En los últimos tiempos estamos asistiendo a una peligrosa polarización de los bandos políticos e ideológicos en todas partes del mundo, y particularmente en América Latina. Las diferentes posturas se radicalizan avanzando por el camino de la violencia verbal, la descalificación y la deshumanización del adversario, deslizándose peligrosamente hacia la violencia física en algunos casos. Por lo general son las derechas las que fomentan la desestabilización social a partir del odio, porque montados en la inestabilidad y el temor luego intentan imponer políticas de “orden” social y económico acorde a sus intereses. El poder económico de las derechas es el que puede financiar los medios de comunicación para promover las grietas sociales, y divulgar profusamente todo tipo de fake news a través de redes sociales. Pero no es sólo por su poder de fuego que la derecha avanza, también cuenta con la fragilidad y dispersión del bando opuesto, que carece de una identidad y proyecto definidos, ¿Es izquierda, es progresismo, es social democracia, es socialismo, es populismo, es capitalismo keynesiano?, no queda claro, porque no existe un proyecto integral coherente, sino más bien una lista de reivindicaciones en las que más o menos se coincide y a veces se converge. Esa falta de identidad de la izquierda, es aprovechada por la derecha para estigmatizarla con la repetición de slogan descalificadores, muy burdos pero muy efectivos para dividir sociedades. Por su parte, quienes se identifican con el progresismo, quedan atrapados en un dogmatismo ideológico obsoleto, que les impide tener una visión más integradora, como para comprender las demandas de ciertos sectores de la población a los que generalmente seduce la derecha.

Los bandos son una cárcel del pensamiento, construida entre los muros de los dogmas y los tabúes. Toda fundamentación propositiva al sumergirse en un bando pierde calidad de argumento (contrastable, discutible, analizable y relativo), para pasar a ser un dogma de fe; y desde esa rigidez mental los dogmas del otro bando son conceptos-tabúes que no tiene sentido analizar. Así como los fanáticos religiosos temerosos de dios jamás se atreverían a dudar en sus creencias por temor al castigo divino; así también quienes encorsetan sus ideas en el molde de un bando, pierden toda capacidad de autocrítica y de comprensión al configurar su representación de la otredad desde el prejuicio y el reduccionismo maniqueo.

Una de las manifestaciones más comunes de esta alienación mental, es la utilización de la doble vara para ponderar hechos similares, según de donde provengan. La violación de los derechos humanos, la corrupción, la injusticia y otras calamidades humanas, son severamente cuestionadas cuando las practica el bando opuesto, y minimizadas, relativizadas y hasta negadas cuando las practica el bando propio.

En otros tiempos, semejantes polarizaciones terminaron en guerras civiles; esperemos que en la actualidad no se llegue a semejante extremo de violencia, pero de todos modos ¿Cómo es posible vivir en una sociedad dividida en la que estamos convencidos de que la mitad de ella la conforman un conjunto de imbéciles, malvados o ladrones, que a la vez piensan cosas parecidas de nosotros? Además, esta no es la particular situación de un país aislado, se ha convertido en un fenómeno mundial. Y desde luego que estas divisiones suelen ser funcionales a los poderes políticos y económicos que buscan manipular a las sociedades, pero no descubriríamos nada nuevo analizando tales estrategias; lo que habría que intentar cambiar es el comportamiento de las poblaciones.

Podríamos hablar entonces de que es necesario reconciliar a la gente entre sí, para que descubra que su verdadero enemigo no es el otro, sino los poderes concentrados. Pero ocurre que para poder reconciliar antes hay que comprender, y es allí cuando la autocensura del bando limita nuestro pensamiento y capacidad de reflexión. Es común la descalificación de un argumento afirmando que el mismo es de derecha, o es de izquierda, cuando en realidad lo que hay que analizar de los argumentos es si son verdaderos o falsos. Quien se asume de izquierda no puede preocuparse del problema de la inseguridad, porque esos temas son de la derecha; y quien se asume de derecha no puede pensar en cómo resolver la cuestión de la desigualdad, porque tales preocupaciones lo ubicarían en la izquierda. Si eres de izquierda debes criticar el imperialismo yanqui, pero no el ruso o el chino. Si eres de derecha debes denunciar las restricciones a la democracia en Cuba o Venezuela, pero nunca a los golpistas en Bolivia, o a los destituyentes en Brasil. Podríamos continuar con los ejemplos, y veríamos que para cada tema hay un dogma, un slogan, un cliché, un menú de opciones de cada bando que va modelando nuestras opiniones, nuestro razonamiento, nuestras afinidades y nuestra susceptibilidad. Entonces decidimos (¿decidimos?) informarnos por determinados medios de comunicación que coincidan y reafirmen las creencias por las que optamos (¿optamos?).

Es oportuno recordar a estas alturas, aquel principio enunciado por Silo referido a los bandos: “No importa en qué bando te han puesto los acontecimientos, lo que importa es que comprendas que tú no has elegido ningún bando”. Si bien este sabio principio puede tener diferentes niveles de profundidad en la comprensión de la conducta humana, resulta muy apropiado para el caso que estamos tratando ahora. Son muchos los que creen que piensan y sienten como ciudadanos libres, mientras se dedican a repetir consignas y argumentos de los formadores de opinión de medios y redes, o del entorno social con el que se identifican.

Hace cuatro años, en el artículo “Izquierda y Derecha frente a una crisis de identidad”, adelantábamos parte de lo que ahora estamos describiendo; y en estos cuatro años hemos visto cómo nuevamente el péndulo ha continuado oscilando, aunque con su eje cada vez más corrido hacia la derecha. El progresismo es cada vez más moderado y adaptado al Sistema, y la derecha es cada vez más xenófoba y ultra-liberal. El discurso del bando progresista repite aburridamente sus viejas consignas políticamente correctas, mientras emergen con fuerza grupos fascistas, libertarios y anarco-capitalistas agitando la bandera anti-Sistema, un Sistema en el que se incluye también a ese progresismo intelectualoide y descafeinado, (esto último está muy bien descripto en el libro de Pablo Stefanoni “¿La rebeldía se volvió de derecha?”).

Vale preguntarse entonces ¿Los recientes avances de la derecha significan acaso un retroceso de la sensibilidad humanista?, no necesariamente porque la transversalidad de algunas reivindicaciones que antes eran bandera exclusiva de la izquierda desdibuja los límites. Hace algún tiempo atrás, al “perfecto derechoso” lo podíamos definir como individualista, xenófobo, machista, homófobo, capitalista y conservador. Mientras que el “perfecto progresista” lo definíamos como solidario, anti-capitalista, ecologista, respetuoso de las minorías, y defensor de los débiles. Pero resulta que ahora todos los países son capitalistas, a excepción de Cuba y Corea del Norte, (a pesar del cacareo anticapitalista de muchos progresistas de discurso vacío y bolsillos llenos). Resulta también que hay miembros de la comunidad LGBT que discriminan a los inmigrantes y aman al capitalismo; mientras también hay quienes defienden a los inmigrantes, pero entran en contradicción cuando estos pertenecen a una cultura misógena, homófoba o conservadora. Y ocurre también que hay ecologistas que aman la naturaleza y aborrecen a las personas. En definitiva, lo que hay es una gran confusión generada por la complejidad de la realidad, la obsolescencia de los relatos de los bandos y las urgencias de las poblaciones, cada vez más complicadas, gobierne quien gobierne.

Porque si bien es cierto que dentro del variopinto progresista predomina la sensibilidad humanista, hoy pareciera ser que la mayor aspiración de los gobiernos progresistas es la de intentar poner algunos paños fríos sobre las heridas que dejan los gobiernos neoliberales, y amortiguar un poco los golpes que nos da el sistema. Pero el Sistema sigue avanzando, gobierne quien gobierne; la riqueza se sigue concentrando, el medio ambiente se sigue destruyendo, las poblaciones se siguen marginando, la violencia continúa creciendo. Somos pasajeros de un tren que nos lleva hacia el abismo, algunos maquinistas aceleran y otros van un poco más despacio, pero ninguno cambia sustancialmente la dirección; los bandos luchan por ocupar el puesto de maquinista, pero ni se les ocurre que hay que cambiar de vía.

Para cambiar la dirección de ese tren, habría primero que poder imaginar un futuro diferente, y para poder tener la libertad de imaginar, hay que quitarse el lastre de los dogmas de los bandos, sus clichés, sus medias verdades, sus tabúes, sus prejuicios, sus rencores y sus anteojeras. Se podrá argumentar que los bandos permiten consolidar identidades capaces de aglutinar conjuntos humanos cuya fuerza conjunta permite avanzar más rápido que una sumatoria de librepensadores tratando de ponerse de acuerdo. Pues habrá que buscar otra manera de acumular fuerzas, porque con los bandos es evidente que estamos cada vez peor. Pero es cierto que es necesario definir una categoría, un denominador común que facilite la convergencia y la organización para poder reunir fuerzas y cambiar la dirección. Hemos hablado de que la sensibilidad humanista, la empatía por los demás puede ser una divisoria de aguas a la hora de converger, y confiamos en que esa sensibilidad predominará mayoritariamente en la humanidad.

Pero también hay que poder traducir esa sensibilidad en definiciones sobre cada tema, y es ahí donde debemos liberarnos de los dogmas, los clichés y los prejuicios, que pudieran estar dentro nuestro, pero que también están en buena parte de la literatura a la que acudimos para ilustrarnos, en los medios de comunicación donde nos informamos, y en “sentido común “ de nuestro entorno.

Tal vez haya que cambiar el lenguaje, redefinir conceptos y renombrarlos desde otra mirada.

Tal vez el viejo concepto de solidaridad, muy asociado al humanitarismo, podría ser cambiado por el concepto de reciprocidad, en el que no hay un superior que es benévolo con un inferior, sino que hay pares que se ayudan mutuamente estableciendo acuerdos, con derechos y compromisos.

Tal vez el concepto de igualdad de oportunidades, que la izquierda a veces se resiste a utilizar porque se asocia a la concepción meritocrática liberal, pero que a la vez la derecha también ha abandonado porque saben que lo que menos hay en la sociedad liberal es igualdad de oportunidades; tal vez ese concepto se debiera revitalizar hasta transformarse en un derecho exigible legalmente.

Tal vez el concepto de propiedad privada, a partir de cierta escala, debiera dejar de ser un derecho absoluto para pasar a ser un derecho condicionado a una función social y al desarrollo económico colectivo.

Tal vez haya que redefinir muchos conceptos en lo que hace a la democracia, la economía, los derechos, la educación, y muchos otros temas, para lograr que la gente común deje de sentir que todo lo que escucha no son otra cosa que palabras huecas y consignas gastadas.

El ciudadano común se encuentra atrapado entre una derecha que no quiere y una izquierda que no puede. Percibe el abismo que hay entre los discursos cargados de clichés y su realidad cotidiana. El hartazgo y la impotencia muchas veces lo llevan a adherir a consignas más radicales y hasta violentas, o simplemente se deja caer en el nihilismo. Debemos encontrar nuevas imágenes, un nuevo lenguaje y un nuevo enfoque que salte por sobre los bandos si pretendemos que la sociedad se entusiasme con un proyecto.

Sabemos que tanto los gobiernos de derecha como buena parte de sus ideólogos y militantes, no pretenden razonar sobre sus posiciones, sino más bien defender los intereses de los poderes concentrados, y sus argumentaciones siempre buscarán justificar tal defensa. Pero también sabemos que mucha gente que cree en el relato de la derecha, e inclusive algunos de sus militantes están atrapados en la lógica de los bandos y desde allí opinan y actúan. Y por parte de quienes adhieren al relato del progresismo o de la izquierda, si bien denotan una mayor sensibilidad social, también quedan entrampados en los dogmas de los bandos, y bloquean cualquier línea argumental que se salga de los cánones permitidos. Se discute mucho sobre cómo ganar la batalla cultural para llegar al poder, pero se discute poco sobre qué hacer una vez que se tiene el poder, y se termina repitiendo una y otra vez la vieja historia de frustraciones y desencantos, ya sea porque no se realizan transformaciones estructurales, o ya sea porque se aplican antiguas recetas autodestructivas.

Pero no se trata de buscar culpables ni de descalificar a determinada militancia, o a determinados gobernantes, porque en realidad todos estamos sumergidos en esa trampa de los bandos, y es la Humanidad toda la que necesita dar un salto cualitativo para ser capaz de imaginar el futuro desde un espacio mental libre de tabúes, dogmas, consignas . Tal vez no estemos tan lejos de ese momento, porque la aceleración del péndulo entre izquierda y derecha en la alternancia de los gobiernos, el hartazgo de las poblaciones, la confusión generalizada y la irracionalidad emergente, pueden resultar ser el caos desde el cual emerja lo nuevo.