El Paro Nacional, iniciado el 13 de junio de 2022, nos obliga a replantear una reflexión histórica que -una vez más- es absolutamente necesaria para comprender nuestro presente: el sufrimiento colectivo y el sufrimiento personal son inseparables. Más aún, la experiencia colectiva configura y posibilita las experiencias individuales, para bien y para mal. El reconocimiento de este hecho se vuelve particularmente problemático y exigente para quienes ostentan algún tipo de privilegio. Suele tratarse de una fórmula escalofriantemente común: a mayor privilegio, menor empatía.

Los privilegios económicos, culturales y sociales encierran a la burguesía y a los arribistas en una burbuja, y convierten a quienes están fuera de ella en una caricatura. Juzgar la realidad desde la ilusión de seguridad que el privilegio genera, implica una simplificación perversa del otro, de la otra, de le otre. Debemos recordar que quienes ejercen el verdadero poder, quienes disparan los rifles y despliegan los tanques, quienes controlan las condiciones de trabajo, quienes tienen la potestad de jugar a su antojo con la legalidad y la ilegalidad, también cuentan entre su armamento con la facultad de distribuir el privilegio.

Un Estado burgués, represor y asesino es capaz de convencer a la opinión pública, de que está de tu lado y te protege, aturdiéndote con mercancías, insertándote en un delirio en el que la posibilidad de comprar placer con tu salario es sinónimo de libertad. Una recompensa “merecidamente” ganada con tu “trabajo honesto”. Este delirio puede hacerte olvidar que nuestros vínculos con el trabajo están tan corrompidos y manipulados, que muy poco tiene que ver tu esfuerzo con la transformación de tus condiciones de vida.

Si eres una de las personas que pueden dar testimonio de cómo su fuerza de trabajo les permite satisfacer no sólo sus necesidades sino también sus deseos, e incluso imaginar diferentes proyectos de futuro para sus vidas, no cometas el error de creer que tu caso representa la experiencia de la mayoría o que cualquiera podría transformar sus condiciones materiales con la “suficiente voluntad”. Pregúntate quién decide el valor de tu trabajo y de tu tiempo, y verás claramente que esa decisión no es tuya.

Esa elección se encuentra en las escasas manos que distribuyen el privilegio y la miseria según convenga a sus afanes enfermizos de acumulación. Sabemos ya desde hace más de un siglo que la burguesía “ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos” (Marx, Engels, Manifiesto del partido comunista). Uno de los mecanismos más potentes, mediante los cuales las clases dominantes mantienen el control sobre la clase trabajadora, ha sido y sigue siendo la generación de divisiones y antagonismos al interior de la misma.

Múltiples trabajadorxs son sometidos a un espejismo de identificación a través del acceso a productos y servicios fetichizados (sean autos, vestimenta, accesorios o espectáculos). Así, la clase burguesa construye una ilusión de cercanía con ciertos sectores de la clase proletaria, a los que utilizará como escudo en contra de aquellos sectores del mismo proletariado que, por el contrario, enfrentan la explotación y la precarización sin paliativo alguno, y con frecuencia doblemente marginalizados por estructuras opresivas complementarias al capitalismo (el racismo, la misoginia, la homofobia, la transfobia y un largo etcétera).

Para la burguesía, la clase trabajadora es en el mejor de los casos, un recurso descartable en sus procesos de acumulación y, en el peor y más frecuente de los casos, un estorbo que debe ser eliminado. No pienses nunca que la clase burguesa es tu aliada o que te protegerá simplemente porque te permite comer sus sobras, en lugar de dispararte sus balas. Mientras la tierra, la materia prima, la industria, el dinero y las armas pertenezcan a un porcentaje ridículamente minúsculo de la población, recibir un salario que te permite llegar a fin de mes no te vuelve menos esclavo.

La reducida y sanguinaria clase empresarial, de la cual hoy por hoy el Estado no es más que una extensión, como tan fácil resulta constatar en Ecuador, es la única que determina lo que vale o no nuestro trabajo, y por ende lo que valen o no nuestras vidas. Si no eres dueño de los bancos o de las grandes fábricas; si el ejército y la policía no están a tu servicio; si no sacas del país millones de dólares en acrobacias de evasión fiscal; y no pasas los días pensando cómo engordar tus cuentas “flexibilizando” tus responsabilidades con tus trabajadorxs, tienes que saber que quienes se movilizan en este Paro Nacional también están luchando por ti, incluso si todavía no lo has constatado.

Si el hambre y el empobrecimiento aún no se apoderan de tu existencia y la de tu familia, recuerda que sólo hace falta una pequeña patada en el tablero para que los tengas frente a frente. Ten en cuenta siempre que, mientras las decisiones sobre el trabajo y la vida no le pertenezcan a la mayoría, las opciones siempre serán las mismas: recibir las balas o devorar las sobras. No renuncies a estar en el lado correcto de la historia ni traiciones a tu gente por defender una porción de sobras envenenadas.

No juzgues ni lastimes a tus hermanxs, que a cambio de su fuerza de trabajo no han recibido más que crueldad e indiferencia. Recuerda que no eres nada sin ellxs y al llamarles vagos, vándalos o terroristas no haces más que ponerte del lado de tus verdugos, y será la propia historia la que ajuste cuentas contigo. Que las migajas que te entrega la burguesía no te anestesien ni te hagan olvidar a dónde perteneces.

Hoy más que nunca, que el «privilegio» no te nuble la empatía.

¡Viva el Paro Nacional!

Colectivo Revista Crisis

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