Por Ovidio Bustillo

En el discurso de fin de año del rey no escuchamos ninguna razón ni disculpa por la retirada de las tropas de Afganistán. Tampoco lo hemos oído en la celebración de la Pascua Militar donde el presidente del gobierno, la ministra de defensa y el propio rey, jefe supremo de los ejércitos, se dedicaron a elogios generales y palabras grandilocuentes sobre los militares y las “misiones” que el ejército realiza por “la paz, la justicia y la libertad”. Tantos elogios acabaron recordándome, ante las evidencias, el “vamos a contar mentiras tralará, por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas” y vienen los militares a traernos la democracia, la paz, la justicia y la libertad, jajá.

Casi 20 años de guerra, más de 4.000 millones de € gastados, 102 militares muertos y otros 27.000 – por dar solo datos de España- han sido necesarios para dejar a Afganistán arrasada, hoy, uno de los países más pobres del mundo, con una economía e infraestructuras destrozadas, altísimas tasas de desnutrición infantil, millones de migrantes y desplazados internos, cientos de miles de personas muertas, heridas y destrozadas de por vida. No parece que tal panorama sea para estar orgullosas del trabajo del ejército en Afganistán.

Siendo grave que ninguna de las autoridades nos haya dado alguna explicación, no lo es menos que en el Parlamento español, que autorizó la intervención en la invasión de Afganistán, tampoco haya habido sesión alguna para evaluar, ver los fallos y rendir cuentas, porque cuando no se hacen evaluaciones serias se tiende a cometer los mismos errores. Tampoco el Tribunal de Cuentas ha sido claro en cuanto al gasto con el que, con el dinero de todas, hemos contribuido a destrozar Afganistán.

Sorprende que ninguno de los grandes medios de comunicación haya hecho tampoco una crítica a nuestra presencia en Afganistán, limitándose en la mayoría de los casos a mostrar lo malos que son los talibanes, (lo que ya se sabía antes de ir) y lo sacrificado que es nuestro ejército, algo que también llevamos siglos oyendo. Como excepción a esta apabullante falta de crítica tenemos un digno artículo de J. C. Rois que reclama una auditoría con múltiples razones. No se lo pierdan.

Nos dijeron que iban a combatir el terrorismo, que iban a llevar a Afganistán una “libertad duradera”. Parece que la libertad, si en algún momento la hubo, duró poco y, para despedir a las tropas de la coalición y desmentir el logro del primer objetivo, lo hicieron con un atentado terrorista en el aeropuerto, que acabó con la vida de 100 personas, trece de ellas soldados americanos. Para desmentir también el cacareado uso limpio de “armas inteligentes”, un dron acabó con el coche de un supuesto terrorista, matando a 10 personas, entre ellas 7 niños de una familia de colaboradores. Hoy el mundo es mucho más inseguro después de las intervenciones en Afganistán, Irak o Libia.

Ya que ni expertos ni autoridades nos lo han explicado lanzo algunas preguntas que, a buen seguro, se han hecho algunas personas.

¿Cómo es posible que un ejército como el afgano de 300.000 efectivos, entrenados y pertrechados por la coalición durante 20 años, se haya rendido en dos semanas sin presentar batalla?

¿Qué ha pasado para que el pueblo afgano haya rechazado la libertad, la paz y la justicia que tan “generosamente” les imponía la coalición?

¿Dónde han ido a parar los miles de millones gastados?

¿Quién ha sacado beneficio de esta guerra tan cruel, sangrienta y duradera?

¿Cuáles eran los objetivos reales de la intervención en Afganistán?

¿Cómo puede la Ministra de la guerra sacar pecho de la desbandada de Afganistán, estar orgullosa de lo sucedido y decir “misión cumplida”?

Si, como algunas analistas señalan, la verdadera misión era dejar Afganistán como un polvorín a las puertas de China y Rusia, podemos decir que “misión cumplida”. Hoy el ejército talibán está mejor dotado, gracias al armamento que la Coalición generosamente les dejó, incluidas las 17.000 toneladas de armas, espléndido regalo de Aznar.

De los 102 militares españoles muertos podemos conocer nombres y apellidos, su situación familiar, el dolor que la muerte produjo en sus allegados…Suponemos que la presencia de nuestras tropas también habrá provocado muertes; pero son muertes anónimas, sin valor, porque no son “de los nuestros”, son muertes del enemigo, aunque fueran niñas y niños que jugaban por allí, aunque también tuvieran pareja, hijas e hijos, amigos y familiares destrozados. A juzgar por la propaganda y las imágenes que nos facilita el ejército, da la impresión de que las tropas españolas han estado allí como una ONG “haciendo el bien”, repartiendo chocolatinas a los niños y haciéndose fotos con mujeres agradecidas a sus libertadores, aunque en la ocupación, la escolaridad de las niñas no llegara al 20%

A la espera de respuestas, ha llegado el momento de decir ¡Basta ya! A tanto elogio militar y a tanta palabrería hueca. Justificar lo injustificable. La abnegación, el sacrificio, el esfuerzo, el compañerismo, el compromiso, la entrega, la determinación de servir… también están en profesionales de la sanidad, de la construcción, de la educación, de la agricultura, de los servicios, de la investigación, … son quienes nos alimentan, nos cuidan, nos curan, nos educan, cultivan nuestra inteligencia, hacen posible la vivienda y las infraestructuras… en definitiva, son imprescindibles para nuestra seguridad humana. Profesionales despreciados a menudo por las autoridades, sin un sueldo digno, sin un día para mostrarles gratitud, para decirles que ellos sí que son imprescindibles.

¿Se imaginan que prescindimos de los servicios militares y nos convertimos en un país que no agrede ni amenaza, que no codicia los recursos ajenos, con mediadores civiles para soluciones dialogadas?

¿Se imaginan lo que se podría hacer con 43.000 millones de € que nos costará este año mantener el ejército y comprar armamento?

Mientras llegan las respuestas de las autoridades he sacado mis propias conclusiones:

1.- Hay que sospechar de las grandes palabras que justifican intervenciones militares. Ni se acabó con el terrorismo en Afganistán, ni les llegó la paz, ni la democracia, ni la libertad. Tampoco había armas de destrucción masiva en Irak. La industria de la guerra necesita vender su producción y ya están sonando tambores de guerra en Ucrania. Activen las alarmas críticas y no se dejen seducir por la propaganda.

2.- En el juego de la guerra la población civil siempre pierde. Un cartel de yayoflautas en Sol decía “Las armas las pones los gobiernos, los muertos el pueblo”. Más allá de las interesadas proclamas patrióticas, señuelo para sacar beneficio unos pocos, sería deseable que la población civil supiera rechazar todo autoritarismo y militarismo que amenaza sus derechos y sus vidas y se apropia de los recursos que necesitamos para una vida digna.

3.- La peor ayuda para los pueblos es la “ayuda militar”. Ni es gratis ni es ayuda, y contribuirá a enconar aún más los conflictos. Vender armas, financiar grupos armados, pagar a mercenarios deberían ser consideradas acciones criminales que atentan contra el derecho humano a vivir en paz.

4.- El diálogo con los talibanes que la coalición tuvo en el final de la retirada podría haberlo intentado 20 años antes, nos hubiéramos ahorrado muchas vidas, mucho sufrimiento y destrucción, y mucho dinero, unos tres billones de dólares, que bien invertidos hubieran hecho de Afganistán un paraíso y ayudado a hacer más habitable todo el planeta, aportando seguridad humana.

5.- El intervencionismo extranjero tampoco parece una buena idea para llevar la democracia, los derechos humanos, la libertad y la justicia. A los grandes estadistas, señores de la guerra, políticos y militares laureados, hay que recordarlos que “el fin está en los medios como el árbol en la semilla” y no parece que la violencia, la guerra y la dominación sean los mejores emisarios para llevar paz, justicia o libertad. ¡Abandonemos de una vez las “misiones de paz” que hacen del mundo un lugar más inhóspito para la vida!

6.- Si de verdad el gobierno español quiere ser parte activa en la resolución justa de los conflictos internacionales debe abandonar el intervencionismo militar y financiar equipos civiles de expertos en resolución de conflictos, en ayuda humanitaria, en trabajar el  empoderamiento de las comunidades y en la resistencia civil noviolenta para que la población sea capaz de dar respuestas eficaces a los abusos del poder vengan de donde vengan.

Una vez más hay que recordar lo evidente: Si quieres la paz, no prepares la guerra.

 

El artículo original se puede leer aquí