Coincidiendo con los días en que se celebra el Día Internacional de la violencia contra la mujer (25 de Noviembre), fecha además en la que comienzan los 16 días de activismo contra la violencia de género propiciado por la Red IANSA (red internacional de acción contra las armas pequeñas y ligeras) que culminan el 10 de Diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, me atrevo a escribir estas breves líneas para ensalzar a esos seres maravillosos a quienes debemos la vida: las mujeres.

Las mujeres nos han criado desde nuestro nacimiento con un amor incondicional, sublime y sagrado que nos ha permitido crecer y desarrollarnos como personas y nutrirnos de ese sentimiento amoroso que ellas nos regalaron y que luego podemos proyectar hacia los demás toda nuestra vida Ese amor alimenta nuestra vida y nos brinda la alegría de vivir.

Cuando crecemos y tenemos nuestras primeras amigas reconocemos en ella una sensibilidad distinta a la masculina, sin duda más amorosas y cariñosas, pero por sobre todo con una manera de ver la vida y a las otras personas más humana, más tolerante, más comprensiva, más fraternal. En ellas podemos confiar temas más sensibles y recibir consejos verdaderamente amables.

Cuando pololeamos con ellas se transforman en nuestras mejores amigas y compañeras, siempre con su consejo sabio y oportuno, su cariño profundo y desinteresado. Crean para un nosotros un Universo nuevo y distinto, de horizontes más amplios y colores más vivos. Es entrar a una atmósfera en donde se respira aire puro y brisa fresca, en donde se comparten deseos y secretos.

En nuestro matrimonio se convierten en nuestras mejores socias en una empresa muy desafiante como es la de formar una familia, procrear y criar hijos  transmitiéndoles nuestros mejores valores, en una sociedad en la que hay que administrar los recursos con mucha cautela. Ahí están ellas siempre presentes con sus mejores consejos y sus mejores ideas. Educando a sus hijos con todo el cariño que ellas mismas recibieron de sus madres. Realizando sus labores de casa con mucho esfuerzo, pero con alegría y dedicación constante.

En su edad más madura llegan a ser las abuelas cariñosas que con sus regaloneos hacen la delicia de sus nietos. Con su entrega amorosa se transforman en segundas madres siempre con más cariño y ternura que con retos, a diferencia de sus madres legítimas que se ven en la obligación de impartir cierta disciplina. Las abuelas son recordadas con ese sentimiento tan especial de amor y agradecimiento.

¿Cómo pueden transformarse estos sentimientos tan idílicos hacia la mujer en una agresividad que muchas veces deriva en violencia? ¿Quésituación mental tan lamentable hace posible que se cometan abusos inaceptables hacia ellas como violaciones, acosos, femicidios, explotación y maltratos de toda índole? ¿Qué clima cultural tan malsano permite que las mutilemos, lapidemos y torturemos por faltas que los hombres alaban para ellos?

La cultura machista predominante en todas las culturas no es suficiente para justificar tanta aberración. Sin duda hay elementos culturales que van más allá de solamente el género. Es una situación de falta de respeto que va más allá de eso, una agresividad sicológica que se descarga con el más débil, del más grande al más chico, del más rico al más pobre, del más fuerte al más débil, del hombre hacia la mujer.

La falta de reconocimiento de los seres humanos como iguales, independiente de su raza, género y condición social conspira en la misma dirección. Mientras no nos reconozcamos como seres del mismo valor siempre habrá violencia y abusos. Y eso forma parte de nuestra cultura patriarcal.

Una educación basada en la competencia, en la ambición como motor del desarrollo y del crecimiento no puede conducir sino a la agresividad y a la violencia, no solamente de género, sino de todo orden. Una educación, en cambio, basada en la cooperación, en la ayuda mutua, en el compartir, y en el servir más que en el recibir creará el clima de fraternidad que terminará con todas las violencias, incluida la de género.

Estamos echando por la borda nuestro futuro y la de nuestros hijos y nietos al no aprender a convivir con nuestras mujeres, al no reconocerlas, cuidarlas, apoyarlas y ayudarlas como debemos. Todos nos construimos mutuamente como personas, con generosidad, con respeto, con cariño. Cosechamos lo que sembramos, y si nos esforzamos en dar lo mejor de nosotros mismos, recibiremos lo mejor de los demás también. Es la ley de la reciprocidad. No falla.

El consejo que es necesario dar a las mujeres es que no sean madres machistas, que no perpetúen el sexismo, que eduquen a sus hijos en el más puro equitativismo entre niños y niñas, enséñenles a los niños a respetar a las mujeres, a quererlas y servirlas, a dar lo mejor de sí mismos cuando sean amigos, novios, padres o abuelos. Y así serán felices en sus relaciones con ellas. Siempre tiernos y amables, amorosos, respetuosos y serviciales.

Finalmente un breve homenaje a nuestras queridas mujeres:

“Es la mujer madre el crisol en que se funde nuestra propia existencia, es la mujer hermana el bálsamo en nuestras horas de amargura, es la mujer amiga la compañera que nos brinda la esencia de su espíritu, es la mujer novia la artista que tiñe de color de rosa nuestros horizontes, es la mujer esposa el ánfora magnífica en que vaciamos nuestro instinto creador, es la mujer hija el sólido punto de apoyo en  nuestra ancianidad”