Por Margarita Labarca Goddard

UNA VECINA

Me acuerdo de mi vecina Caridad, una mujer muy guapa y muy simpática, casada con un obrero del matadero, que me decía: “Margarita, yo esto lo defiendo hasta con las uñas. Porque si no fuera por la revolución, mis hijas serían empleadas domésticas como lo fui yo, o quizás serían prostitutas”. Ella tenía dos hijas muy lindas, una era médico y la otra estudiante de economía.

Pero Caridad no trabajaba porque el marido no la dejaba. En aquella época, por el año 75, el machismo todavía campeaba en Cuba. El hombre llegaba del trabajo, se sentaba y gritaba «Vieja, la comida». Y Caridad tenía que correr a atenderlo. Pero ella sabía que a sus hijas no iba a pasarles lo mismo, y así ha sido.

LA TRADUCTORA

Los cubanos hablan el castellano tan mal –se comen la mitad de las palabras- que uno supone que no pueden hablar bien ningún idioma. Pues no es así.

Yo trabajaba en el Comité Estatal de Trabajo y Seguridad Social, al que llamábamos simplemente «El Ministerio»

A veces invitaban a un soviético a que nos diera una conferencia en ruso sobre temas laborales o lo que fuera. Y había una compañera –Marta- que trabajaba ahí mismo en nuestro ministerio, que hacía la traducción simultánea. Traducía tan rápido y tan bien, improvisando -ya saben que la traducción simultánea es muy difícil- que parecía que iba más adelante que el soviético, que lo iba correteando, que el discurso se lo estaba inventando ella.

Pero por supuesto que no era así, porque varios de los oyentes entendían ruso. Cinco idiomas había aprendido esta compañera en Cuba, sin tener que viajar a ninguna parte.  Además, Marta dirigía nuestro sindicato.

LA ASESORA SOVIÉTICA

En el ministerio había varios asesores soviéticos que nadie sabía muy bien qué hacían y yo sospecho que nada muy importante.

Pues una de ellos era una muchacha joven –nunca supe su especialidad- preciosa, una rubia despampanante que parecía una actriz de cine. Se llamaba Irina. Pero cuando esta chica caminaba por un ancho pasillo todo el mundo se alejaba. Cuando iba a tomar el ascensor, todos le daban la pasada y lo tomaba ella sola. Irina tenía la virtud de producir el vacío a su alrededor. ¿Y a qué se debía este extraño fenómeno? Había una razón muy clara, pero nadie se la decía.

¿Dejamos el misterio hasta aquí?

Pues no, eso no está permitido.

Es que Irina no usaba desodorante. Tenía un olor a traspiración tan fuerte, que impregnaba muchos metros a la redonda. Todos le huíamos. Pobrecilla, se habrá preguntado a qué se debía este rechazo y nunca nadie se atrevió a decirle nada.

NANCY, NUESTRA SECRETARIA

Nancy, una rubia de ojos verdes pero bastante pasada de peso,  escribía en una máquina mecánica. Todavía no existían máquinas eléctricas o en Cuba no las había. Y Nancy escribía con papeles de calco –tampoco había fotocopias- de modo que si uno viajaba, lo único que ella encargaba eran esos papelitos blancos embadurnados de tiza. Quizás los jóvenes no sepan de qué estoy hablando, pero los mayores me entenderán. Y otra cosa: se escribía con lápiz de grafito por los dos lados de la hoja. Todos los útiles de escritorio eran muy escasos, allí aprendí a ahorrar.

Además, el marido de Nancy que era militante del Partido, no la dejaba ir a reuniones del sindicato, porque era celoso. Pues en la Cuba de los años 70 subsistían costumbres muy antiguas, a veces uno se sentía en la España del siglo XIX. Curioso ¿verdad? Pero así era en muchos aspectos. Será porque ellos tenían a España muy cerca, se habían independizado prácticamente cien años después que el resto de Latinoamérica.

Nancy era también la jefa de la Milicia del Ministerio. Un día llegó un oficio que decía que todo trabajador que se quedara en la oficina fuera de las horas de trabajo, tenía que advertírselo a la Milicia por escrito. ¿Cuál era la razón? No tengo idea.

Era día sábado. Yo estaba sentada momentáneamente cerca de Nancy, a la entrada del Ministerio porque había cumplido mi turno de esa noche. Entonces aparece Francisco (Panchito), uno de los tres Viceministros que había en el Ministerio, acompañado de unos franceses.

Intenta subir a su oficina y Nancy busca en los papeles que tenía encima del escritorio y le dice

-No tengo ningún oficio tuyo.

– Bueno, Nancy, pero me conoces ¿no?

-Sí, pero no hay oficio. Además vas con personas extrañas.

– ¿Acaso soy un saboteador, voy a poner una bomba? Las personas extrañas son el Ministro del Trabajo de Francia y sus acompañantes.

La  discusión siguió mucho rato, pero Nancy fue inflexible y Panchito se tuvo que ir furioso y avergonzado, con sus invitados franceses.

Yo, para mis adentros, pensaba: Esto es absurdo,  mañana se va a armar tremendo escándalo. Pobre Nancy.

Al otro día, la Dirección Máxima de la Milicia felicitó a Nancy por su conducta revolucionaria ejemplar.