A pesar de que el izquierdismo de la mayoría gobernante va en un descenso de malos resultados objetivos para el bienestar del país, el poder sigue atrayendo a sectores de la Concertación. El Gobierno recibe, en pocos meses, el mayor desprecio popular que se conoce en los 32 años post Dictadura; Chile será el único país sin crecimiento en América Latina en 2023; las cifras en inseguridad y delincuencia son alarmantes; y las torpezas son casi diarias.

Mi interés no es reiterar aquí los fracasos de este izquierdismo inmaduro, sino interpelar a nuestra otra izquierda, la que no enraiza su historia  en la soberbia del identitarismo ni en el maximalismo. Al país no le sirve la pseudo izquierda que, en la Convención Constituyente, terminó arrastrando al Presidente Boric y se farreó el anhelo de cambios; redujeron el 80% que quería una nueva constitución al menguado 38% que votó apruebo. Un simbólico 4 de septiembre rechazó, con voto popular, el ultraizquierdismo de la propuesta de la CC dándole una paliza a la arrogancia.

Sin embargo, el paisaje político sigue conduciéndose camino al precipicio económico social. ¿Qué hacemos desde la izquierda para detener el camino del daño a Chile de esta conducción política?

Suena geométricamente fácil decir que bastaría caminar por el medio para no caer al precipicio por el otro borde de la derechización o del ultraizquierdismo pero, siguiendo a Bobbio, sostengo que nuestra estrella polar es la igualdad y no la neutralidad. La historia de progreso social que llena las páginas de la izquierda chilena desde los intentos de Bilbao, Santiago Arcos en el siglo XIX, el liderazgo reformador de Recabarren, el Frente Popular del 38, Allende y la Concertación desde 1990, son una espalda de acuerdos para el  progreso social. Tenemos una experiencia que obliga a recuperar el rumbo de conducción del diálogo abierto, amplio, sin caer en uno u otro lado del precipicio político, ni por la derecha ni por el izquierdismo infantil gobernante  que pinta el panorama político como un dilema sí o sí.

Solo la recomposición del espíritu y la práctica de una izquierda, amplia, que dialoga y acuerda con el centro, con política de masas, permitirá salir de los dos peligros políticos que aparecen como ofertas de poder en la vitrina política.

Pero algo aletarga la acción de quienes tenemos responsabilidad para recuperar la Centro Izquierda. Hay mezclas de oportunismo gubernamental con un poco de complejo treintañista de quienes en estas filas, todavía no ven que una de las lecciones, aún no estudiadas, del resultado del plebiscito es que el 62% no tuvo vergüenza de votar rechazo y la más humilde base popular no se acomplejó cuando le decían que votar rechazo era legitimar los años de la Concertación y  repetir ese camino. Quizás lo añoraba. El pueblo no se amilanó cuando nos decían que los que votábamos rechazo seríamos adoradores de la constitución de Pinochet.

Pero ese orgullo por las conquistas sociales de los últimos 30 años, por la ampliación de las libertades, la disminución de la pobreza y el crecimiento, parecemos no tenerlo los que hemos tenido cargos dirigentes y continuamos en los partidos de la centro izquierda. Parecemos movernos asustados, como no lo estuvimos cuando en Dictadura daba miedo. Parecemos paralizados con miedo a que las sirenas del ultraizquierdismo o las que cantan desde la derecha nos estrellen contra las rocas; no asumimos la sabiduría de de saber dialogar, fijar el timón y taparnos los oídos a los cantos que nos tiran a uno u otro precipicio. La izquierda con alianzas de centro, debe marcar el rumbo con convicción y asumir las tareas de conversación, debate, liderazgo y acuerdos que hemos sabido hacer en tiempos más difíciles.