Muchas son la interpretaciones sobre la reciente cumbre Putin-Biden en Ginebra. Contar con la opinión de Lavrov puede ayudar mucho a comprender lo que sucedió y qué se puede esperar de aquí en adelante del poco confiable Occidente.

por Serguéi Lavrov*

La conversación franca y generalmente constructiva que tuvo lugar en la reunión cumbre del 16 de junio de 2021 entre los presidentes Vladimir Putin y Joseph Biden en Ginebra resultó en un acuerdo para iniciar un diálogo sustantivo sobre estabilidad estratégica, reafirmando la premisa crucial de que la guerra nuclear es inaceptable. Las dos partes también llegaron a un entendimiento sobre la conveniencia de entablar consultas sobre ciberseguridad, el funcionamiento de misiones diplomáticas, el destino de los ciudadanos rusos y estadounidenses en prisión y una serie de conflictos regionales.

El líder ruso dejó en claro, incluso en sus declaraciones públicas, que encontrar un equilibrio de intereses mutuamente aceptable estrictamente sobre la base de la paridad es la única forma de transitar cualquiera de estos asuntos. No hubo objeciones durante las conversaciones. Sin embargo, inmediatamente después, los funcionarios estadounidenses, incluso aquellos que participaron en la reunión de Ginebra, comenzaron a afirmar lo que parecían ser principios pasados ​​por alto en la reunión, pero diciendo que los habían «dejado en claro» a Moscú, que «manifestaron sus demandas y lo advirtieron». Además, todas estas “advertencias” iban de la mano de amenazas: si en cuestión de varios meses Moscú no acepta las “reglas de tránsito” (esto es una expresión coloquial, no se refiere a ningún acuerdo diplomático. Nota del traductor) establecidas en Ginebra, se vería sometido a renovada presión.

Por supuesto, todavía está por verse, como ya se ha mencionado, como se desarrollarán las consultas para definir formas específicas de cumplir con los entendimientos de Ginebra. Como dijo Vladimir Putin durante su conferencia de prensa después de las conversaciones, «tenemos mucho en lo que trabajar». Dicho esto, es revelador que la inerradicable posición de Washington se expresó inmediatamente después de las conversaciones, especialmente desde las capitales europeas prestaron atención de inmediato al sentimiento del Gran Hermano y adoptaron la melodía con mucho gusto y deleite. La esencia de sus declaraciones es que están dispuestos a normalizar sus relaciones con Moscú, pero solo después de que cambie la forma en que se comporta.

Es como si un coro hubiera sido arreglado para cantar junto con el vocalista principal. Parece que de esto se trataba la serie de eventos occidentales de alto nivel en la preparación de las conversaciones entre Rusia y Estados Unidos: la Cumbre del Grupo de los Siete en Cornualles, Reino Unido, la Cumbre de la OTAN en Bruselas, así como la reunión de Joseph Biden con el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Estas reuniones se prepararon cuidadosamente de una manera que no deja ninguna duda de que Occidente quería enviar un mensaje claro: se mantiene unido como nunca antes y hará lo que crea correcto en los asuntos internacionales, mientras obliga a otros, principalmente a Rusia y China, para seguir su ejemplo. Los documentos adoptados en las cumbres de Cornualles y Bruselas cimentaron el concepto de orden mundial basado en reglas como un contrapeso a los principios universales del derecho internacional con la Carta de la ONU como su fuente principal.

Al hacerlo, Occidente deliberadamente evita deletrear las reglas que pretende seguir, al igual que se abstiene de explicar por qué son necesarias. Después de todo, ya existen miles de instrumentos jurídicos internacionales universales que establecen compromisos nacionales claros y mecanismos de verificación transparentes. La belleza de estas «reglas» occidentales reside precisamente en el hecho de que carecen de cualquier contenido específico. Cuando alguien actúa en contra de la voluntad de Occidente, inmediatamente se le responde con una afirmación infundada de que «se han violado las reglas» (sin molestarse en presentar ninguna prueba) y Occidente declara su «derecho a exigir responsabilidades a los perpetradores». Cuanto menos específicos sean, más libres tendrán sus manos para continuar con la práctica arbitraria de emplear tácticas sucias como una forma de presionar a los competidores. Durante la denominada «salvaje década de los noventa» en Rusia, solíamos referirnos a tales prácticas como deponer la ley.

Para los participantes en las cumbres del G7, de la OTAN y de Estados Unidos-Unión Europea, esta serie de eventos de alto nivel marcó el regreso de Estados Unidos a los asuntos europeos y la consolidación restaurada del Viejo Mundo bajo el ala de la nueva administración en Washington. La mayoría de los miembros de la OTAN y la UE se enfrentaron a este cambio de sentido con comentarios entusiastas en lugar de solo un suspiro de alivio. La adhesión a los valores liberales como estrella guía de la humanidad proporciona un fundamento ideológico para la reunificación de la «familia occidental». Sin falsa modestia, Washington y Bruselas se autodenominaron «un ancla para la democracia, la paz y la seguridad», en oposición al «autoritarismo en todas sus formas». En particular, proclamaron su intención de utilizar sanciones para «apoyar la democracia en todo el mundo». A tal efecto, asumieron la idea estadounidense de convocar una Cumbre por la Democracia. A no equivocarse, Occidente seleccionará a los participantes en esta cumbre. También establecerá una agenda que probablemente no encontrará oposición por parte de los participantes de su elección. Se ha hablado de que los países exportadores de democracia asumen «compromisos reforzados» para garantizar la adhesión universal a los «estándares democráticos» y diseñan mecanismos para controlar estos procesos.

También cabe destacarse la revitalizada Carta Atlántica angloamericana aprobada por Joseph Biden y Boris Johnson el 10 de junio de 2021 al margen de la Cumbre del G7. Fue lanzada como una versión actualizada del documento de 1941 firmado por Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill con el mismo título. En ese momento, jugó un papel importante en la configuración de los contornos del orden mundial de la posguerra.

Sin embargo, ni Washington ni Londres mencionaron un hecho histórico esencial: hace ochenta años, la URSS y varios gobiernos europeos en el exilio se adhirieron a la carta de 1941, allanando el camino para convertirla en uno de los pilares conceptuales de la Coalición Anti-Hitler y uno de los modelos legales de la Carta de la ONU.

De la misma manera, la Nueva Carta del Atlántico ha sido diseñada como un punto de partida para la construcción de un nuevo orden mundial, pero guiada únicamente por las «reglas» occidentales. Sus disposiciones están contaminadas ideológicamente. Buscan ampliar la brecha entre las llamadas democracias liberales y todas las demás naciones, así como legitimar el orden basado en reglas. La nueva carta no menciona a la ONU ni a la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), aunque afirma sin reservas la adhesión de las naciones occidentales a sus compromisos como miembros de la OTAN, vistos de facto como el único centro legítimo de toma de decisiones (al menos así es como el exsecretario de la OTAN -el general Anders Fogh Rasmussen- describió el papel de la OTAN). Está claro que la misma filosofía guiará los preparativos de la Cumbre por la Democracia.

Etiquetados como «poderes autoritarios», Rusia y China han sido designados como los principales obstáculos para cumplir con la agenda establecida en las cumbres de junio. Desde una perspectiva general, ellos se enfrentan a dos grupos de agravios, vagamente definidos como externos e internos. En términos de asuntos internacionales, se acusa a Pekín de ser demasiado asertivo en la búsqueda de sus intereses económicos (la iniciativa de la Franja y la Ruta), así como de expandir su poderío militar y, en general, tecnológico, con miras a incrementar su influencia. Rusia está acusada de adoptar una «postura agresiva» en varias regiones. Esta es la forma en que tratan la política de Moscú dirigida a contrarrestar las aspiraciones ultrarradicales y neonazis en su vecindad inmediata, donde los derechos de los rusos, así como de otras minorías étnicas, están siendo reprimidos, y la lengua, la educación y la cultura rusas erradicadas. También les disgusta el hecho de que Moscú defiende a países que se convirtieron en víctimas de las apuestas occidentales, fueron atacados por terroristas internacionales y corrieron el riesgo de perder su condición de Estado, como fue el caso de Siria.

No obstante, Occidente se reservó sus palabras más importantes para el funcionamiento interno de los países «no democráticos» y su compromiso de remodelarlos para que encajen en el molde occidental. Esto implica hacer que la sociedad cumpla con la visión de la democracia predicada por Washington y Bruselas. Esto está en la raíz de las demandas de que Moscú y Pekín, así como todos los demás, sigan las prescripciones occidentales sobre derechos humanos, sociedad civil, tratamiento de la oposición, medios de comunicación, gobernanza e interacción entre las ramas del poder. Mientras proclama el «derecho» a interferir en los asuntos internos de otros países por el bien de promover la democracia tal como la entiende, Occidente pierde instantáneamente todo interés cuando planteamos la posibilidad de hacer que las relaciones internacionales sean más democráticas, incluida la renuncia al comportamiento arrogante y el compromiso de acatar los principios universalmente reconocidos del derecho internacional en lugar de las «reglas». Al expandir las sanciones y otras medidas coercitivas ilegítimas contra estados soberanos, Occidente promueve el gobierno totalitario en los asuntos globales, asumiendo una postura imperial y neocolonial en sus relaciones con terceros países. A estos se les pide que adopten el gobierno democrático bajo el modelo de elección occidental y se olviden de la democracia en los asuntos internacionales, ya que alguien decidirá todo por ellos. Todo lo que se les pide a estos terceros países es que guarden silencio o se enfrenten a represalias.

Los políticos lúcidos en Europa y Estados Unidos se dan cuenta de que esta política intransigente no conduce a ninguna parte y están comenzando a pensar de manera pragmática, aunque fuera de la vista del público, reconociendo que el mundo tiene más de una civilización. Están comenzando a reconocer que Rusia, China y otras potencias importantes tienen una historia que se remonta a mil años y tienen sus propias tradiciones, valores y forma de vida. Intentar decidir qué valores son mejores y qué valores son peores, parece sin sentido. En cambio, Occidente simplemente debe reconocer que hay otras formas de gobernar que pueden ser diferentes de los enfoques occidentales, y aceptar y respetar esto como un hecho. Ningún país es inmune a los problemas de derechos humanos, entonces, ¿por qué toda esta arrogancia de mirar por encima del hombro? ¿Por qué los países occidentales asumen que pueden abordar estos problemas por sí mismos, desde el punto de que son democracias, mientras que otros aún no han alcanzado este nivel y necesitan la ayuda que Occidente proveerá generosamente?

Las relaciones internacionales están atravesando cambios fundamentales que afectan a todos sin excepción. Intentar predecir a dónde nos llevarán es imposible. Aún así, hay una pregunta: aspiraciones mesiánicas aparte, ¿cuál es la forma de gobierno más eficaz para enfrentar y eliminar las amenazas que trascienden fronteras y afectan a todas las personas, sin importar dónde vivan? Los cientistas políticos están comenzando a comparar las cajas de herramientas disponibles utilizadas por las llamadas democracias liberales y por los «regímenes autocráticos». En este contexto, es revelador que se haya sugerido, aunque tímidamente, el término “democracia autocrática”.

Estas son consideraciones útiles, y los políticos serios que actualmente están en el poder, entre otros, deben prestar atención. Pensar y escudriñar lo que sucede a nuestro alrededor nunca ha lastimado a nadie. El mundo multipolar se está volviendo realidad. Los intentos de ignorar esta realidad afirmándose sí mismo como el único centro legítimo de toma de decisiones difícilmente traerán soluciones a desafíos reales, en lugar de descabellados. En cambio, lo que se necesita es un diálogo de respeto mutuo en el que participen las principales potencias y teniendo debidamente en cuenta los intereses de todos los demás miembros de la comunidad internacional. Esto implica un compromiso incondicional de respetar las normas y principios universalmente aceptados del derecho internacional, incluido el respeto de la igualdad soberana de los Estados, la no injerencia en sus asuntos internos, la resolución pacífica de conflictos y el derecho a la autodeterminación.

Tomándolo en su conjunto, el Occidente histórico dominó el mundo durante quinientos años. Sin embargo, no hay duda de que ahora ve que esta era llega a su fin, mientras Occidente se aferra al estatus que solía gozar y pone freno artificial al proceso objetivo que consiste en la emergencia de un mundo policéntrico. Esto provocó un intento de proporcionar un sustento conceptual a la nueva visión del multilateralismo. Por ejemplo, Francia y Alemania intentaron promover un «multilateralismo efectivo», arraigado en los ideales y acciones de la UE, y sirviendo de modelo para todos los demás, en lugar de promover el multilateralismo inclusivo de la ONU.

Al imponer el concepto de un orden basado en reglas, Occidente busca trasladar la conversación sobre temas clave a las plataformas de su agrado, donde no se pueden escuchar voces disidentes. Así es como surgen grupos de ideas afines y varios «llamamientos». Se trata de coordinar las recetas y luego hacer que todos los demás las sigan. Los ejemplos incluyen un «llamamiento para la confianza y la seguridad en el ciberespacio», «el llamamiento humanitario a la acción» y una «alianza mundial para proteger la libertad de los medios de comunicación». Cada una de estas plataformas reúne solo a varias docenas de países, lo que está lejos de ser una mayoría, en lo que respecta a la comunidad internacional. El sistema de la ONU ofrece plataformas de negociación inclusivas sobre todos los temas antes mencionados. Comprensiblemente, esto da lugar a puntos de vista alternativos que deben tomarse en consideración en la búsqueda de un compromiso, pero todo lo que Occidente quiere es imponer sus propias reglas.

Al mismo tiempo, la UE desarrolla regímenes de sanciones horizontales específicos para cada uno de sus «grupos de ideas afines», por supuesto, sin mirar atrás a la Carta de la ONU. Así es como funciona: quienes se suman a estos “llamamientos” o “alianzas” deciden entre ellos quién infringe sus requisitos en un ámbito determinado, y la Unión Europea impone sanciones a los culpables. Qué método tan conveniente. Pueden acusar y castigar por sí mismos sin necesidad de acudir al Consejo de Seguridad de la ONU. Incluso propusieron una justificación en este sentido: dado que tenemos una alianza de los multilateralistas más eficaces, podemos enseñar a otros a dominar estas mejores prácticas. Para aquellos que creen que esto es antidemocrático o está en desacuerdo con una visión de genuino multilateralismo, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ofreció una explicación en sus comentarios del 11 de mayo de 2021: el multilateralismo no significa la necesidad de lograr la unanimidad, y la posición de aquellos «quien no quiera seguir avanzando no debe poder detener … una ambiciosa vanguardia» de la comunidad mundial.

A no equivocarse: no hay nada de malo en las reglas per se. Por el contrario, la Carta de la ONU es un conjunto de reglas, pero estas reglas fueron aprobadas por todos los países del mundo, en lugar de por un grupo cerrado en una reunión acogedora.

Un detalle interesante: en ruso, las palabras «ley» y «regla» comparten una sola raíz. Para nosotros, una regla que es genuina y justa es inseparable de la ley. Este no es el caso de las lenguas occidentales. Por ejemplo, en inglés, las palabras «ley» y «regla» no comparten ninguna semejanza. ¿Se ve la diferencia? “Gobernar” no se trata tanto de la ley, en el sentido de las leyes generalmente aceptadas, como de las decisiones que toma quien manda o gobierna. También vale la pena señalar que «regla» comparte una sola raíz con «reglador», con los significados de este último, incluido el dispositivo común para medir y dibujar líneas rectas (Nota del traductor: a los fines de la comparación lingüistica que hace Lavrov he debido acomodar las palabras: la palabra reglador no se usa en castellano, sino más bien regulador, pero ésta palabra no tiene en castellano también el significado de «regla» -la que, además, se puede usar como fusta contra los alumnos que se portan mal-, ni regulador sintoniza con el estilo político de la «democracia» según Occidente). Se puede inferir que a través de su concepto de “reglas”, Occidente busca alinear a todos en torno a su visión o aplicar el mismo criterio a todos, de modo que todos caigan en un solo expediente.

Al reflexionar sobre la lingüística, la cosmovisión, los sentimientos y la forma en que varían de una nación o cultura a otra, vale la pena recordar cómo Occidente ha estado justificando la expansión sin reservas de la OTAN hacia el Oriente, hacia la frontera rusa. Cuando marcamos sobre las garantías proporcionadas a la Unión Soviética de que esto no sucedería, escuchamos que se trataba simplemente de promesas habladas y no había documentos firmados a tal efecto. Existe una tradición centenaria en Rusia de hacer acuerdos de apretón de manos sin firmar nada y mantener la palabra de uno como sacrosanta, pero parece poco probable que alguna vez se arraigue en Occidente.

Los esfuerzos para reemplazar el derecho internacional por «reglas» occidentales incluyen una política inmanentemente peligrosa de revisar la historia y los resultados de la Segunda Guerra Mundial y los veredictos de los juicios de Nuremberg como la base del orden mundial actual. Occidente se niega a apoyar una resolución de la ONU patrocinada por Rusia que proclama que glorificar el nazismo es inaceptable y rechaza nuestras propuestas de discutir la demolición de monumentos a quienes liberaron Europa. También quieren condenar al olvido acontecimientos trascendentales de la posguerra, como la Declaración de la ONU de 1960 sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales, iniciada por nuestro país. Las antiguas potencias coloniales buscan borrar este recuerdo reemplazándolo con rituales inventados apresuradamente, como arrodillarse antes de las competencias deportivas, para desviar la atención de su responsabilidad histórica por los crímenes de la era colonial.

El orden basado en reglas es la encarnación de dobles raseros. El derecho a la libre determinación se reconoce como una «regla» absoluta siempre que pueda utilizarse con ventaja. Esto se aplica a las Islas Malvinas, o Falklands, a unos 12.000 kilómetros de Gran Bretaña, a los antiguos territorios coloniales remotos que retienen París y Londres a pesar de las múltiples resoluciones de la ONU y fallos de la Corte Internacional de Justicia, así como Kosovo, que obtuvo su “ independencia ”en violación de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, si la autodeterminación va en contra de los intereses geopolíticos occidentales, como sucedió cuando el pueblo de Crimea votó por la reunificación con Rusia, este principio se deja de lado, mientras se condena la libre elección del pueblo y se lo castiga con sanciones.

Además de invadir el derecho internacional, el concepto de «reglas» también se manifiesta en intentos de invadir la verdadera naturaleza humana. En varios países occidentales, los estudiantes aprenden en la escuela que Jesucristo era bisexual. Los intentos de políticos razonables de proteger a la generación más joven de la propaganda LGBT agresiva se encuentran con protestas belicosas de la «Europa ilustrada». Todas las religiones del mundo, el código genético de las civilizaciones clave del planeta, están bajo ataque. Estados Unidos está a la vanguardia de la interferencia estatal en los asuntos de la iglesia, buscando abiertamente abrir una brecha en el mundo ortodoxo, cuyos valores se consideran un poderoso obstáculo espiritual para el concepto liberal de permisividad sin límites.

Es llamativa la insistencia e incluso la terquedad demostrada por Occidente al imponer sus “reglas”. Por supuesto, la política interna es un factor, con la necesidad de mostrar a los votantes lo dura que puede llegar a ser su política exterior cuando tiene que vérselas con «enemigos autocráticos» durante cada ciclo electoral, lo que ocurre cada dos años en los Estados Unidos.

Sin embargo, también fue Occidente quien acuñó el lema “libertad, igualdad, fraternidad”. No sé si el término «fraternidad» es políticamente correcto en la Europa de hoy desde una «perspectiva de género», pero no ha habido intentos de invadir la igualdad hasta ahora. Como se mencionó anteriormente, mientras predica la igualdad y la democracia en sus países y exige que otros sigan su ejemplo, Occidente se niega a discutir formas de garantizar la igualdad y la democracia en los asuntos internacionales.

Este enfoque está claramente en desacuerdo con los ideales de libertad. El velo de su superioridad esconde la debilidad y el miedo de entablar una conversación franca no solo con los deseosos de alinearse y aquellas personas que sólo dicen «sí», sino también con opositores con creencias y valores diferentes, no neoliberales o neoconservadores, pero aquellos aprendidos en el regazo de la madre, heredados de muchas generaciones pasadas, tradiciones y creencias.

Es mucho más difícil aceptar la diversidad y la competencia de ideas en el desarrollo del mundo que inventar recetas para toda la humanidad dentro de un círculo estrecho de personas de ideas afines, libres de cualquier disputa sobre cuestiones de principio, lo que hace que el surgimiento de verdades sea casi imposible. Sin embargo, las plataformas universales pueden producir acuerdos mucho más sólidos, sostenibles y sujetos a verificación objetiva.

Esta verdad inmutable lucha por abrirse camino hasta las élites occidentales, consumidas como están por el complejo de excepcionalismo. Como mencioné anteriormente en este artículo, justo después de las conversaciones entre Vladimir Putin y Joseph Biden, los funcionarios de la UE y la OTAN se apresuraron a anunciar que nada ha cambiado en la forma en que tratan a Rusia. Además, están dispuestos a ver que sus relaciones con Moscú se deterioren aún más, afirmaron.

Además, es una minoría rusófoba agresiva la que marca cada vez más la política de la Unión Europea, como confirmó la Cumbre de la UE en Bruselas los días 24 y 25 de junio de 2021, donde el futuro de las relaciones con Rusia estaba en la agenda. La idea expresada por Angela Merkel y Emmanuel Macron de mantener una reunión con Vladimir Putin fue eliminada antes de que saliera a la luz. Los observadores señalaron que la Cumbre Rusia-Estados Unidos en Ginebra equivalía a un visto bueno por parte de Estados Unidos para tener esta reunión, pero los estados bálticos, alineándose con Polonia, interrumpieron este intento «descoordinado» de Berlín y París, mientras el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania convocó a los embajadores de Alemania y Francia para explicar las acciones de sus gobiernos. Lo que surgió de los debates en la cumbre de Bruselas fue una instrucción a la Comisión Europea y al Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea para diseñar nuevas sanciones contra Moscú sin hacer referencia a ningún «pecado» específico, por si acaso. Sin duda, se les ocurrirá algo, si surge la necesidad.

Ni la OTAN ni la UE tienen la intención de desviarse de su política de subyugar a otras regiones del mundo, proclamando una misión mesiánica global autodesignada. La Organización del Tratado del Atlántico Norte busca contribuir de manera proactiva a la estrategia de Estados Unidos para la región del Indo-Pacífico, claramente dirigida a contener a China y socavar el papel de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en sus esfuerzos de décadas para construir una arquitectura de cooperación inclusiva para Asia-Pacífico. A su vez, la Unión Europea elabora programas para “acoger” los espacios geopolíticos en su vecindad y más allá, sin coordinar estas iniciativas ni siquiera con los países invitados. De esto se trata la Asociación Oriental, así como un programa reciente aprobado por Bruselas para Asia Central. Existe una diferencia fundamental entre estos enfoques y los que guían los procesos de integración con la participación de Rusia: la CEI (Comunidad de Estados Independientes), la CSTO (Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva), EurAsEC (Comunidad Económica Eurasiática) y la OCS (Organización de Cooperación de Shangai), que buscan desarrollar relaciones con socios externos exclusivamente sobre la base de la paridad y el mutuo acuerdo.

Con su actitud de desprecio hacia otros miembros de la comunidad internacional, Occidente se encuentra en el lado equivocado de la historia.

Los países serios y que se respetan a sí mismos nunca tolerarán los intentos de hablar con ellos a través de ultimátums y discutirán cualquier tema solo en pie de igualdad.

En cuanto a Rusia, ya es hora de que todos comprendan que hemos trazado una línea definitiva ante cualquier intento de jugar un partido de ida con nosotros. Todos los mantras que escuchamos desde las capitales occidentales sobre su disposición a volver a encarrilar sus relaciones con Moscú siempre que se arrepienta y cambie de rumbo, carecen de sentido. Aún así, muchos persisten, como por inercia, en presentarnos demandas unilaterales, lo que da poco crédito, si es que lo hay, a lo realistas que son.

La política de hacer que la Federación de Rusia se desarrolle por sí misma, independientemente y protegiendo los intereses nacionales, sin dejar de estar abierta a llegar a acuerdos con socios extranjeros en igualdad de condiciones, ha sido durante mucho tiempo el núcleo de todos sus documentos de toma de posición sobre política exterior, seguridad nacional y defensa. Sin embargo, a juzgar por las medidas prácticas tomadas en los recientes años por Occidente, probablemente pensaron que Rusia realmente no quería decir lo que predicaba, como si no tuviese la intención de seguir estos principios. Esto incluye la respuesta histérica a los esfuerzos de Moscú por defender los derechos de los rusos tras el sangriento golpe de estado de 2014 en Ucrania, apoyado por Estados Unidos, la OTAN y la UE. Pensaron que si aplicaban un poco más de presión sobre las élites y apuntaban a sus intereses, mientras expandían las sanciones personales, financieras y de otro tipo, Moscú entraría en razón y se daría cuenta de que enfrentaría crecientes desafíos en su camino de desarrollo, siempre y cuando no «cambie su comportamiento», lo que implica obedecer a Occidente. Incluso cuando Rusia dejó en claro que consideramos esta política de Estados Unidos y Europa como una nueva realidad y procederemos en asuntos económicos y de otra índole partiendo de la premisa de que no podemos depender de socios poco fiables, Occidente persistió en creer que, al final del día, Moscú «volverá en sí» y hará las concesiones necesarias en aras de la recompensa financiera. Permítanme enfatizar lo que el presidente Vladimir Putin ha dicho en múltiples ocasiones: no ha habido concesiones unilaterales desde finales de la década de 1990 y nunca las habrá. Si desea trabajar con nosotros, recuperar beneficios perdidos y reputaciones empresariales, permítanos sentarnos y acordar las formas en que podemos encontrarnos a mitad de camino para encontrar soluciones y compromisos justos.

Es esencial que Occidente comprenda que esta es una cosmovisión firmemente arraigada entre el pueblo de Rusia, que refleja la actitud de la abrumadora mayoría aquí. Los oponentes «irreconciliables» del gobierno ruso que han apostado por Occidente y creen que todos los males de Rusia provienen de su postura anti-occidental abogan por concesiones unilaterales en aras de que se levanten las sanciones y se obtengan hipotéticos beneficios económicos. Pero son totalmente marginales en la sociedad rusa. Durante su conferencia de prensa del 16 de junio de 2021 en Ginebra, Vladimir Putin dejó muy claro lo que busca Occidente cuando apoya a estas fuerzas marginales.

Estos son esfuerzos disruptivos en lo que respecta a la historia, mientras que los rusos siempre han demostrado madurez, un sentido de autorrespeto, dignidad y orgullo nacional, y la capacidad de pensar de forma independiente, especialmente durante los tiempos difíciles, sin dejar de estar abiertos al resto del mundo, pero solo en pie de igualdad y de beneficio mutuo. Una vez que dejamos atrás la confusión y el caos de la década de 1990, estos valores se convirtieron en la piedra angular del concepto de política exterior de Rusia en el siglo XXI. El pueblo de Rusia puede decidir cómo ve las acciones de su gobierno sin recibir ninguna indicación del exterior.

En cuanto a la cuestión de cómo proceder en el escenario internacional, no hay duda de que los líderes siempre jugarán un papel importante, pero deben reafirmar su autoridad, ofrecer nuevas ideas y liderar a través de la convicción, no por ultimátums. El Grupo de los Veinte, entre otros, es una plataforma natural para elaborar acuerdos mutuamente aceptables. Reúne a las principales economías, jóvenes y mayores, incluido el G7, así como a los BRICS y países de ideas afines. La iniciativa de Rusia de formar una Gran Asociación Euroasiática mediante la coordinación de los esfuerzos de los países y organizaciones de todo el continente tiene un gran potencial de consolidación. Buscando facilitar una conversación honesta sobre los asuntos clave de estabilidad global, el presidente Vladimir Putin sugirió convocar una cumbre de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que tienen la responsabilidad especial de mantener la paz y la estabilidad internacionales en el planeta.

Los esfuerzos para llevar más democracia a las relaciones internacionales y afirmar un orden mundial policéntrico incluyen reformar el Consejo de Seguridad de la ONU fortaleciéndolo con países asiáticos, africanos y latinoamericanos, y terminar la anomalía de la excesiva representación de Occidente en el organismo principal de la ONU.

Independientemente de las ambiciones y amenazas, nuestro país sigue comprometido con una política exterior soberana e independiente, al mismo tiempo que está dispuesto a ofrecer una agena unificadora en los asuntos internacionales teniendo debidamente en cuenta la diversidad cultural y de civilizaciones del mundo actual. La confrontación no es nuestra elección, sin importar el motivo. El 22 de junio de 2021, Vladimir Putin publicó un artículo titulado «Ser abiertos, a pesar del pasado», en el que enfatizaba: «Simplemente no podemos permitirnos llevar la carga de malentendidos, resentimientos, conflictos y errores del pasado». También se refirió a la necesidad de garantizar la seguridad sin líneas divisorias, un espacio común para la cooperación equitativa y el desarrollo inclusivo. Este enfoque depende de la historia milenaria de Rusia y es plenamente coherente con la etapa actual de su desarrollo. Persistiremos en promover el surgimiento de una cultura de relaciones internacionales basada en los valores supremos de la justicia y que permita a todos los países, grandes y pequeños, desarrollarse en paz y libertad. Siempre permaneceremos abiertos al diálogo honesto con cualquiera que demuestre una disposición recíproca para encontrar un equilibrio de intereses firmemente arraigado en el derecho internacional. Estas son las reglas a las que nos adherimos.

 

*Ministro de Relaciones Exteriores de la Federación de Rusia.

En The Vineyard of The Saker. Traducción de Leonardo Del Grosso para La Señal Medios

El artículo original se puede leer aquí