Por Marisol Rodríguez Pérez e Ivette Vallejo Real*

Según el Instituto de Investigaciones Económicas de la PUCE para 2021 de las personas que se encuentran bajo la línea de pobreza, el 78.6% son indígenas, seguido de las montuvias con 59,55% y afroecuatorianas con 39,5%, en tanto que mestizas-blancas llegan al 31,5%. Así mismo, en situación de extrema pobreza para el referido año el 59,9% de las personas indigentes son indígenas, 28,7% montuvias y el 18,9% afroecuatorianas, siendo el 1,9% mestizas-blancas; lo que revela inequidades estructurales en que poblaciones racializadas, son precisamente aquellas que se encuentran en situaciones precarias, en términos de clase social.

Las desigualdades contrastan entre campo y ciudad; deviniendo aquellos sectores productivos del campo, ligados a la agricultura familiar y campesina aquellos más relegados de la política pública. El Paro Nacional, convocado por el movimiento indígena a través de las organizaciones como la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras (FENOCIN) y el Consejo de Pueblos y Organizaciones Indígenas Evangélicos del Ecuador (FEINE), que duró dieciocho días del 13 al 30 de junio de 2022 y al que plegaron distintas organizaciones de trabajadores, estudiantes, colectivos ecologistas y feministas, entre otros y que planteó un pliego de 10 demandas al gobierno de Lasso, reveló descontento con respecto no solo a los altos precios de los combustibles y la canasta básica familiar, sino también crisis del sistema de salud pública y educativa; además de un cuestionamiento al modelo de desarrollo extractivo petrolero y minero cuyos impactos diferenciales pesan mayormente sobre las poblaciones en la ruralidad. Éstas se veían mayormente amenazadas por los Decretos  Ejecutivo No. 95 y No. 151, que profundizaban y expandían las dinámicas extractivas en sus territorios, afectando sus medios de vida y condiciones ambientales.

En conjunto los pueblos movilizados demandaban atención y cumplimiento de derechos colectivos (territoriales, identitarios, en justicia indígena, educación intercultural bilingüe, consulta previa libre e informada, entre otros) que les son reconocidos en la Constitución (Art. 57), en un país que, si bien se reconoce como plurinacional e intercultural desde el 2008, está lejos de serlo. Además de la ausencia de una voluntad política por parte de los funcionarios estatales de apuntalar la plurinacionalidad en la política pública y en la configuración de la vida democrática, subsisten estructuras racistas en el relacionamiento interétnico societal. Se continúa así tratando a poblaciones indígenas principalmente, como si fueran ciudadanos de segunda categoría.

La exclusión a los pueblos indígenas, a montuvios y al pueblo afroecuatoriano se ha mantenido 530 años y pervive, pese al actual encuadre constitucional. Esto lo revelan el trato descalificador por parte del presidente Guillermo Lasso (Creo) y otros personeros del Estado, a las organizaciones indígenas y sus representantes; así como en los epítetos y calificativos racistas que emergieron contra las poblaciones indígenas en medios de comunicación convencionales y en las expresiones de ciertos grupos de la élite blanco-mestiza de ciudades del país, difundidas en redes sociales. en la coyuntura del Paro Nacional; una cuestión que analizamos en este artículo.

El encuadre estructural

Desde un recuento histórico, la violencia racista se ha manifestado desde el nombre que se dio al continente donde vivían los pueblos originarios de estas tierras, llamadas hoy América. Y es que el racismo se fundamenta en la diferencia entre los pueblos invadidos y quienes los conquistaron (Quijano 2014). Esta diferencia minimiza y subordina al “otro” haciéndolo ver como no válido, inadecuado, inferior y/o subdesarrollado. Es así que no se dio importancia a los epónimos de los pueblos de Abya Yala, como llamaron los pueblos kuna a este continente. Este y otros nombres fueron desechados y los nuevos territorios se empezaron a denominar cómo los invasores quisieron por ejemplo: San Salvador a Guanahaní, la primera isla donde desembarcó Colón.

Esta forma de nombrar lo que los pueblos indígenas denominaban de otra manera es expresión de colonialidad y racismo, como lo es degradar los nombres que para los pueblos son importantes, por ejemplo, runa quiere decir ser humano, pero en Ecuador este vocablo en el habla coloquial significa, algo de mala calidad, algo degradado, así mismo longo se refiere a un adolescente o joven, pero en Ecuador esta palabra se usa como despectivo que degrada a la persona a quien se lo dice.

Otra forma de racismo es desconocer la especificidad cultural, la historia propia y los problemas de los pueblos indígenas. La mayoría de “gente de bien” aquella acomodada que vive en las ciudades, que no se entera que hay un Ecuador profundo, que conoce más Miami, Las Vegas, Madrid, Roma, Londres o Tierra Santa, que la selva o el páramo que tienen a pocos kilómetros, cree que solo ella es gente, que solo ella vale la pena, que solo ella tiene derechos.

El racismo en el paro nacional

Las élites de clases media y alta en el Ecuador sacaron su peor perfil en el reciente Paro de junio. Les molestó que poblaciones campesinas dejen el páramo, que los indígenas amazónicos se trasladen desde la selva y que mujeres y hombres de pueblos indígenas de Costa, Sierra y Amazonía se movilicen hacia la capital, Quito. Les parecía una afrenta que lleguen a gritarle al gobierno su pobreza, que pidan que de la renta petrolera que afecta sus territorios, sus tierras, el agua, el aire, se financie la educación y la salud. La clase media se rasgó las vestiduras porque algunos manifestantes/as rayaron las paredes, usaron los adoquines como barreras para detener el ataque policial. Se decía “los indios destruyeron la ciudad” porque faltan por ahí algunas señales de tránsito, porque se quemaron llantas para disminuir el brutal ataque de las bombas lacrimógenas a los cuerpos de las y los manifestantes.

Fue sintomático que el gobierno de Lasso callara frente a las cinco muertes civiles, pero emitiera un comunicado de reconocimiento para el militar muerto en Orellana. Las clases medias también callan insensiblemente cuando las empresas petroleras, mineras, madereras y la agroindustria despedaza la selva, contamina los territorios indígenas y campesinos donde la gente bebe de los ríos, riachuelos y pogyos o vertientes. Acogen el modelo extractivo desarrollista, del que conciben beneficios “privilegio blanco”, desconsiderando los impactos ambientales y sociales, que no visualizan y que no les toca en su territorio inmediato. El humo cancerígeno de los mecheros que contamina a las poblaciones del norte amazónico, los ríos contaminados como el Coca con el derrame petrolero del 2020, los peces con malformaciones en el norte de Esmeraldas por minería ilegal; los paisajes transformados en la zona de Intag y qué decir en la Cordillera del Cóndor, por la megaminería metálica. Todo ello está distante de la preocupación de las élites de ciudades como Quito y Guayaquil.

En el contexto de las movilizaciones, la población mestiza de la élite citadina repetía aquello que los medios de comunicación (Ecuavisa, Teleamazonas, TC televisión, Gamavisión y radios convencionales) enunciaban, que los indígenas son “manipulados”, “utilizados”, “que no saben ni por qué protestan”, “que son multados si no salen”; desconociendo las decisiones asamblearias, el funcionamiento de las estructuras organizativas y la agencialidad indígena. Otro tanto aupaba el gobierno central y lo sigue haciendo a días después de los acuerdos que dieron por terminado el Paro Nacional, al plantear que había recursos del correísmo o incluso del narcotráfico financiando las movilizaciones. Con ello desconociendo el apoyo comunitario de los barrios populares y medios, de las comunas del Distrito Metropolitano de Quito, de las madres Lauritas, y de otros sectores de la sociedad civil, estudiantes y profesores de las Universidades (UPS Salesiana, Universidad Central del Ecuador) que se tornaron zonas de paz y acogida, y otras que se solidarizaron sintiéndose incluidos en las reivindicaciones que las y los manifestantes hacían para la amplia mayoría del país.

El gobierno de Guillermo Lasso (Creo), el alcalde Santiago Guarderas (ex PSC) del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ), los medios de comunicación convencionales y que responden a una élite económico-política en el país crearon un “enemigo interno”, Leonidas Iza, o los/as indígenas en general, utilizando apelativos en que se los representaba como “vándalos”, “terroristas”, que se agolpaban para destruir Quito. Tan es así que el alcalde del DMQ, alentaba al presidente a mantener el estado de excepción en la ciudad por más tiempo.

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El racismo estructural oculta el pasado precolonial de Quito, su tianguez de la plaza de San Francisco, los culuncos que articulaban pasos hacia la Costa y Amazonía y el cómo se forjaron las construcciones coloniales de la ciudad utilizando piedras de factura inca y preincaica. Ignoran lo que poblaciones de las comunas aledañas al DMQ expresaron durante los días del paro “estamos aquí, siempre hemos estado. No nos hemos ido”; enfatizando que Quito también es indígena.

Las expresiones racistas que se observaron durante el paro incluyeron comentarios de trolls, mensajes ofensivos en redes sociales que desacreditaban al movimiento indígena y sus representantes; hasta acciones violentas por parte de civiles el 20 de junio, quienes, en carros de alta gama, dispararon y buscaron atropellar a miembros de comunidades indígenas que ingresaban a Quito por la Ruta Viva.

Sucesos como éste fueron ilustrados por la caricaturista Vilma Traca, aludiendo al racismo y xenofobia existente.

Entre varios de los epítetos racistas, a través de redes sociales, el del ex asambleísta Fernanda Balda, destaca por instigar al odio. Su violencia racista, alienta a arremeter contra las y los manifestantes indígenas en Quito.

“#ATENCIÓN quiteños Leonidas Iza viene a destruir Quito otra vez. PROPONGO: 1) Hagamos un centro de acopio de bastes de béisbol y todo tipo de objetos contundentes. 2) Organicemos unos 300000 hombres para repelerlos como merecen. Es la única forma de que no vuelvan a joder …. Estos indios HPtas son los racistas, no nosotros: ellos son los que viven 530 años en resistencia, discriminan a los que no somos de “sangre pura”. Y somos nosotros los que los hemos aguantado 530 años: piojosos, apestosos a grajo y encima terroristas (Con salvadas excepciones) (Balda Fernando, 12, 09 Twitter)

La caricaturista Vilma Traca, retrata la actitud racista de la clase privilegiada quiteña, autodefinida como “gente de bien” quienes salieron a festejar el viernes 19 de junio en la avenida de los Shyris, luego de que la policía arremetiera en el Ágora de la Casa de las Culturas, mientras celebraban la Asamblea de los Pueblos. Fue la tarde en que mujeres, niñas y niños fueron gasificados.

A través de redes, circularon incluso diseños de ropa motivando a no tener empatía con las poblaciones indígenas movilizadas.

Raza, colonialismo interno y privilegio blanco

Actitudes racistas se cuelan por las cotidianas hendijas de la subjetividad social; se esconden en bromas, en expresiones de lo que “es decencia” y lo que no lo es. Si bien la mayoría de las personas no se reconocen racistas, su lenguaje despectivo (el “longuear”), su trato hacia los pueblos racializados les delata. Más allá de una intencionalidad racista, subsisten estructuras de racialización (Pulido 2020) en la configuración de las relaciones societales en el Ecuador del siglo XXI.

Para tratar de entender estas expresiones racistas cabe mencionar los conceptos de colonialismo interno (González – Casanova 1969, 2006; Stavenhagen 1981), la colonialidad del poder y a la idea de raza (Quijano 2000, 2014). El primero ofrece explicación sociológica del desarrollo desigual de los países considerados independientes y “subdesarrollados”, en los que existe una relación entre dos tipos de sociedades al interior de un país, donde una domina y explota a la otra haciéndola funcionar como una colonia interna, aunque ambas son polos de un mismo proceso histórico. El colonialismo interno instaura jerarquías entre sociedades que justifican y naturalizan “relaciones de desigualdad, servidumbre, discriminación y subalternidad” que en lo económico se traducen en “privar a los indígenas de sus tierras y convertirlos en peones o asalariados” (Tapia en Cabaluz 2019, 8), sin autonomía y sometidos en todos los ámbitos.

Con relación a la idea de raza -es solo una idea- fue construida a partir de la invasión española, como una base sólida en la configuración del capitalismo mundial que por un lado, codificó las diferencias entre conquistadores y conquistados, para luego extenderlas a todo el mundo, y, por otro, articuló todas las formas históricas de control del trabajo, recursos y productos en torno del capital y el mercado mundial, lo cual expresa el carácter del capitalismo como colonial, moderno y eurocentrado (Quijano 2014). La idea de raza legitimó el despojo y la explotación a los indígenas a santo de una inferioridad inventada para los conquistados; esta fundamenta las relaciones sociales de dominación, así la raza y la identidad racial se constituyen en instrumentos de clasificación social, pues el color legitima estas relaciones. Quijano argumenta que las nuevas identidades históricas producidas sobre la idea de raza se asociaron a la naturaleza de los roles y lugares de la nueva estructura global de control del trabajo. Así, la idea de “raza y la división del trabajo, están estructuralmente asociadas” y se refuerzan mutuamente (Quijano 2014, 204). Este proceso de colonialidad del poder se liga a una estructuración en términos de clase, en que se legitima la pobreza racializada. Entonces, “la pobreza” no es obra del destino, ni un castigo divino, ni fruto de la “vagancia indígena” sino que tiene sus orígenes en la exclusión, en la desigualdad de oportunidades de movilidad social y económica; se ancla en el dominio, despojo y explotación de pueblos históricamente subordinados.

El racismo nos lleva a múltiples formas de su existencia en prácticas, ideologías, instituciones, individuos que reproducen las inequidades raciales y minan el bienestar de poblaciones subordinadas en términos de su racialización (Goldberg 1993; Omi 1992). Se liga a otro concepto el del “privilegio blanco” que examina el proceso en que el racismo se ha constituido y sus expresiones a nivel individual, grupal y social. El privilegio blanco determina inclusiones y beneficios para unos/as (derechos, oportunidades económicas, bienestar, acceso a vivir en entornos sin contaminación), mientras excluye a otros/as. Se trata de un racismo menos consciente, más enraizado históricamente (Pulido 2000).

Reflexiones finales

El Paro Nacional de 2022 evidenció un racismo estructural, que permea las relaciones sociales, institucionales y las expresiones en medios de comunicación convencionales vinculados a la élite económica y política del país; también expresada en redes sociales. Emergieron trolls financiados desde grupos de poder afines al gobierno central para desacreditar al movimiento indígena. Con esto se intentó crear un enemigo interno, a la vez que se trata de limitar el apoyo y simpatía adquirido por el movimiento indígena, como un referente político, de los sectores populares en el país e incluso de parte de población de clase media que ha visto deteriorarse sus condiciones de vida, en el marco de las políticas neoliberales implantadas en los últimos años.

El racismo estructural es una expresión del colonialismo interno, que busca mantener los privilegios de ciertas clases sociales, sobre la base de reproducir las formas de explotación hacia los pueblos y hacia la naturaleza, al estar en discusión también con el pliego de demandas del movimiento indígena, cuestiones como la derogatoria de los decretos 95 y 151; además de otras relacionadas con derechos colectivos y el encarecimiento de la vida.

EL RACISMO ESTRUCTURAL OCULTA EL PASADO PRECOLONIAL DE QUITO, SU TIANGUEZ DE LA PLAZA DE SAN FRANCISCO, LOS CULUNCOS QUE ARTICULABAN PASOS HACIA LA COSTA Y AMAZONÍA Y EL CÓMO SE FORJARON LAS CONSTRUCCIONES COLONIALES DE LA CIUDAD UTILIZANDO PIEDRAS DE FACTURA INCA Y PREINCAICA. IGNORAN LO QUE POBLACIONES DE LAS COMUNAS ALEDAÑAS AL DMQ EXPRESARON DURANTE LOS DÍAS DEL PARO “ESTAMOS AQUÍ, SIEMPRE HEMOS ESTADO. NO NOS HEMOS IDO”; ENFATIZANDO QUE QUITO TAMBIÉN ES INDÍGENA.

*Marisol Rodríguez Pérez e Ivette Vallejo Real son integrantes de la Colectiva de Antropólogas del Ecuador y de la Red de Antropología Ecuatoriana.

 

El artículo original se puede leer aquí