13 de Julio 2021, El Espectador

 

“Memorias dispersas” parece un libro escrito para ser contado durante diez atardeceres, en un balcón abierto al cielo. En cada página siento la voz de su autor y sus ideas vueltas prosa, palabras llenas de historia, de infancia, juventud y trabajo; cada párrafo es un trazo espontáneo, desprovisto de pretensiones; cero soberbias, cero dogmatismos. Hay sí, profundidad, hay país, política y humor; hay repasos y presagios cargados de lo que uno llamaría nostalgia, y para él son “meditaciones en solitario”. Hay agnosticismo, desafíos, revelaciones y rebeldías.

“Memorias dispersas” podría caber en una docena de cuadernos imaginarios o en poco más de 70 años de vida: en Colombia y en el mundo diplomático; en las negociaciones con la guerrilla más antigua de América, en las ventanas de Manzanares y en el Malecón de La Habana; en altos cargos públicos y en la sorpresa de un niño vestido de cura “oficiando misa” en la sala de su casa. De monaguillo a nadaista, de poeta a embajador, de ministro a irreverente… cuántas misiones y vocaciones han pasado por las manos de Humberto De La Calle, el hombre que logró el Acuerdo de Paz con las FARC, y sin dejar la bohemia ha sido candidato a la presidencia, abogado, magistrado, constituyente, familia, amigo y gobernante. Ha hecho suya la libertad de conciencia, de pensamiento y expresión. Un estadista, un hombre de principios, un conversador de la vida y la muerte; con una inteligencia llena de luz, de emociones y convicciones, De La Calle habla y escribe sin cortinas ni vanidades.

Queda claro en el libro que el autor no pretende ser el dueño de la verdad, pero uno siente en él a un genuino demócrata, un perfecto ejemplo de la ética laica y de una vocación de servicio endosada a la construcción de un mejor país. Uno siente que mientras De La Calle exista, Colombia no tocará fondo.

En el libro cuenta con una naturalidad deliciosa, anécdotas sobre expresidentes, premios Nobel, pensadores, obispos, partidos políticos y políticos partidos por el narcisismo, por la violencia o la persecución. Habla sobre relaciones internacionales, los jóvenes que se la jugaron toda por él y la derrota en las elecciones del 2018; las críticas durísimas y las ovaciones con miles de personas aplaudiendo el triunfo de la paz. Habla de su compañera de vida, su mujer por más de 50 años, Rosalba, “persistencia, resiliencia y tenacidad”.

“Memorias dispersas” aborda el tema de la inequidad, el perdón y los campesinos; la reforma agraria, siempre aplazada con torpeza y egoísmo; los puntos de encuentro, cada vez más perdidos. ¿Sabían que cada día de guerra costó 22.000 millones de pesos? 50 años de conflicto armado nos desangraron en 8 millones de víctimas y 380 billones de pesos. “Bastarían 17 días de lo gastado en el conflicto para cubrir completamente los beneficios económicos del proceso de desmovilización de las FARC”. (Y los usureros de la violencia se quejan por los costos de la paz).

Las últimas páginas son las más bellas; se refieren al humanismo, a la compasión, al amor y la solidaridad; hablan del desarrollo incluyente, de la necesidad de no perder la humildad, la urgencia de abrazar y “no solo comprender, sino sobre todo sentir”.

Y habla de la muerte, de las muertes: las miserables, las audaces, las heroicas, las egoístas, las violentas, las anunciadas… Esas que irreversiblemente deciden cuál es la última página de nuestra vida.

“Memorias dispersas”, un libro abierto, para recorrer y sentir el valor de lo humano y la fuerza de la libertad.

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