Por Sergio Rodríguez Gelfenstein

Es habitual que todos los presidentes estadounidenses hagan patente su vocación imperialista, agresiva e intervencionista. El objetivo es dual: por un lado, demostrar al mundo que Estados Unidos es la principal potencia mundial y que tiene el poder de hacer lo que les venga en gana en cualquier lugar del planeta y, al mismo tiempo, demostrar a la estupidizada opinión pública del país que el matonaje fuera de las fronteras es lo que les garantiza su estilo de vida: de lucro para unos, de consumo para otros y de derroche para terceros.

Sin embargo, hay que decir que Joe Biden lanzó esa señal mucho más pronto que ninguno. El 25 de febrero a tan solo 31 días de haber asumido la más alta magistratura de su país ordenó un bombardeo a Siria El argumento fue el “ojo por ojo, diente por diente”. Es como si Japón en 1945 hubiera lanzado bombas atómicas en Seattle y San Francisco como respuesta a Hiroshima y Nagasaki. Ese es el lenguaje imperial y el que espera buena parte del establishment bipartidista de Estados Unidos, siempre ávido de engrosar sus ingresos provenientes de la venta de armas y de drogas, sin importar cuánta sangre sea derramada para logar los objetivos.

La actuación de Biden sorprendió a inocentes e ignorantes que suponían que el presidente demócrata era diferente y que su llegada al poder iba significar un alivio para la convulsionada humanidad que se bate contra la pandemia de Covid-19. Contrario a esas espurias esperanzas, ya antes de tomar posesión, Biden comenzó los juegos de guerra que auguran un futuro inmediato de extrema tensión en el planeta. En este contexto, el escenario principal de conflicto es el Mar de la China Meridional y la República Popular China el principal enemigo para los afanes hegemónicos de Estados Unidos

Esta definición quedó expresamente establecida en un documento dado a conocer por el Pentágono el 18 de diciembre del año pasado, cuando Biden ya era presidente electo y en que se asevera que China es la única amenaza estratégica para el dominio global de Estados Unidos, agregando que Rusia también representa un peligro en términos bélicos.

El documento denominado “Ventaja en el mar” publicado por el Instituto Naval de Estados Unidos fue definido como la estrategia marítima del país a partir de la integración del poder naval en todos los dominios y bajo coordinación conjunta de la Armada, el Cuerpo de Marines y la Guardia Costera.

El escrito comienza caracterizando a Estados Unidos como una nación marítima, razón por la cual su seguridad y estabilidad depende de los mares. Por ello, desde el fin de la segunda guerra, junto a sus aliados y socios se dieron a la tarea de diseñar reglas que dieran forma a un sistema internacional que ahora está en riesgo.

Esta consideración es la que ha llevado a la necesidad de diseñar “Ventaja en el Mar” como “estrategia marítima de tres servicios que se centra en China y Rusia, las dos amenazas más importantes para esta era de paz y prosperidad global”. A partir de este análisis se ha priorizado competir con China debido a lo que denominan su creciente fuerza económica y militar, su agresividad y su “intención demostrada de dominar sus aguas regionales y rehacer el orden internacional a su favor”.

Por tanto, las fuerzas navales de Estados Unidos transmiten un ultimátum con el que pretenden obligar a China a actuar en términos aceptables para la potencia norteamericana, toda vez que de no hacerlo, se transformaría en “la amenaza más completa para Estados Unidos, nuestros aliados y todas las naciones que apoyan un sistema libre y abierto”.

Según el documento: “Las acciones agresivas de China están socavando el orden internacional basado en reglas, mientras que su crecientes capacidades militares están erosionando las ventajas de Estados Unidos a un ritmo alarmante”. Según el documento, ahí radica el verdadero problema, las propias fuerzas armadas de Estados Unidos reconocen que están perdiendo las ventajas militares que le permitían imponer su hegemonía y su dominio. Esta situación es la que determina que las fuerzas navales deban “actuar con urgencia, claridad y visión para tomar las medidas audaces necesarias para revertir estas tendencias”.

Este análisis viene a ser la concreción de la política de los últimos tres presidentes de Estados Unidos que sabiendo que la mayor debilidad de China viene dada por la necesidad de cubrir sus demandas comerciales, en particular las energéticas por vía marítima, han dado continuidad por más de 20 años a la transformación de las aguas adyacentes a China, en particular el Mar de la China Meridional en el epicentro del conflicto global del siglo XXI.

La respuesta de China a “Ventaja en el Mar” vino desde el Instituto Nacional de Estudios del Mar Meridional de China. En un artículo bajo el título de “Evaluación china de la nueva estrategia naval de Estados Unidos” suscrito por Shi Xiaoqin y Liu Xiaobo ex oficiales del Ejército Popular de Liberación (EPL), investigador el primero y director el segundo del Instituto de Investigación Naval Mundial se esboza la opinión del gigante asiático a la amenaza de Estados Unidos

Establecen que llama la atención que el documento considere a China y a Rusia como oponentes, lo cual establece una clara diferencia respecto de la opinión naval que Estados Unidos tenía en 1982, en plena guerra fría. En esa medida, “Ventaja en el Mar” vendría a ser “el primer documento de estrategia marítima emitido después de la inauguración de la competencia estratégica chino-estadounidense”.

De ella se puede deducir que hay un esfuerzo por unificar el pensamiento de las diferentes fuerzas navales de Estados Unidos, lo cual da cuenta de que su estrategia naval ha quedado obsoleta y que debe cambiarla para buscar nuevas formas que le permitan enfrentar y vencer por el control de los mares.

En cuanto a la evaluación de sus dos oponentes estratégicos hacen constar la aceptación de Estados Unidos de la pérdida de su ventaja militar “a un ritmo asombroso” por lo que resulta imperativo tomar medidas para revertir dicha tendencia.

Según los analistas chinos, es novedoso que a la tradicional idea de luchar por el control del mar, esta estrategia agregue la lucha en una “zona gris” que “incluye operaciones que caen por debajo de la intensidad de la guerra y operaciones que buscan obtener ganancias incrementales, como armar las redes sociales, infiltrarse en las cadenas de suministro globales y participar en conflictos espaciales y cibernéticos, etc”.

A diferencia de documentos similares elaborados en 2007 y 2015 que exponían la posibilidad de la cooperación global en los mares -a pesar de las diferencias- por parte de las potencias durante el siglo XXI esta nueva versión apunta a luchar por el dominio del mar, lo cual según afirman Shi y Liu es expresión de un “realismo de principios” que “enfatiza la toma de la ventaja y el uso del poder militar tradicional para salvaguardar el orden internacional”. El peligro no es solo que se identifique a China y Rusia como oponentes estratégicos sino que además el documento propone que Estados Unidos se haga cargo de “la libertad de navegación, la seguridad portuaria, el control de los cuellos de botella marítimos, la lucha por el mando del mar y el fortalecimiento de las alianzas”. En pocas palabras, se trata de darle alcance estratégico a la competencia marítima chino-estadounidense. El detalle es que dicha competencia solo se libra en los mares adyacentes a China, toda vez que no hay un solo barco de la armada de ese país en las cercanías de las costas estadounidenses.

No obstante todo lo anterior, los investigadores chinos advierten que tras esta idea de disminución de la ventaja de Estados Unidos sobre China en el mar, se intente dar una idea de debilidad que no se tiene con el objetivo de buscar el incremento del gasto militar. Recuerdan que durante un testimonio ante el Congreso en 2019, el Comandante del Comando Indo-Pacífico, Almirante Philip Davidson, pronunció un discurso titulado «Recuperar la ventaja» orientado a demostrar que China se está acercando a Estados Unidos en cuanto a su poderío naval, lo cual se ha convertido en consenso de los estrategas en Washington.

Shi y Liu sostienen que la nueva estrategia estadounidense presenta un defecto importante: no toca el elemento estratégico más relevante cual es cómo enfrentar simultáneamente a dos grandes potencias navales: China y Rusia porque, por muy poderosas que sea su contingente naval, no saben aún como distribuir sus fuerzas en un escenario de guerra naval tan amplio que incluya a los océanos Pacífico, Atlántico e Índico. Yo agregaría el Ártico. Así mismo, si China y Rusia conforman una alianza, Estados Unidos no ha resuelto el problema de cómo llevar a cabo al mismo tiempo la confrontación en el este y el oeste.

La “Doctrina de Dominación Permanente” (DDP) lanzada en 1992 que no establecía con claridad cuáles iban a ser los rivales de la potencia norteamericana una vez eclipsado el mundo bipolar, dio paso a la “teoría del caos constructivo” durante el gobierno de George W. Bush con la que Washington intentó afirmar su hegemonía tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En ese momento ya se enunciaba la necesidad de “cercar” a China.

De esta manera, la vía marítima redobló su primacía, llegando a un nivel de prioridad número uno cuando el presidente Obama formuló su doctrina de “Pivote asiático” que apuntaba a hacer un despliegue de instalaciones militares y medios de combate para impedir y/o limitar el abastecimiento energético de China por vía marítima en caso de un escalamiento del conflicto. De ahí, solo hubo un paso a la mal llamada “guerra comercial” del presidente Trump que escaló aún más el conflicto.

La estrategia de “Ventaja en el mar” es lo que explica el incremento de la presencia naval de Estados Unidos en los mares adyacentes a China con el objetivo de realizar operaciones bajo el subterfugio de “proteger los derechos de navegación en esos espacios marítimos”.

Según los investigadores chinos, frente a este inexorable reto, Beijing tiene que hacer un esfuerzo superior para controlar las provocaciones de Estados Unidos a través de cuatro formas: Primero, mantener la moderación estratégica, instando a Estados Unidos a reducir su hostilidad. En segundo lugar, mantener el buen funcionamiento de los canales de comunicación estratégicos y los mecanismos de control de crisis. Tercero, hacer esfuerzos por garantizar una unidad regional que garantice la paz y la seguridad del entorno y Cuarto, promover una gobernanza marítima global y regional que frene la intención de Estados Unidos de militarizar los mares.

Continuará…