Nos toca observar desde la Clínica y en repetidas ocasiones lo que se denomina “Dependencia emocional”.

Este fenómeno se observa y es más evidente en mujeres que en hombres, aunque sin duda también entre ellos los hay. Por otro lado, es necesario aclarar que esta dependencia y codependencia no solo aparece o se manifiesta en las relaciones de pareja, sino que ocurre con frecuencia en relaciones familiares y de amistad.

La dependencia emocional se experimenta como un estado de total y absoluta referencia con el otro. Se vive  la sensación e incapacidad de llevar adelante y de manera autónoma proyectos, sueños, emprendimientos y relaciones interpersonales, sin contar con la compañía o aprobación del otro.

No es fácil reconocer esta situación y en general el reconocimiento ocurre cuando la relación se rompe.

Para que se desarrolle este tipo de relación en general existe una persona con un nivel de estima bastante mermado y por otro lado, un abusador/a con características narcisistas, que toma nota de esta situación y la usa a su favor. Relaciones tóxicas les llaman últimamente.

Es reconocida también como una “adicción” al otro, es vivida como falta de libertad y fortaleza, desgano, inseguridad, ansiedad, angustia y depresión. Como toda adicción, hay que tratarla como tal y cortarla de raíz.

Sin embargo, la experiencia nos confirma que la batalla no es fácil. Se intenta romper la relación, pero sin éxito.

A partir de ahí, se observa una dinámica de idas y venidas sufrientes, tortuosas, caracterizadas por la falta de fe, desesperanza  y con un alto grado de miedo y temor.

¿Y cómo  hacemos? ¿Cómo salimos de esa rueda del sufrimiento?

Quizás retirarse, quizás tomar distancia. Quizás trabajar con nuestras virtudes y fortalezas. Para luego mirar amorosamente hacia nuestro interior reconociendo y rescatando desde allí, a ese ser humano libre y luminoso en evolución creciente que nos pone a prueba y nos ayuda a avanzar a ese futuro querido, que en gran medida solo depende de nosotros mismos.