21 de febrero 2022. El Espectador

Vi Lluvia constante y este aguacero se quedará mucho tiempo rondando mi cabeza. Noventa minutos de teatro íntimo, una obra reflexiva que escarba el alma de actores y espectadores; podremos mentir y mentirnos, ser víctimas y victimarios de tragedias en espiral, pero siempre queda un testigo: la realidad, llena de cristales que se parten por el dolor.

¿Hasta dónde puede llegar la solidaridad de dos amigos? ¿Qué somos capaces de hacer por defender a la familia? ¿Quién, realmente, aprieta el gatillo del miedo? Parecería que ni la ética ni las respuestas vienen con manual de instrucciones y son más frágiles de lo que creíamos. Es durísimo mirarnos por dentro y confrontarnos con el deber ser (además, “el deber ser”, ¿según quién?).

Esta obra fue un éxito en Broadway. En su versión original, Kimi, el niño desnudo que se abraza desesperadamente al policía, no era un embera sino un vietnamita; el callejón de la zona de la muerte llevaba otro nombre, y el racismo otro sentido. Fue una historia verídica, sucedió en Chicago y la escribió Keith Huff (creador de House of Cards). La adaptación del guión deja intacta la esencia: todos somos humanos y quizá nadie está exento de traspasar las líneas rojas cuando lo que está en juego es la defensa de lo que más se ama.

Así como las balas de una Magnum 44 rompieron las ventanas de la casa de Dani y todo se llenó de sangre, así se rompen también los límites inciertos entre el bien y el mal; entre el honor y la muerte; entre la verdad, la lealtad y la traición. Un vidrio atraviesa el cuello de un niño de dos años y la violencia traspasa la piel de la ética. El dolor tiene texturas impredecibles.

Juan Fischer, el de las obras difíciles y desgarradoras, es el director y productor de Lluvia constante. Cuando oigo a Fischer, siento que él habla como si viniera de la nostalgia; como si tuviera muchas vidas habitándolo por dentro, y al mirar repasara el alma de la gente, del movimiento y los momentos. Juan Sebastián Aragón, actor y constante generador de puentes entre la cultura, la paz y la democracia, es el director artístico de la obra. Tiberio Cruz es Dani, y Rafael Rubio es Rolo; dos policías a los que sistemáticamente se les ha frenado su ascenso a detectives. Amigos desde la infancia, han tejido la cotidianidad entre quien creía tenerlo todo y quien sabía que no tenía nada. Tantos años cubriéndose la espalda; cada uno mirando la vida del otro, sin saber cuándo las ventanas se convierten en espejos, ni de cuántos silencios está hecha la complicidad. Y no podemos echarle la culpa a la lluvia; parte de la vida —parte de la muerte serena o violenta— es descubrir que no hay tormenta más fuerte que la que estalla dentro de nosotros mismos.

Lluvia constante está en el Auditorio Sonia Fajardo, de la Universidad Konrad Lorenz, en Bogotá, hasta el 26 de marzo. No se quede sin verla; no se quede sin preguntarse una y cien veces qué pasa cuando llueve tanto que usted no sabe si están cayendo chorros de agua o si a la eternidad le dio por llorar; qué pasa cuando la luz del carro del joven asesino parece el ojo del diablo; qué pasa cuando alguien rompe el silencio y como una sentencia —de redención o condena— dice que “para salvarse a veces hay que perderlo todo”.

Uno siente que entre el escenario y las sillas rojas pasa un corredor de conjuros, dolor y realidades, por el que uno no sabe si es mejor caminar, respirar o dejar en pausa el tiempo. No importa si afuera el cielo está despejado, de todas formas, seguirá lloviendo.

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