El ajuste de gabinete que acaba de implementar el presidente Gabriel Boric se constituyó en una de las ceremonias más bochornosas que tenga memoria nuestra institucionalidad. La falta de prolijidad de algunos de sus colaboradores, llevó al Jefe de Estado a nombrar por apenas 40 minutos a un ministro del Partido Comunista para luego destituirlo y hacer esperar al país más de una hora y media para conocer a sus nuevos ministros, así como enterarse de quienes serían desplazados de sus cargos antes de cumplir los seis meses.

Tal parece que en los asesores del mandatario omitieron lo que actualmente es en todas partes una regla antes de designar a una nueva autoridad política, esto es revisar su historial de twitter y comprobar que en este caso registraba mensajes seriamente ofensivos contra la policía uniformada. Ello ciertamente debía inhabilitarlo para asumir, entre otras, las delicadas funciones de seguridad y coordinación de las entidades encargadas del orden público. Por lo mismo, el recién nombrado  provocó la inmediata reacción de la derecha opositora, la que advirtió sin tapujos al Gobierno que no aceptaría siquiera el ingreso a las cámaras legislativas a un secretario de estado como él.

El incidente, por supuesto, dejó muy irritado al PC y algunos de sus miembros lamentaron la actitud de un Presidente de la República de nombrar a alguien para removerlo enseguida, cediendo a la exigencia opositora. En una evidente muestra de debilidad pero también  de que el anticomunismo sigue muy vigente en la política chilena.  Uno de los indignados comunistas incluso se atrevió a señalar que si en el futuro el Ejecutivo renunciaba a sus reformas más importantes, este partido podría “pasarse a la vereda de enfrente”.

Con ello se consumaba el primer desacuerdo serio entre los sectores oficialistas, a lo que en el día siguiente se sumó la molestia de Revolución Democrática y de la propia agrupación de Boric al comprobar que en reemplazo de militantes suyos se nombraba en las carteras de Interior y de la Presidencia a dos integrantes del Partido Socialista. Esto es, a dos mujeres vinculadas a la Concertación Democrática y de la Nueva Mayoría, hasta hace poco coaliciones gubernamentales altamente cuestionadas por los partidos y movimientos de la izquierda  que  cimentaron el triunfo electoral de Boric.

Lo que le quedó claro a todo el mundo es que el Mandatario dió un viraje hacia el centro político a riesgo de que se le desintegre la unidad de ese gran número de colectividades que hasta ahora confiaban en la posibilidad de que la nueva Administración lleve a cabo los grandes cambios demandados por el país.  La decepción de estos sectores se agudiza con la tenaz postura de los principales partidos de derecha, deseosos de profundizar la crisis oficialista y, sobre todo, conjurar la posibilidad de que el Parlamento le dé curso a los proyectos de ley de La Moneda en materia tributaria, previsional, de salud y otros. En medio de su oposición al nombrado y destituido ministro, dirigentes de La UDI, Renovación Nacional y Evópoli le recordaron pública e insolentemente al Gobierno que el oficialismo era minoría en ambas cámaras legislativas…

Todo esto ocurrió a horas de la contundente votación en contra del texto constitucional sometido a plebiscito, en una victoria electoral que sin duda no es solo de la derecha, sino de vastos sectores renuentes a aprobar una Carta Magna tildada de maximalista, extremista y disonante con la historia constitucional de nuestro país. Más de 20 puntos porcentuales separaron al Rechazo del Apruebo, en un resultado que también se interpreta como un masivo repudio a la gestión gubernamental. Toda vez que el propio Boric comprometiera intensamente su apoyo a la versión derrotada.

Lo innegable ahora es que de la última semana ha salido muy debilitado el Gobierno, al mismo tiempo que se teme que la Derecha incumpla con su compromiso de apoyar la convocatoria a una nueva Convención Constitucional,  la que en su segunda versión cuente con menos integrantes y, en menor tiempo, pueda proponerle a Chile una nueva Carta Magna.

En los comentarios de prensa, las redes sociales, como en la propia calle se concuerda en que nadie quisiera estar en los zapatos de Gabriel Boric. Para algunos parece inminente el próximo desarme de la coalición política gobernante, así como para otros es innegable que desde la Derecha ya se alienta un proceso de conspiración, especialmente si el Gobierno se propone dar realmente cumplimiento al Programa. Tal es así que desembozadamente un parlamentario proclamó que la coalición derechista Chile Vamos debía ser asumida como la “defensora de los Carabineros de Chile” ¿y de todos los uniformados?, con lo que también se teme que el Ejecutivo pueda enfrentar muchos tropiezos a la hora de implementar la reforma de las cuestionadas policías.

En todo caso el Presidente debe estar consciente que en política operan respecto de los cargos públicos más las fuerzas centrípetas que las centrífugas. Sobre todo si se considera que en Chile los llamados “servidores públicos” reciben estipendios todavía más altos que los de los países ricos.

Lo que es claro, más allá de todo análisis o vaticinio, es que el equipo de Gobierno, con el propio Presidente a la cabeza, ha demostrado vacilaciones graves e inexperiencia en estos y otros eventos. Lo que habría llevado al Jefe de Estado a destituir a Izquia Siches, una ministra cercana y de su propia generación, para terminar con entregarle la cartera de Interior a Carolina Tohá, a quien se supone más avezada y  empática al centro político como a la propia derecha. Lo que quedara, por lo demás,  tan explicitado en el beneplácito otorgado a ella y a su camarada Ana Lía Iriarte, la nueva titular del ministerio encargado de relacionarse con el Poder Legislativo.  Ambas acogidas entre vítores y aplausos en su primer encuentro con los parlamentarios.

También es muy lamentable que se haya reinaugurado la política cupular, con una estridencia tal que se están quedando en el tintero aquellos asuntos que le interesan mucho más al pueblo, abatido por una crisis económica desatada, una inflación galopante y el severo deterioro del poder adquisitivo. Ciertamente, la necesidad de una “nueva y buena Constitución” es algo importante, pero nunca tanto como la urgente solución a los problemas de seguridad y narcotráfico, por ejemplo.

No deja de ser sorprendente que, al mismo tiempo que transcurrían los nuevos nombramientos en La Moneda, los estudiantes extremaron su protesta a pocos pasos de la sede gubernamental. Mientras que en la Araucanía sigue rampante la confrontación de los rebeldes mapuches con el Estado.  Lo que también desalienta el apoyo al Gobierno de buena parte de la izquierda y de las organizaciones de Derechos Humanos. Además de la derecha, por supuesto, que quisiera que las autoridades extremen la represión en la zona.