Nuevas y viejas generaciones de izquierda se han aglutinado en torno a la candidatura presidencial de Gabriel Boric. Los jóvenes han abierto las alamedas y los viejos los estamos siguiendo. Se anuncia un nuevo país en que la justicia y la igualdad debieran ser patrimonio de todos nuestros pueblos. Si lo logramos podremos pagar la deuda que tenemos con Salvador Allende.

El Gobierno de la Unidad Popular instaló grandes esperanzas en el pueblo chileno. La nacionalización del cobre permitió recuperar los millones de dólares que se llevaban al exterior las empresas transnacionales; la profundización de la reforma agraria hizo posible que campesinos y mapuches se beneficiaran de las tierras que trabajaban; el control público de la banca y de las empresas monopólicas quería terminar con la usura en el crédito y los precios injustos a los consumidores; la participación de los trabajadores en las empresas fue un hecho inédito; las universidades con educación para los obreros se democratizaron; y el arte y la cultura alcanzaron alturas reconocidas internacionalmente.

Sin embargo, la misma generación que gobernó con Allende y que llevó a cabo el tránsito de la dictadura a la democracia no fue capaz de terminar con el neoliberalismo, aceptando injusticias y desigualdades. Lo dijeron con fuerza los jóvenes el 18-O: no son los treinta pesos, sino los treinta años.

Fueron los jóvenes, primero los de la enseñanza media y luego los universitarios, quienes encendieron la chispa de las transformaciones. Las movilizaciones en favor de una educación gratuita y digna se extendieron a demandas feministas, medioambientalistas, contra las AFP y por una salud decente. Y no hay que olvidar que en la primera línea de estas luchas estuvieron Gabriel Boric, Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Karol Cariola. Ellos están decididos a instalar un Gobierno de transformaciones en nuestro país.

El resultado de las primarias ha sido categórico. Surgió un nuevo liderazgo en la política chilena. Los partidos y dirigentes de la ex Concertación/Nueva Mayoría han terminado en la ruina, cerrando de forma vergonzante un ciclo político de treinta años. Ya nadie vota por ellos, ni siquiera sus propios militantes.

Algunos de nosotros, hoy comprometidos con el nuevo liderazgo de la izquierda, y que fuimos algunos años parte de la Concertación, renunciamos a la militancia de sus partidos porque nos rebelamos ante una transición subordinada a los grupos económicos, y además porque nos llenó de vergüenza la corrupción político-empresarial.

El crecimiento, como argumento principal de la transición –que todavía sostienen políticos, empresarios y economistas del establishment– se olvidó de los temas de mayor sensibilidad para el socialismo histórico y para la izquierda en general: la sindicalización de los trabajadores; las desigualdades de ingresos; una educación, salud y jubilaciones dignas; la industrialización; la defensa de los consumidores, un Estado defensor de los débiles y una política internacional latinoamericanista. Por cierto, ahora, se incorporan nuevos temas, que alimentan el programa de transformaciones: el feminismo, ecologismo y la regionalización.

Algunos disidentes del Partido Socialista, junto a otros sectores de la izquierda, intentamos, con Jorge Arrate en 2009, levantar un proyecto de ruptura con el neoliberalismo. No tuvimos buenos resultados, pero la dignidad de nuestra propuesta quizás entregó un modesto aporte a las ideas y movilizaciones que se desplegaron posteriormente. Otros socialistas encontraron formas alternativas de protesta y disidencia ante a un PS entregado al neoliberalismo, el autoritarismo y la falta de respeto a su militancia.

Los socialistas históricos, que nos comprometimos con las luchas e ideas transformadoras de Recabarren, Eugenio González, Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda y Salvador Allende, esperamos que Boric sea una continuidad de esos líderes. Esa historia de luchas y sus ideas, junto a las de la actual generación, otorgan fuerza insuperable al proyecto de cambios que demanda la sociedad chilena.

Gran parte de la ciudadanía ha depositado su confianza en la nueva generación para encabezar la candidatura presidencial de Apruebo Dignidad. El proyecto, para construir un país más igualitario y justo no está sembrado de rosas, como tampoco lo estuvo el de Allende. Sin embargo, tenemos la convicción de que la madurez de la sociedad chilena asegurará su triunfo en noviembre. Ello le permitirá a Boric ayudarnos a pagar la deuda que tenemos con Salvador Allende.