Por Teresa de Fortuny y Xavier Bohigas

El presidente ruso Putin, en el contexto de la guerra con Ucrania, ha llegado a amenazar con el uso de su armamento nuclear. Ello ha generado una gran preocupación sobre la posibilidad y el riesgo de la utilización de las armas nucleares. Los medios de comunicación han reflejado extensamente esta preocupación.

Desgraciadamente, este riesgo nos acompaña desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hemos expresado reiteradamente que la mera existencia de las armas nucleares supone una amenaza latente. En primer lugar, un país poseedor de armamento nuclear puede decidir usarlo. En segundo lugar, hay una lista demasiado larga de accidentes relacionados con armas nucleares y de situaciones en las cuales se ha llegado muy cerca de desencadenar una guerra nuclear. Ampliemos este segundo punto.

La documentación desclasificada nos informa de que se ha registrado un accidente grave con armas nucleares cada siete meses. Ha habido, por ejemplo, casos de aviones o submarinos transportando armas nucleares que se han estrellado, incendiado o hundido.

Aún más inquietantes son los errores de detección de ataques con misiles nucleares. Se conocen demasiados episodios (entre EE.UU y URSS/Rusia) en que errores técnicos o de interpretación errónea de la información alertaban de un ataque nuclear. Si ante esa supuesta amenaza, se hubiera reaccionado, siguiendo el protocolo, con un contraataque nuclear, la catástrofe estaba asegurada. Hay una posibilidad alta de reaccionar equivocadamente dado que el margen temporal de respuesta es breve (el lanzamiento de misiles contraatacantes se debe realizar antes de la llegada de los supuestos misiles atacantes; el tiempo de vuelo entre Rusia y EEUU es de menos de media hora).

Al margen de estos riesgos accidentales, ya hemos dicho que un país con arsenal nuclear está en condiciones de usarlo. En este caso, conocemos las consecuencias de una hipotética explosión de una o más armas nucleares gracias a diversos estudios. La explosión de una única bomba sobre una ciudad supondría un desastre humanitario de tal magnitud que ningún estado ni organización internacional podría afrontar. En una situación de guerra en que se usase el uno por cierto del arsenal nuclear mundial, la repercusión sería a nivel planetario, ya que afectaría la dinámica atmosférica de forma que reduciría la producción agrícola y podría poner a más de dos mil millones de personas en situación de riesgo alimentario.

En un conflicto bélico como el actual, todos estos riesgos se acentúan. Si en situación de paz hay una alerta de ataque nuclear, se contempla la posibilidad de que se trate de una falsa alarma. Por el contrario, en situación de guerra, se tendrá en menor consideración la posibilidad de falsa alarma. Además, un clima de confrontación no es el más adecuado para tomar decisiones cautelosas y muy reflexionadas.

Las armas nucleares representan un riesgo permanente para la población. Hasta hoy sólo han sido utilizadas bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, por parte de Estados Unidos. Las consecuencias de la explosión de una pequeña parte del arsenal nuclear mundial actual (más de 13.000 bombas) es un riesgo inasumible. La única opción que realmente evita este riesgo es la prohibición y la eliminación de todas las armas nucleares. Por esta razón es tan necesario que todos los estados se adhieran y ratifiquen el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN).

 

Esta publicación forma parte de la campaña «10 Razones para firmar el TPAN«, que une a entidades de la sociedad civil a nivel estatal con el objetivo de que España se adhiera al Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), que entró en vigor el 22 de enero de 2021.

Teresa de Fortuny y Xavier Bohigas son miembros de Centre Delàs d’Estudis per la Pau