Me resulta imposible, probablemente como a muchos de mi generación, crecida en paralelo a la portentosa trayectoria de los Rolling Stones, sustraerme a un instante de evocación y homenaje, al enterarme de la partida del entrañable e inimitable Charlie Watts.

En sus casi ininterrumpidos 58 años en la carretera, sin duda la banda más longeva de la historia del rock, y acaso de la música de todos los tiempos, los stones acumulan morrocotudos logros y marcas asombrosas.

A modo de ejemplo, han grabado o producido 30 álbumes de estudio; 33 álbumes en directo; 29 álbumes recopilatorios; 121 sencillos; 48 álbumes en video; 77 videos sencillos y 20 álbumes digitales, así como han enterado 22 giras mundiales; todas ellas en grandes estadios, siempre a tablero vuelto.

Es virtualmente imposible calcular el número de conciertos ofrecidos, así como tampoco se sabrá jamás el total de sus espectadores, ni cuanto dinero han recaudado en ellos, o ganado en su carrera.

En cambio, se sabe con relativa certeza que han vendido cerca de 250 millones de álbumes y que Jagger y Richards han compuesto más de 350 temas o canciones -productividad comparable a la de Mozart o Telemann- muchos de ellos entre los clásicos del siglo veinte, y otros tantos, utilizados en bandas sonoras de cine y televisión.

El punto es que nada de ello hubiera sido posible, sin el impasible e imperturbable Charlie Watts.

Era el cable a tierra que posibilitaba los egóticos devaneos de Mick Jagger y los delirantes desenfrenos de Keith Richads; la certeza a partir de la cual pudieron desarrollar sus notables talentos; y, perdónese el lugar común, el corazón de los stones, sin cuya regularidad no habrían podido resistir la prueba del tiempo, del mismo modo que no se puede caminar erguido sin una columna vertebral que lo permita.

Dialécticamente, la grandeza de Watts radicaba en su sencilla humanidad, tan ajena a los histriónicos desplantes e intensas peripecias de los «glimmer twins», pero siempre leal y dispuesto con el grupo.

Baterista reconocido entre los mejores de su generación, integró junto al bajista Bill Wyman hasta 1993 -cuando éste se bajó de la banda- la mejor sección rítmica de la historia del rock, o más propiamente, la que estableció los parámetros.

Paradójicamente, siempre se sintió un baterista de jazz. De hecho, sin ruido ni jactancia, desde 2009, tenía su propia banda, The ABC and D of Boogie Woogie, de éxito multitudinariamente discreto, pero altamente apreciado en círculos de iniciados. En el jazz, participó en numerosas actividades y proyectos, a los que era frecuentemente invitado, por músicos de gran nivel.

Diseñador gráfico antes de caer en los stones en 1963, su opinión era escuchada y respetada, cuando se discutía tal o cual portada, o el diseño de los fastuosos recursos escenográficos y lumínicos que encuadran sus presentaciones.

Alejado del ruido y las luces de la industria del espectáculo, fue lo que se conoce como un hombre de familia. Se casó con su única mujer, Shirley Ann Shepherd, en 1964, con quién tuvo una hija, Serafina, en marzo de 1968, que a su vez engendró a su única nieta, Charlotte, con todas las cuales vivía en una finca campestre, en las llanuras de Wessex.

En esa condición, soportaba mucho más mal que bien el eterno peregrinaje de las piedras rodantes por las carreteras del mundo ancho y ajeno.

Desarrolló el hábito compulsivo de dibujar cada nueva habitación de hotel que ocupaba, así como su mobiliario, una colección de bocetos que ocupa varios tomos.

Habitación de hotel que raramente abandonaba para participar en las juergas de sus compañeros, y en la que no admitía a las «groupies», siempre ávidas de joda con las estrellas del rock.

«Nunca me he avenido con el estereotipo de la estrella de rock. Se supone que es sexo, drogas y rock and roll. No soy realmente así. Nunca he visto a los Rolling Stones como algo así», dijo en alguna oportunidad.

«La verdad es que nunca me ha interesado todo eso y todavía no me interesa», manifestó Watts al diario The San Diego Tribune en 1991:

«No sé qué es el mundo del showbusiness y nunca he mirado la MTV. Hay personas que solo tocan instrumentos, y me gusta saber que soy una de ellas».

Moderado bebedor y consumidor de drogas blandas, experimentó una crisis personal, entre 1983-86, coincidente con la separación del grupo, que lo condujo al abuso del primero y a la escalada hacia las drogas duras, particularmente heroína. Logró salir, como dijo después, porque comprendió, al borde del abismo, que el paso siguiente le costaría la familia.

Su talante apacible y tranquilo competía con rasgos de acusada personalidad y extravagancia sajona.

Era legendaria su elegancia en el vestir, y sus maneras de «gentleman». Aprovechaba las giras para visitar museos y lugares de interés histórico. Era un compulsivo coleccionista de armas y objetos de la guerra civil estadounidense, al tiempo que de costosos automóviles, que no conducía por no saber hacerlo, limitándose a sentarse en su interior, por horas, en el garaje de su finca en Dolton, aldea rural cercana a Devon, suroeste de Inglaterra, donde además criaba caballos árabes.

Una anécdota relatada por Keith Richards, en su libro auto-biográfico Vida, ahorra mayores comentarios.

Llegados el suscrito y Jagger al hotel a las cinco de la madrugada, luego de una juerga; éste último decidió gastarle una broma al bueno de Charlie.

Lo llamó por teléfono a la habitación para decirle:

– ‘¿Dónde está mi baterista?’.

Este colgó sin decir palabra. Veinte minutos después, impecablemente vestido, golpeó la puerta de la habitación; entró y encaró al vocalista:

«Nunca me vuelvas a llamar ‘tu baterista’»; dicho lo cual, le encajó un derechazo que lo derrumbó sobre un sofá.

Al momento de su deceso, Charles Robert Watts acumulaba un patrimonio calculado en USD170 millones, varias veces menor al de los «glimmer stones», alimentado por la inagotable riada de los derechos de autor; si bien en ninguno de los casos, ni para ninguno de ellos, el dinero era el factor principal.

Watts superó su aversión al eterno rodar por la carretera, debido al mismo tipo de razones por las cuales Richards derrotó su adicción a la heroína, y Jagger aceptó que la suma de las partes era mayor que las individualidades; a saber, la convicción compartida de que a) la música está por sobre todo, y b) que los Rolling Stones son la banda de rock más grande del mundo.

Murió a los ochenta años, previo al inicio de una nueva gira, a la que debió renunciar, por primera vez en 58 años, por motivos de salud. Para su círculo familiar e íntimo, no resultó una sorpresa, pues en 2004, ya había sido tratado de cáncer de garganta; en cambio, conforme a su habitual patrón de reserva, para el mundo sí lo fue.

Partió en paz, y rodeado del afecto de los suyos. El comunicado difundido por la agencia de prensa de los Stones, señala que Watts fue «un querido esposo, padre y abuelo» y «uno de los más grandes bateristas de su generación». Como no podía ser distinto, solicitó «respeto por la intimidad de la familia y los amigos en este momento difícil».

En el sobrio estilo que lo caracterizó, el mejor homenaje en su memoria puede reducirse a dos conceptos: gracias por la música y por haber cimentado el camino de uno de los fenómenos culturales más característicos de la segunda mitad del siglo veinte.

Sus compañeros de ruta también escogieron el homenaje minimalista: Jagger y Richards despidieron a Watts con imágenes en redes

La última actuación del baterista con los Stones tuvo lugar en el Hard Rock Stadium de Miami Gardens en Florida el viernes 30 de agosto de 2019 como parte de la gira No Filter, que ofrecemos a continuación:

Fuente: Red Digital

In Memoriam Charlie Watts