Por Jorge Pardés

A las 9:20 de la mañana del día 20 de noviembre, en la ciudad de La Plata, partió hacia otro espacio y otro tiempo Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.
Hebe fue una mujer, que como muchas otras, salieron a buscar, desesperadamente, a sus hijos desaparecidos.
Eso fue en el marco de la dictadura mas feroz que vivió nuestro país, en la que el Estado con un gobierno de facto torturaba, asesinaba y desaparecía a jóvenes y trabajadores por pensar diferente.
Esas mujeres desde una ingenuidad incipiente creían poder incidir en que el gobierno las ayudara a encontrar a sus hijos. Así nació, y con ese fin, el 30 de abril de 1977 la primera reunión de estas mujeres en la Plaza de Mayo con el deseo de llamar la atención del dictador Videla, para que las ayudara.
Comenzaron a marchar porque debido al Estado de sitio, la policía no les permitía estar reunidas en la plaza y machete en mano les indicaba que circulen.
En una entrevista con la prensa internacional, un año después, ya sin ingenuidad alguna, relacionando fechas de cumpleaños de nietitos y anécdotas de cambios de días, -que los viernes no, porque era el día de brujas, que el sábado no había nadie en la Plaza y no las verían- pudieron definir la fecha de la primera marcha de las “Locas de la Plaza” que este jueves 17 de noviembre pasado llegaron a las 2327.
Hebe no estuvo, pero sí lo hizo el jueves 10 en el que con voz potente y mensaje claro –más allá del deterioro físico que se podía observar- se dirigió a unos centenares de personas que cada jueves marchan alrededor de la Pirámide de Mayo evocando la epopeya de 45 años de lucha por Memoria Verdad y Justicia.
Pidió con fuerza una “pueblada” contra la Corte Suprema de Justicia a quienes consideró comprometidos con perdonar asesinos. “No sólo perdonan a los que quisieron matar a Cristina. Vienen perdonando desde antes, a los asesinos de nuestras hijas e hijos”. Pidió apoyo para la vicepresidenta y alertó acerca de que el miedo es la peor cárcel.
Fue su último mensaje público. Volvió a la plaza después de un tiempo de convalecencia con el evidente propósito de dejar este mensaje, como si supiera que sería el último. Como si supiera que debía resonar fuerte su voz porque no volvería a ser escuchada en forma directa, en otra Marcha de los jueves.
Aquel 30 de abril de 1977 estaba naciendo, sin que ellas lo supieran, un colectivo que se conoce como Madres de Plaza de Mayo, pilar fundamental de la lucha del pueblo argentino por la recuperación de la democracia y por una concepción que a nuestro modo de ver cambió la historia de este pueblo y fue modelo de transformación de las luchas sociales en la dirección de la no violencia. La inclaudicable búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia.
Otro hecho trascendente fue la decisión adoptada de la socialización de la maternidad. Esas madres, esas mujeres que nunca dejaron de buscar a sus hijos desaparecidos y de reclamar aparición con vida, se definieron como madres de los 30000 y transformaron la lucha por la aparición de sus propios hijos, en la lucha por la aparición de todos. Aparición con vida, como reza la leyenda de sus míticos pañuelos blancos.
Así nació el movimiento social en el que se convirtieron esas mujeres desesperadas que salieron de sus cocinas y por más de 45 años nunca dejaron de reclamar Memoria, Verdad y Justicia.
Las marchas de la resistencia fueron la concreción de la potencia de lucha de las Madres de Plaza de Mayo. Esas marchas que se hicieron desde tiempos de la dictadura fueron levantadas cuando llegó Néstor Kirchner al gobierno y durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, “porque el enemigo ya no estaba en la Casa Rosada”
El mismo día de la asunción de Mauricio Macri se reestablecieron como forma de lucha, nuevamente, las marchas de la resistencia -impidiendo que el recién asumido presidente atravesara caminando la Plaza de Mayo como lo hacían históricamente los presidentes-. Las Madres se instalaron en la Plaza y no lo dejaron pasar. Poco tiempo después se autodefinirían como una organización política, no solo como un organismo de derechos humanos.
Esa es Hebe, es una de las Madres que siempre se concibieron como un colectivo y se convirtieron en un faro para millones. Son un grito de rebeldía, son la determinación contra el absurdo, son la transformación del dolor por la pérdida de sus hijos, en amor a su pueblo.
Hoy comienza la leyenda, comienza a aparecer el mito y el próximo jueves, miles, seguirán marchando por Memoria Verdad y Justicia como cada jueves desde hace 2328 jueves. Aunque no pueda escucharse, su voz resonará en el corazón de todes.
Me permito cerrar este intento de obituario, este testimonio, con una anécdota personal que muestra la fortaleza y la ternura de esta mujer que hoy despedimos.
Tuve el privilegio de ser el productor de su programa en Radio Caput por tres años. Estuve muy cerca de Hebe, todo lo cerca que se podía estar de su enormidad y su simbólica humanidad durante los últimos seis años.
Siempre me retaba en público y me acariciaba el alma en privado. Creo que la divertía retarme porque yo siempre le contestaba algo, y le gustaba la irreverencia.
Tuve la oportunidad de escuchar sus historias, para escribir un capítulo del libro que coordinó Luis Zarranz: El mundo es un pañuelo, y de pescarle en las acentuaciones, con claridad, qué es lo que quería que se contara, cuáles eran los mensajes que esas epopeyas de las Madres debían quedar para ser recordadas. Con ella todo era lúdico y profundo. Siempre elocuente, clara, mostrando el camino.
Un miércoles como cada miércoles bajé a buscarla para acompañarla al cuarto piso de la radio a hacer su programa. En el trayecto del ascensor me dio una indicación llamándome por mi nombre. Hebe no solía acordarse los nombres de todos los que la rodeábamos, así que dejé de lado la indicación y le dije: “¡Hebe. Me llamaste por mi nombre!” Fue justo cuando el ascensor llegaba al cuarto piso y Sofi, su asistenta, abría la puerta.
Me puso una mano en el pecho y me dijo con una ternura inconmensurable y con esos ojos azules que me miraban profundo: ¡Cómo no me voy a acordar de tu nombre si es el nombre de mi hijo! Su hijo mayor desaparecido se llamaba Jorge. Ella avanzó resuelta, como si nada hubiera sucedido. Yo quedé pegado a la pared del ascensor por varios minutos y nunca podré olvidar la correntada de amor que me regaló aquella mañana.

¡Te voy a extrañar mucho Hebe querida! Buen viaje. Paz en el corazón y Luz en el entendimiento.