…” había una vez un río que dormía tranquilo en aquella serena laguna que está ahí arriba. Un día, hace ya cientos de miles de millones de cosas, a unos tipos se les ocurrió criar chivos, ovejas, vacas, burros y caballos y el río se tuvo que desperezar y ponerse a trabajar y abrir canales, cascadas y arroyos y a correr y despertar a los lechos por los que iba que, también como él, estaban durmiendo, aburridos, desde hacía tantas cosas…Y mientras corría, cantaba y le avisaba al resto que iba a regar los prados para que se llenaron de verdes pastos y hermosas flores que adornaban el paisaje de aquellos hermosos cerros blanqueados de nieve y pardos de coirones y que solo el cóndor podía ver desde allá arriba sin poder creer la maravilla que le estaba sucediendo a su maravilloso reino. Y las tardes y las mañanas se llenaron de roció. Y se fueron sumando más y más personas que criaban más y más animales. Y junto con el río, todos los valles se despertaron de alegría y un aroma a vida y frescura invadía todo lo que el agua tocaba y las personas con sus animales hacían más canales para regar más mallines. La laguna, entonces, junto con el río, los canales y arroyos y la nieve y las estrellas y los pájaros y el viento invitaron a los paisanos y sus perros a que no se fueran…¡¡Qué por favor se quedaran…!! Y así fue que se asentaron e hicieron sus ranchos con las pocas cosas que allí había…Y entonces, laguna, cielos, cerros, arroyos, pastos, paisanos y animales terminaron siendo, a los ojos del cóndor, una sola cosa. Un solo paisaje, irremediablemente indivisible…”

…hace algunos años, Carolina, de visita en el norte neuquino y mientras paseábamos por ahí, me definió: “Papá, ésta es la otra Patagonia…” No hizo falta más explicaciones. Comprendí inmediatamente su creativa metáfora, porque ya lo sabía desde siempre. Solo me faltó su concluyente definición…Y es muy cierto, porque en el norte neuquino no existen los duendes, los ñomos, ni los elfos. Tampoco hay hadas ni dioses nórdicos. No hay monstruos en ninguna de sus hermosas lagunas. No hay inocentes y puritanas omas que hayan traído milenarias recetas europeas de te o chocolates para servirles a los exhaustos esquiadores. No hay llamadores de ángeles, ni atrapa sueños, ni mandalas. Ni el mediocre y romántico puritanismo extranjero. No hay ninguna de las cosas que sí hay en aquella otra Patagonia. Por lo demás, los mismos paisajes e imponente belleza irrumpen a toda la margen este de esta cordillera y la hacen cada vez más y más atractiva al mundo entero.

La diferencia es, que aquí en el norte y mucho antes que llegáramos “nosotros” ya había una historia real y estrechamente entreverada en su paisaje que terminó consolidando a una cultura que atravesó a los pocos pueblos allí fundados que hay por aquí, como lo es la de la trashumancia que todavía, aún hoy, se desarrolla con las mismas características en no más de 3 o 4 lugares del mundo como el Valle del Echo en España o las montañas pakistaníes y que, en definitiva, la hace original, atractiva, única y tan pintoresca.

Por tanto, antes de que comunidades de duendes, elfos y ñomos descubran las bellezas de estos bosques y lagunas y las ocupen; antes que las garras de las oportunistas omas nos quieran seducir con sus chocolates o los parientes del monstruo del lago Ness desborden las aguas de esta región; el creciente turismo que paulatinamente llega de casi todo el país al norte neuquino debería desarrollarse integrando a su cultura como el valor más importante que hay por estas tierras. En un alarde de creatividad deberíamos sepultar todo aquello que no nos pertenezca… ¡La imaginación debe tomar su revancha y convertirse en una brújula de originalidad…! Como le decía Don Inodoro al cacique: “Llorique, no tenemos que copiar las cosas malas de afuera. ¡Tenemos que tener nuestras propias cosas malas!”

Conocerlos para reconocernos distintos y curiosear sus historias y sus andanzas. Averiguar cómo hacen para resistir la tentación del progreso sin vacilaciones existenciales. Recorrer sus trayectos, saber cómo y qué piensan, compartir un mate, un chivito, un vino y conocer de que están hechos los componentes de su cultura para saber de qué se trata. Visitar sus ranchos telúricos (diría Fontanarrosa) y su sencillas y modestas formas de vida para descubrir que en esta otra Patagonia aún quedan culturas intactas y rebeldes que no se han dejado tentar por la avaricia “…por si atacan con su razón los cuerdos…” se escucha cantar al Nano… y que nos remontan al momento en que allá, por medio oriente, hace más de 10 mil años un grupo de cazadores y recolectores decidieron domesticar animales y trashumar de una región a otra para alimentarlos mejor y vivir de ello.

Verlos pasar, su impronta y su irrupción en el paisaje del que además son parte, evoca y despierta en nuestro subconsciente aquel momento de nuestra historia en que fuimos aquello que hoy estamos viendo en estas tierras…Y deberíamos hacerlo antes que se terminen convirtiendo en una leyenda…


Nota: fotos de Ricardo Kleine Samson tomadas con cuerpos digitales y lentes analógicas de 50 y 200 mm de la década del 70.