En esta tercera entrega Lourdes Zapata, después de varios años, recorre su memoria para relatar la desaparición y búsqueda se su hijo Ricardo. Además ella ha empezado a perdonarse por la ausencia del «flaco» para poder seguir su camino.

No fue mi culpa, pero tu ausencia me duele

“¡Me hubiera gustado abrazarlo una vez más!”. Lourdes del Socorro Zapata dice eso mientras da puntadas a uno de los bolsos que hace con las demás Madres de la Candelaria para vender en la feria artesanal en el Parque Berrio los fines de semana.

Toma un vaso de gaseosa y dice: “yo traje unas fotos de mi hijo Ricardo desaparecido en 2007 por unos encapuchados. Espere ya se las muestro”. Se levanta de una mesa blanca plástica de al menos 12 puestos, dispuesta en medio de la oficina de la Asociación para el taller de costura y camina hacia la parte de atrás, saca su bolso entre los demás que están encima de las sillas, lo abre y coge las fotos. Luego las trae consigo a la mesa.

Es lunes 16 de marzo de 2020, son las 10:30 de la mañana y hace bastante calor. Lourdes toma de nuevo asiento en una de las sillas plásticas que hacen juego con la mesa, pone las fotografías sobre esta y dice: “Ricardo de Jesús era mi tercer hijo de cinco que tuve, él era callado y tenía unos cuantos amigos”.

En 2006 Lourdes había iniciado una pequeña arepería en su casa, ubicada en el barrio Sucre, parte alta de Boston, en la ciudad de Medellín. Tres de sus cinco hijos Ricardo, Viviana y Davinson le ayudaban en sus momentos libres, pues Viviana de 17 años asistía al colegio, mientras Davison de 19 años trabajaba en oficios varios y, Ricardo de 21 años, había empezado a asistir a la Institución Educativa Ciudad Bosco, un colegio para adultos. Sus otras dos hijas Ángela María, quien vivía cerca de Lourdes, se dedicaba a las labores del hogar y a cuidar a sus dos hijos y, Marisol, desde hacía más de tres años vivía en Putumayo con su pareja.

En varias ocasiones durante ese año, Ricardo, un joven de tez trigueña, delgado, ojos color café, cabello rizado y castaño claro, de escasas cejas, a quien sus amigos lo apodaban “el flaco” o “pantera”, caminaba regularmente junto a su amigo Carlos para comprar el maíz en la Placita de Flórez, en el centro de la ciudad. Sin embargo, en una ocasión, Lourdes le pidió a su hijo que fuera comprar el maíz a la Minorista porque su precio era menor del que pagaban semanalmente. Así, “el flaco” se fue con Carlos esta vez a comprar el insumo para

las arepas. Ese día, al salir de la plaza de mercado, ubicada camino al norte de Medellín y a las afueras del centro, una camioneta negra estaba llevándose a los jóvenes. El hijo de Lourdes y su amigo lograron evadirse del lugar y llegar hasta su casa. Cuando ambos jóvenes le contaron lo sucedido, ella no les prestó atención y siguió preparando las arepas.

Los granos de maíz

Terminó el 2006 y la arepería de Lourdes no tenía ventas significativas, pero esto cambió el primer semestre de 2007, cuando los mellizos del barrio, como llamaban a un par de hermanos de 19 años que trabajaban en la vigilancia y albañilería, ganaron la confianza de Lourdes. Ellos empezaron ayudarle a conseguir contratos en tiendas del barrio para vender sus arepas y la convencieron de pedir un préstamo en Actuar Famiempresas, con el fin de comprar más implementos para la arepería y construir una habitación en la parte trasera de la casa.

Después de recibir el préstamo, los mellizos acusaron a Ricardo de haberles robado un celular; No obstante, ese día Ricardo estuvo trabajando con Lourdes, por lo que ella les dijo a los mellizos: “el flaco no ha soltado las arepas hoy, porque no hace una llamada a su celular y miramos dónde está y quién lo tiene”. Cuando empezó a sonar el dispositivo móvil lo tenía uno de los mellizos y, desde ese momento, Lourdes empezó a sospechar de ellos. Por ello, ya no les pedía que fueran a comprar el maíz, sino que ella misma lo hacía. Así se dio cuenta que ellos no habían pagado los bultos de maíz hacía tres meses. En cambio, se habían gastado el dinero que ella les había dado y debía pagar una deuda de más de 200 mil pesos en la Placita de Flórez. Lourdes para, suspira y dice: “yo creí que esos muchachos eran buenos y mire cómo me pagaron”. Pero eso no fue todo y, agrega, “allí empezó mi calvario”.

A inicios del mes de marzo de 2007, Ricardo llegó un sábado hacia las seis de la tarde con golpes en la cara, en el cuerpo y le sangraba la nariz. Al verlo, “yo supuse que se había peleado con alguien del barrio o habían intentado robarlo”, recuerda. Después de insistirle esa noche para que le contara, él dijo: “mamá a mí no me gusta andar de sapo por ahí. Solo le voy a decir que los mellizos que tanto le colaboran no son lo que usted piensa”.

Transcurrieron tres días, en los que Lourdes del Socorro intentó averiguar qué había pasado entre los mellizos y Ricardo, hasta que Ángela María Zapata, la segunda hija de Lourdes y quien ya no vivía con ella, fue a su casa y le contó que en el barrio decían que los mellizos habían golpeado a Ricardo porque él no había querido robar una tienda y los amenazó con denunciarlos tras haber asesinado a un muchacho a golpes en un lugar conocido como el hueco, en el barrio Sucre.

Ante este hecho, Lourdes no volvió a recibir a los mellizos en su casa y le pidió a Ricardo que no saliera por un tiempo. “Él estuvo en casa durante una semana, pero el encierro le pudo”, dice Lourdes. Al cabo de una semana, “el flaco” ya estaba nuevamente compartiendo con Carlos, su amigo de la infancia a quien apodaban “gomelina”. Todo parecía que había vuelto a la normalidad. Lourdes seguía en la arepería, Ricardo había vuelto al instituto para adultos y los mellizos no habían vuelto acercarse a la casa de ella.

No obstante, el viernes 20 de abril de 2007, Ricardo no había ido en la tarde a la casa a ayudarle a Lourdes para hacer arepas como era la costumbre, ni tampoco llegó en la noche. Ese día ella no pudo dormir. Por eso desde las cuatro de la mañana del día siguiente, Lourdes estaba sentada en una silla en la cocina, impaciente y esperando que “el flaco” llegara. El reloj marcó las seis, las siete, las ocho de la mañana y el flaco no llegó. “Estaba desesperada, tantas horas y no sabía nada de él. Yo pensaba lo peor”, rememora.

Hacia la ocho y media de la mañana tocaron a la puerta. Lourdes se levantó muy rápido de la silla y fue abrir, era “el flaco”. Él tenía heridas superficiales de arma blanca en sus brazos, la ropa la tenía sucia, le sangraba la ceja derecha y tenía un morado en el ojo derecho. Ella asustada, le pidió que se sentara en la silla que estaba en la cocina, mientras le pasaba la mitad de una papa para que él se la pusiera en el ojo. Luego, ella le limpió la sangre que salía por su ceja.

Lourdes del Socorro recuerda que tras preguntarle qué le había pasado, él le respondió: “Ma, usted ya sabe lo que pasó, lo mismo de la vez pasada. Ellos no me van a dejar en paz hasta que yo no me pierda del barrio”. Por lo que ella le pidió que se quedara, pues no tenía otra parte a donde ir. El aceptó quedarse, pero a los tres días se encontró con los mellizos entrando al barrio, lo cogieron y nuevamente lo golpearon, además lo amenazaron a él y a sus hermanos Davinson y Viviana para que dejaran el barrio.

Lourdes desconcertada veía como esa noche sus hijos pensaban en dejar la casa para salvar su vida. Al siguiente día, 25 de abril de 2007, ella se levantó muy temprano y decidió ir a buscar a los mellizos para hablar con ellos. Al encontrarlos a la salida de una tienda tomándose una gaseosa, ella se les acercó y les dijo: “oigan muchachos, ustedes por qué amenazan a mis hijos, si yo les abrí las puertas de mi casa, les di confianza y ustedes me pagan golpeando a Ricardo, amenazando a mis hijos y llevándose la plata que les di para comprar los bultos de maíz”. Lourdes recuerda su respuesta: “mire vieja, no sea tan metida, que si sus hijos no se van, nos los llevamos puestos y a usted también si no se calla”. Lourdes se devolvió asustada para la casa, pues los mellizos tenían fama de cumplir lo que decían.

Al llegar a la casa, sus hijos le dijeron que en la siguiente semana ellos se irían, y así lo hicieron cuatro días después. Viviana y Ricardo fueron a la casa de la abuela materna, María Ofelia Zapata Correa, una mujer de 68 años con la entereza de un roble que vivía en el barrio Robledo. Ambos jóvenes dejaron el estudio; mientras que Davinson arrendó una habitación en el barrio Prado Centro.

 

El viaje

Lourdes se quedó en casa sola con la arepería, pero los mellizos empezaron a frecuentarla para pedirle dinero a cambio de cada uno de los contratos que le habían ayudado a conseguir. Ella al principio aceptó; aunque al incrementar esta suma cada semana y no tener los recursos para dárselos, decidió empacar sus cosas después de cerrar la arepería el 20 de mayo a las ocho de la noche. Salió a las cuatro de la mañana para la terminal de buses, rumbo a Putumayo, donde vivía su hija mayor Marisol Zapata.

Lourdes dejó su casa con los cerrojos puestos, y se fue esperando que, cuando regresara, todo se hubiera calmado para seguir con la arepería y sus hijos vivieran con ella nuevamente. A pesar de ello, estaba muy lejos de imaginar lo que acontecería en los siguientes meses de ese 2007.

En Putumayo tuvo varias discusiones con Marisol, lo que la llevó a pensar en retornar a Medellín. A pesar de no estar decidida, la noticia de la muerte de su hermano Alberto la llevó a regresar a la ciudad el 25 de junio de 2007 para asistir al entierro.

Cuando regresó a su casa había un letrero en el terreno que decía que estaba en venta, esta había sido saqueada, su ropa no estaba, los utensilios que usaba para trabajar en la arepería habían sido sustraídos y el material de construcción que había comprado para la habitación había sido vendido. “Una señora cerca a la casa tenía la puerta, otra la ventana con un bulto de cemento y no había prácticamente nada en la casa” dice Lourdes. Después de que ella averiguó con los vecinos qué había pasado en su casa durante su ausencia, supo que los mellizos habían entrado, se llevaron sus cosas y las vendieron. “Me dejaron sin con qué trabajar”, agrega.

 

Un esfuerzo en vano  

Después de organizar su casa y guardar la poca ropa que traía consigo de Putumayo, Lourdes cogió un bus que la llevaría a Robledo a casa de su madre. Al llegar la saludó y le preguntó por sus hijos Viviana y Ricardo, a lo que ella le respondió: “Viviana hace diez días se fue para Bogotá a buscar empleo y Ricardo intentó conseguir empleo, pero no consiguió nada. Por ello estaba vendiendo confites en los buses y en la calle; aunque decía que eso no le daba. Y como no quiso escuchar razones para buscar trabajo en construcción, empezó a vender vicio en la calle y se fue de la casa”.

Lourdes detiene el relato, se despide de sus compañeras de taller en la Asociación. Luego, atiende una llamada telefónica. Al volver, pide seguir el relato en la terraza de la oficina, que da hacia el Pasaje de la Bastilla. Lleva consigo las fotos, un documento, un vaso de agua, un pañuelo desechable y la silla en la que estaba sentada.

Se sienta y dice: “esa noticia me dejó sin aliento. Yo había luchado mucho por mis hijos, no les pude dar grandes cosas, pero yo esperaba que Ricardo terminara el colegio para que buscara un empleo en algo bueno. Yo con las arepas podía darles comida y ya teníamos la casa”. Los ojos negros de Lourdes se tornan llorosos y sus lágrimas empiezan a rodar por sus mejillas.

Después de secar sus lágrimas y respirar profundo, ella decide continuar. Antes de despedirse de su madre aquel día le pidió algo: “si Ricardo la llama, dígale yo lo estoy buscando”, pues en su casa no había teléfono fijo ni tenía celular. Lourdes regresó a su casa y comenzó a vender nuevamente arepas. A uno de los mellizos lo asesinaron, al parecer, por disputas con algunos reinsertados de las Autodefensas.

Pasaron los meses de julio y agosto sin que Ricardo llamara a su abuela María Ofelia. A principios de septiembre de 2007, Lourdes soñó que Ricardo iba caminando por la calle, un carro paraba junto a él, unos hombres se bajaron y lo subieron al vehículo, al tiempo que su hijo gritaba pidiendo ayuda. Esa noche ella se levantó asustada y, a la mañana siguiente, antes de empezar a vender arepas, fue hasta la casa de su mamá y le preguntó si sabía algo de Ricardo, a lo que ella le contestó que no.

Lourdes ese día volvió y empezó a moler el maíz para las arepas cuando tocaron la puerta, era Mariana, una sobrina suya, que venía a darle un mensaje: “Ricardo llamó a la abuela, está detenido en la Alpujarra por vender marihuana. Él pide el favor de bajarle una coquita con comida, porque desde ayer no ha comido nada”. Lourdes para ese momento no había preparado nada de comer, así que le pidió a Mariana que le dijera a la abuela, si ella le podía llevarle algo de comer a Ricardo.

María Ofelia en efecto le empacó y le bajó la comida a Ricardo hasta la Alpujarra. Sin embargo, cuando llegó, vio que a Ricardo le habían levantado los cargos y se estaba acomodando la bota de la sudadera gris clara. Además, recuerda Ofelia que su nieto llevaba unos tenis grises claros marca Nike, un buzo claro y una camiseta azul oscura. “Al verme Ricardo se emocionó, me saludó de beso en la mejilla y me abrazó”, rememora María Ofelia. Después ella le dijo que se comiera en ese momento lo que le había llevado, pero Ricardo le contestó: “no, mejor me llevo la coquita con la comida y me la como después, porque ahora me están esperando unos parceros”. Así que se despidió de su abuela con un beso en la mejilla.

Aquel día, María Ofelia nunca se imaginó que ella sería la última persona de la familia que lo vería. Ella se devolvió a su casa y, en cuanto pudo, su nieta Mariana fue hasta la casa de Lourdes y le contó lo que había sucedido ese día.

Lourdes trabajó la siguiente semana en la arepería, cada vez tenía menos ventas, pero se negaba a cerrarla, pues pensaba que en cualquier momento volvería a darle buenos ingresos. En los días posteriores se encontró a Carlos, el amigo de Ricardo en el barrio. Él era un joven trabajador y ambicioso que le gustaba el dinero. Carlos le preguntó a Lourdes si sabía de Ricardo, a lo que ella le contestó que no sabía de él y le preguntó si tenía alguna información del “flaco”; Carlos le dijo que había estado en el centro de Medellín y, en un parque, había encontrado a un chatarrero a quien le había preguntado por Ricardo y le dijo que hacía unos días una camioneta negra había parado donde él se encontraba y se lo había llevado.

“Yo me quedé sin palabras cuando él me dijo eso. No le creí porque era un cuento muy rebuscado” menciona Lourdes. Entonces, ella le preguntó en qué parque del centro de Medellín, cómo era el chatarrero, para ir a buscarlo y hablar con él; no obstante, Carlos no supo darle una respuesta y solo le dijo que ya no se acordaba.

Lourdes al cabo de los días recordó que ella había soñado algo parecido a lo que le relató Carlos, así que decidió ir a buscar al amigo de su hijo, pero él había conseguido un empleo en Pereira y hace dos días se había ido.

 

La espera

Pasaron dos años en los que Lourdes esperó tener noticias de Ricardo, pero fue en vano. Durante este tiempo, ella recorrió el centro de Medellín y los barrios aledaños, estuvo en los hospitales, creyó verlo en contadas ocasiones como persona en situación de calle, fue a Medicina Legal, a los comedores y albergues de Medellín para personas en situación de calle y, a pesar de ello, no lo encontró.

En febrero de 2009, Lourdes interpuso la denuncia de la desaparición de su hijo Ricardo de Jesús Zapata. El 13 de febrero de ese año, ella llegó a Madres de la Candelaria, por la invitación de Ana Ligia, una vecina que vivía un poco más hacia la montaña que ella. Ana Ligia, una mujer a quien le desaparecieron a su único hijo, pasaba a visitar a Lourdes una vez a la semana desde que ella quedó sola. “Lourdes, aunque parecía fuerte, la desaparición de Ricardo era su debilidad», comenta Ana Ligia.

Por esta razón, Ana Ligia le decía cuando la veía llorando: “¡deje esa lloradera! Venga vamos para Madres de la Candelaria que allá le buscan a su hijo” y ella le contestaba: “¿me buscan a mi hijo? Si yo no he sido capaz de encontrarlo que es mi hijo; ¿lo va a encontrar otra persona que no es nada de él? A esto su vecina le respondía: “no pierda las esperanzas, no pierda la fé”.

Ese 13 de febrero de 2009, Lourdes se decidió y acompañó a Ana Ligia a la oficina de Madres de la Candelaria. Ella llevaba las fotos, la denuncia ante la Fiscalía por la desaparición de Ricardo, una fotocopia de su cédula y el registro civil, como le había dicho Ana Ligia. Al llegar, la recibió Teresita Gaviria, la directora. “En ese momento no pude ni hablar y me puse a llorar. Teresita me abrazó, recibió los papeles que llevaba y se puso a llorar conmigo” recuerda Lourdes.

En ese momento, vuelven a rodar las lágrimas por sus mejillas, ella sonríe y dice “yo sentí después de dos años que me podía desahogar y lloré hasta más no poder”. Luego, Teresita le ofreció agua aromática y la recibió en su oficina. Allí le preguntó cómo había desaparecido Ricardo de Jesús, abrió una carpeta con su expediente y le indicó que a la semana siguiente Anita de Dios Zapata la acompañaría a poner la denuncia ante la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo, además le tomarían una muestra de su ADN.

El lunes siguiente, 16 de febrero, Lourdes del Socorro Zapata, llegó a las 8 de la mañana a la Asociación Madres de la Candelaria para encontrarse con Anita e ir para hacer las denuncias. Desde ese momento, Lourdes hace parte de la Asociación y asiste a los talleres de costura, huertas sostenibles, reconciliación y perdón. Además, es una de las madres que no falta a los plantones, a las conferencias o seminarios que les otorgan otras entidades. Para ella estar en Madres de la Candelaria “es estar en casa, yo aquí he encontrado tranquilidad y a una familia que ha estado pendiente de mí”.

Él es mi hijo

En marzo de 2013, dos jóvenes investigadores de la Fiscalía se contactaron con Lourdes a través de Madres de la Candelaria. Ellos viajaron hasta Medellín para entrevistarla, pues al parecer tenían una pista de su hijo. Ella recuerda: “me preguntaron de todo. Ellos traían consigo la historia clínica de Ricardo que estaba en el Hospital Pablo Tobón Uribe. Además, estuvimos como dos horas hablando”. Al finalizar cotejaron las características físicas que Lourdes les había dado de su hijo con unos restos que encontraron en La Unión, Antioquia, e hicieron un retrato hablado que era muy parecido al “flaco”, recuerda Lourdes.

Ella toma el documento en sus manos, el que los investigadores le dieron de los restos que encontraron y lo lee en voz alta:

      Los restos son de un joven que portaba camiseta azul oscura con letras rojas Nike; un pantalón de sudadera color gris con líneas al costado color negro; tenis color gris marca Nike. Rasgos físicos: edad aproximadamente entre 17 y 22 años, raza mestiza, cabello ondulado negro, cejas escasas pobladas, ojos color café, nariz chata de base ancha, labios gruesos; y presenta una cicatriz de cirugía por laparotomía abdominal en el lado izquierdo.

Al terminar de leer, no puede contener el llanto por unos minutos y dice: “no es fácil, han pasado muchos años, pero uno nunca se recupera de esto, solo trata de aprender a vivir con el dolor”.

Los investigadores al conocer la historia que le relató Carlos a Lourdes acerca de la desaparición de su hijo y el lugar donde fueron hallados los restos que se asemejaban a las descripción física hallado Ricardo, le dijeron a Lourdes del Socorro que su hijo probablemente había sido un falso positivo, dado que por esa época hubo masivas desapariciones de jóvenes que fueron dados por guerrilleros caídos en combate. Por ello, ambos funcionarios de la Fiscalía viajaron a Pereira, donde se encontraba Carlos, para tomar su declaración sobre lo sucedió a Ricardo. Luego, la llamaron y le dijeron que el miércoles de esa semana se comunicarían con ella para comentarle cuál era el siguiente paso en el proceso, ya que habían conseguido el permiso ante el ente judicial para trasladar los restos de Ricardo a Medellín y hacerle la prueba de ADN.

El miércoles pasó y ellos no se comunicaron con Lourdes, así que ella en múltiples ocasiones fue a la Fiscalía para averiguar sobre el caso de su hijo y, en agosto de 2014, le indicaron que el Fiscal 32 tenía el caso de su hijo, pero que el ADN de los restos no coincidía con el suyo. Por esta razón, el Fiscal encargado le preguntó si existía la posibilidad que le hubieran cambiado al bebé en el hospital después del nacimiento y ella le respondió que no era posible porque Ricardo de Jesús Zapata nació en casa.

El proceso estuvo quieto hasta 2018, cuando en una de las múltiples visitas de Lourdes a la Fiscalía para averiguar el caso de su hijo, el nuevo Fiscal encargado del caso le dijo que en los papeles aparecía que los restos ya le habían sido entregados a la familia. Ante esta

respuesta, ella recuerda que le dijo: “a mí no me han entregado a mi hijo Ricardo. No puede decirme eso porque no es cierto. Ustedes deben tener los restos de él”. Lourdes interrumpe el relato y agrega en medio de sollozos: “es que es mi hijo, no de ellos, por eso no entienden el dolor que siento. Yo solo quiero que me entreguen a mi hijo y me digan qué le pasó”.

Lourdes, hoy ya no tiene la arepería, ahora cría gallinas y vende huevos. También aprendió a crear una huerta sostenible y a coser en los talleres que le ofrecen en Madres de la Candelaria. Todavía el caso de su hijo no ha sido resuelto, pero espera que sea pronto. Ella cree que Carlos, el amigo de Ricardo, pudo haberlo vendido como falso positivo, porque en ese momento ofrecían 200 mil pesos por cada joven que fuera señalado.

Finalmente, después de más de diez años ha empezado a dejar de culparse por la desaparición de Ricardo, pues la psicóloga de Madres de la Candelaria le ha mostrado que era imposible prever la desaparición del “flaco”.

 

 

 

 

 

Esta crónica hace parte del trabajado de grado de Aldana, S. (2020). Mis ojos aún te buscan en la penumbra. Historias de desaparición forzada de la Asociación Madres de la Candelaria (Trabajo de grado. Universidad de Antioquia). Bibliotecadigital.udea.edu.co