En este contexto de “guerra inminente”, recordé el libro de Noam Chomsky “¿Quién domina el mundo?”, que considero una excelente opción para quienes quieran entender la cosmovisión de la mayor potencia del Norte; y cómo las narrativas de la Casa Blanca y sus aliados sirven para dar forma, a través de los medios hegemónicos, al imaginario social que establece quién es un “chico malo” y quién es un “chico bueno” en el escenario global.

La mayor parte de la cobertura periodística de las tensiones entre Ucrania y Rusia (léase EEUU/Rusia) parece querer mostrar a la ex república comunista como el villano de la historia y a la potencia occidental como “el salvador de la humanidad”, aunque esta última, históricamente, ha demostrado su avidez por la guerra y por la destrucción de quienes no comparten su visión del mundo, por cierto, el mundo tal como lo ve.

Los medios hegemónicos occidentales han centrado su mirada en la tensión entre Estados Unidos y Rusia, en el “caso Ucrania”, lejos de un abordaje mínimamente crítico. Por el contrario, se centran en una casi “satanización” del país eslavo gobernado por Vladimir Putin, como si “la guerra inminente” fuera un asunto de responsabilidad exclusiva del citado representante y peor, como si Joe Biden fuera el salvador de Ucrania, este pobre país amenazado en su soberanía.

Criterios pragmáticos

Pero peor aún es que una parte considerable de la sociedad mundial termina asimilando este tema tal y como lo cuentan los medios hegemónicos, pues desde que el mundo conoció la comunicación intermediada, las historias cotidianas son reportadas a través suyo, sobre todo desde el punto de vista de los grupos que detentan el poder. Y hoy no es diferente. Por lo contrario. Este proceso se intensificó, se hizo más sofisticado y se extendió exponencialmente.

Si bien para muchas personas internet significa una democratización en la producción y circulación de información, no podemos dejar de resaltar que, a pesar de que la red brinda cierta expansión en la producción y oferta de información, el control del flujo de información todavía está dominado por los grupos hegemónicos. grupos Los algoritmos no nos dejan mentir.

Este “tecnocontrol” a través de algoritmos permite que las redes sociales e incluso los medios tradicionales controlen el acceso a la información, por ejemplo a través de filtros, que pueden (y muchas veces lo hacen) provocar efectos sociales a nivel global, como el sostenimiento del statu quo y el fortalecimiento de las corrientes de opinión no necesariamente sostenidas por fundamentos reales. En este sentido, en el libro “¿Quién domina el mundo?” Chomsky trata, por ejemplo, de cómo ciertos medios de comunicación suavizan temas graves concernientes a los Estados Unidos.

Según Chomsky, la revista The New Republic, por ejemplo, a través de un portavoz de “izquierda”, Michael Kinsley, justificó que los ataques estadounidenses contra objetivos civiles se fustifican “siempre que satisfagan criterios pragmáticos […]”. Esa misma revista criticó la expansión militar china en aguas internacionales próximas a la isla de Okinawa, en Japón, no habiendo hecho lo mismo cuando el país norteamericano convirtió esa isla en “una verdadera base militar”.

El libro trae, entre tantas discusiones, una interesante reflexión sobre la tortura, dando cuenta de que los exsecretarios de Defensa de Estados Unidos, Donald Humsfeld y Dick Cheney, fomentaron métodos de tortura y con ello “crearon terroristas” en Guantánamo y Abu Ghrai, por ejemplo.

Rompiendo promesas

La lectura de este libro es muy instructiva e ilustrativa, como lo son, por cierto, todos los libros de este lingüista, politólogo y activista estadounidense, que, a pesar de “coquetear” con el Partido Demócrata, nos muestra cómo el hambre de poder de Estados Unidos convierte a ese país en el mayor promotor del terrorismo de Estado, perpetrado en varias zonas del mundo, desde América Latina —recientemente clasificada por Joe Biden como el “patio trasero” de la Casa Blanca—, pasando por Medio Oriente y Asia, entre otras áreas.

Sobre América Latina el libro trae, por ejemplo, lo que Chomsky cataloga como “guerras contra la Iglesia Católica, realizadas para aplastar una terrible herejía proclamada por el Concilio Vaticano II” –se refiere a la opción por los pobres. Según el politólogo, al derrumbarse el Muro de Berlín, los jesuitas fueron asesinados, en una especie de golpe final para derrotar a la Teología de la Liberación.

Noam Chomsky menciona el papel jugado por el Western Hemisphere Institute for Security Cooperation WHISEC* (Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad), que anunció que la Teología de la Liberación fue derrotada con la cooperación del Ejército de los Estados Unidos. Cabe señalar que WHISEC, según el propio Chomsky, era una academia militar que “entrenaba asesinos latinoamericanos”.

Pero, volviendo a la cuestión inicial de este texto –la guerra inminente entre Rusia y Ucrania (léase Estados Unidos y Rusia)–, es interesante notar que el libro de Chomsky, al referirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), menciona su expansión hacia el este, que viola las promesas verbales hechas al último presidente de la antigua Unión Soviética, Mikhail Gorbachev, de que esto no sucedería.

Chomsky nos muestra cómo la OTAN se convirtió en una fuerza de intervención liderada por Estados Unidos con un campo de acción muy amplio. Esto explica la desconfianza de Vladimir Putin cuando señala que Ucrania, ubicada en la frontera este y noreste de Rusia, ha sido considerada para formar parte de esa Organización; y en parte explica las precauciones tomadas por el presidente ruso en el despliegue de sus tropas en esa región.

Hay muchos intereses en juego. Pero lo cierto es que una guerra sería una catástrofe más en un mundo que ha vivido innumerables conflictos armados, con consecuencias desastrosas para la mayoría de las poblaciones directa e indirectamente involucradas.

Discursos maniqueístas

Es evidente que a Estados Unidos le preocupa que la realidad de los últimos tiempos esté configurando un mundo multipolar. China crece y comienza una expansión pacífica en varias partes del mundo, especialmente en América Latina y África. La Federación Rusa es uno de los mayores proveedores de recursos energéticos, configurándose inclusive como el mayor proveedor de esos recursos para la Unión Europea. Vladimir Putin ha buscado llegar a acuerdos con sus vecinos de la misma región, así como ha buscado acercarse a otros países asiáticos, como Siria, por ejemplo, con miras a una mayor inserción en el contexto internacional.

En contrapartida, el año pasado Estados Unidos registró la tasa de inflación más alta en 40 años; la tasa de desempleo estuvo por debajo de las expectativas; las incursiones en Afganistán resultaron ser un completo fracaso —especialmente después de aquel retiro de tropas; el Covid-19 hizo estragos en la economía estadounidense… En fin, el escenario no es muy favorable para los “dueños del mundo”. Y siendo así, no se debe descartar la posibilidad de una guerra. Tal vez sea “conveniente”.

Como bien dice Noam Chomsky, “el declive de Estados Unidos es una realidad”, pero también enfatiza que a pesar de todo el país sigue siendo la potencia mundial dominante. El hecho es que, cuando miramos hacia atrás en la historia, vemos cómo Estados Unidos construye guerras cada vez que su hegemonía está amenazada. En este sentido, tenemos que cruzar los dedos y esperar el uso del sentido común por parte de la Unión Europea.

El lado positivo de todo esto es que, aunque Estados Unidos tiene un fuerte aliado en la Unión Europea, los intereses de ésta están dividiendo las opiniones de los gobernantes del continente, no solo por intereses estratégicos, sino también por lo que podría significar una guerra en Europa.

Y en cuanto a la población europea, es importante que no se deje llevar por los discursos maniqueos de sus medios hegemónicos porque, si lo hiciera, el resultado puede ser mucho más desastroso para ella; después de todo, ¿a quién le causará mayores cargas una guerra en territorio europeo, con pleno apoyo de la OTAN?

Biden está preocupado por “el declive de América” (léase Estados Unidos). Y eso es lo que le ha llevado a provocar a Rusia, confiando en sus aliados occidentales. Pero el sentido común prevalecerá. Al menos, es lo que deseamos todos aquellos que defendemos la paz en su plenitud.


* Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad