por el pensamiento capitalista que solo nos ocupa el razonamiento para producir, por el patriarcado que constantemente mantiene a las mujeres dividas y separadas y por la misoginia interiorizada que constantemente compara a las mujeres entre sí para valorar la carga femenina en cada una de ellas.

 Frente a estas situaciones encarnadas y vividas en un entorno ajeno al nuestro, solo nos quedaba recuperar y reforzar la sororidad entre nosotras. En esta lógica, las personas ajenas a nuestro circulo de amistad, reinventaban nuevos imaginarios y precedentes de ser mujer en un país capitalista, porque no era sencillo ver que dos mujeres le apostarán más a la amistad que a la ganancia económica, que la lealtad se opusiera a la traición por conveniencia, que dichas amigas pudieran realizar tareas fuera de los trabajos imaginados y recreados para las mujeres en Estados Unidos y, sobre todo, que ambas mujeres ostentaran títulos académicos que les permitiera ser independientes y autónomas.

 Desde esta perspectiva, la pregunta espontánea surgía entre las personas que nos rodeaban, porque no era posible explicar que muchas de las tareas y acciones que realizamos, las hicimos con el objetivo principal de apoyar más que con el objetivo de obtener ganancias millonarias, pues muchas de las personas eran mujeres adultas mayores, con discapacidad, con precarizaciones económicas y laborales, por tanto, el acercamiento siempre fue más de apoyo que de ganancia.

SERIE: UNA ANTICAPITALISTA VIVIENDO EN LA CUNA DEL CAPITALISMO Capítulo 5