Intervención de Hugo Novotny en el Simposio Internacional «Un Nuevo Humanismo para un mundo nuevo» del CMEH, 16, 17 y 18 de abril de 2021.

Transcripción:

Mi agradecimiento al Centro Mundial de Estudios Humanistas por este espacio tan diverso e inspirador que ha abierto con el Simposio internacional; al Ingeniero y amigo Daniel León y el equipo organizador de la sección Conciencia y Mundo, a los amigos y colegas con los que estamos compartiendo esta sección temática, y a los y las participantes de este encuentro.

Consciente de los enormes desafíos que está enfrentando hoy la humanidad: sanitarios, climáticos, ambientales, sociales, migratorios, incluso todavía -increíblemente- conflictos bélicos y amenazas nucleares; como así también, convencido de la imperiosa necesidad de descartar las creencias y comportamientos primitivos que en diferentes campos están poniendo a nuestra especie ante la posibilidad de una catástrofe de supervivencia, quisiera hoy desarrollar brevemente las siguientes ideas:

1. Que a pesar de todo ello y de los sentimientos apocalípticos que, como en toda crisis civilizatoria importante, acompañan este momento histórico, difícilmente se realice el escenario de extinción.
2. Que nos encontramos atravesando un punto de inflexión de una magnitud inédita en la historia planetaria y ya es posible identificar algunos indicadores de la nueva etapa que se inicia, desde el punto de vista de la evolución de la conciencia humana.
3. Que la íntima elección que hagan individuos y conjuntos humanos será decisiva en la definición de la singularidad histórica actual y de los escenarios futuros que se abran ante la humanidad.
4. Que estamos asistiendo al surgimiento de un nuevo horizonte espiritual, un nuevo mito capaz de inspirar e impulsar la nueva etapa evolutiva de la especie humana.

Comencemos pues, haciendo un poco de historia.
Desde los orígenes mismos de nuestra especie, apenas los australopitecos se irguieron sobre sus pies, comenzaron a mirar hacia las estrellas; tal vez nuestra ancestra Lucy y la niña Selam fueran de las primeras en hacerlo, hace más de 3 millones de años.
Dos millones de años más tarde descubrimos el fuego. Y en vez de huir, como incitaba el puro reflejo animal, intencionamos tomarlo, usarlo y finalmente producirlo; logrando, gracias a él, ampliar nuestra vida hacia espacios y tiempos que antes no podíamos disponer, entre otros avances evolutivos importantes.

Todo un hito en la ampliación de esa capacidad de nuestra conciencia de diferir y elegir la respuesta a un estímulo, tanto externo como interno, fue el inicio de la agricultura y la ganadería, 10.000 años a.n.e. Cuando descubrimos, los Homo Sapiens, que: si en lugar de comer las semillas las sembrábamos, si en lugar de matar y devorar inmediatamente los animales capturados los domesticábamos, teníamos asegurada la nutrición por largo tiempo, para la tribu y luego para ciudades enteras. Fue este un significativo salto en el nivel de conciencia, cuando surgió la configuración de pasado, presente y futuro en nuestra conciencia; y con ello, la capacidad de proyección y planificación del futuro.
Y así anduvimos, atravesando fastos y nefastos, entre aciertos y errores aprendiendo del mundo y de nuestras acciones, pero siempre determinados por la materialidad del entorno, de nuestro cuerpo y de sus traducciones, debido a la acción de la fuerza de gravedad de nuestro planeta cuna sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis.

Hasta que logramos despegar, volar, arrojarnos valientemente hacia el cosmos desafiando las determinaciones naturales y ascender, ascender… hasta llegar a flotar en ingravidez. Un verdadero punto de inflexión, de ruptura con las condiciones de origen de nuestra mente humana. En relación con el cual quisiera recordar un hecho muy relevante, del que se cumplen en estos días 60 años. Me refiero al primer vuelo espacial tripulado, la nave Vostok y su piloto Yuri Aleksyévich Gagarin, el 12 de abril de 1961, a quien recordamos con cariño y profundo agradecimiento. A partir de entonces, cientos de astronautas y cosmonautas de todos los continentes siguieron por ese camino, orbitaron la Tierra y la Luna, vivieron y trabajaron en el espacio, casi como su segundo hogar.

Así, adquirimos la experiencia de la ingravidez. Y ya no hubo un arriba y abajo natural, definitivo, fijo y común para todos los humanos terrestres. Y las estrellas, en nuestra representación, ya no estuvieron en el cielo… sino que pasaron a estar en lo profundo. Además de las intensas experiencias extáticas, por la inusitada belleza de la Tierra desde el cosmos, flotando en el espacio negro e infinito; así como los inefables sentimientos de amor por la vida, por la humanidad, por todo lo existente, testimoniados por numerosos astronautas de diferentes nacionalidades y especialidades profesionales. Vivencias similares a las de inspiración espiritual, incluso por su capacidad de conversión en el sentido de la vida.

Y vino el Hubble y sus conmocionantes fotografías del campo profundo y del campo ultraprofundo, plagadas de galaxias… y las estaciones espaciales, y cantidad de telescopios y detectores de todo tipo orbitando la Tierra a diferentes alturas; extendiendo nuestra capacidad perceptual hacia lo profundo del cosmos, o sea, hacia el pasado más lejano de este universo; atravesando miles, millones, miles de millones de años-luz hasta casi el comienzo de nuestro universo, hasta casi la explosión creativa que dio origen a nuestro universo…

Y descubrimos la radiación cósmica de fondo, la materia oscura y la energía oscura. Y aparecieron los agujeros negros y las ondas gravitacionales. Y así, de pronto, ya en estos últimos años, el universo dejó, en la representación de los cosmólogos, de enlentecerse en su expansión, camino a una inexorable muerte entrópica. Rebelándose, como todo lo vivo, a las leyes físicas de la materia inerte, pasó ahora a expandirse aceleradamente, mientras avanza por el espacio curvo… tal vez hacia una nueva convergencia, hacia una nueva explosión de luz, en un futuro cósmico lejano.

Y el tiempo dejó de ser lineal, inapelable, mecánico y determinado como los segundos de un reloj o los vencimientos del banco. Comenzamos a percibir el espacio-tiempo como algo heterogéneo, flexible, vibrante… El tiempo, sabemos ahora, puede acelerarse o enlentecerse, según la posición y el contexto de la experiencia del observador dentro del entretejido espacio-temporal.

Entonces, en medio de semejante desestabilización y ruptura de los determinismos, descubrimos las características de espacialidad y temporalidad propias de la conciencia humana; gracias a los médicos y psicólogos de cosmonautas, a los diseñadores de cápsulas y estaciones espaciales, y a los aportes de Silo con su teoría de la imagen y del espacio de representación. Y comprendimos también que la espacio-temporalidad que configura nuestra conciencia depende de su nivel de trabajo. Que son posibles niveles superiores de conciencia en cuyas experiencias el tiempo se detiene y el espacio se hace infinito. Que en estas experiencias profundas, se abre la posibilidad del contacto directo con la Fuerza, con la luz primordial que emana del centro creativo. Y que es posible tomar la Fuerza y volver a este plano de la vida densa impulsados por el amor y la compasión, en sintonía y solidaridad con el Plan que vive en todo lo existente…

Pues bien, creemos que estos pueden ser algunos indicadores del gran cambio que se está gestando en lo profundo de la conciencia humana, de una especie inteligente que, en medio de la formidable crisis de crecimiento en que se encuentra, se va abriendo resueltamente hacia el cosmos. Tal vez sean estas señales de lo Profundo, percibidas por la conciencia humana, capaces de inspirar una nueva etapa evolutiva del ser humano y la vida en este planeta, si son traducidas con bondad.
Los científicos rusos de la Megahistoria, Akop Nazaretián, Alexander Panov y otros, afirman que en este siglo XXI se está completando un ciclo de cuatro mil millones de años en la evolución de nuestro planeta y, fruto de una vertiginosa aceleración del tempo histórico, la humanidad se enfrenta a una singularidad sin precedentes. Para ellos, la magnitud del salto evolutivo en que estamos involucrados podría compararse nada menos que con el surgimiento de la vida en la Tierra.
Pero entienden que la resolución favorable de semejante encrucijada depende, por una parte, de que los humanos seamos suficientemente inteligentes como para no autodestruirnos con las propias armas: atómicas, químicas, biológicas, nanotecnológicas o informacionales. Por otra, de que la humanidad resulte capaz de encontrar nuevos significados, sentidos y valores en los que basar su vida, personal y social; capaz de un salto de conciencia que le permita superar definitivamente toda forma de violencia, para proyectarse a un nuevo estadio evolutivo, tal vez de alcance cósmico.
Sin relación directa con los megahistóricos, el científico australiano John E. Stewart en su artículo “Evolución intencional” escribe: “La humanidad ha alcanzado un importante umbral evolutivo. El siguiente gran paso de la evolución social en la Tierra es la formación de una sociedad global unificada, sostenible y creativa.” Coincido con Stewart cuando afirma:
“Están comenzando a surgir individuos y grupos que han decidido contribuir conscientemente al proceso evolutivo haciendo su parte en la construcción de esta sociedad global. Están energizados por la comprensión de que su despertar evolutivo y activismo es parte de una transición significativa en nuestro planeta. Sus acciones pueden tener significado y propósito en la medida en que son relevantes para el proceso evolutivo más amplio. En la medida en que estas acciones pueden contribuir positivamente a la evolución, son significativas para un proceso más amplio fuera de sí mismas; un proceso que se ha iniciado mucho antes de que nacieran y que continuará mucho después de que mueran. Por lo tanto, esta perspectiva les proporciona una respuesta válida a la gran pregunta existencial que enfrentan todos los individuos conscientes: “¿Qué hacer con mi vida?” Su despertar a la perspectiva evolutiva y el despertar de otros como ellos es, en sí mismo, un evento de máxima importancia en la historia de nuestro planeta.”

Entonces…
Es cierto que el momento en que estamos, en lo social, lo ambiental, lo sanitario, lo psicológico individual y colectivo, no es fácil. Los desafíos son diarios, complejos e inéditos. Estamos atravesando una transición extremadamente paradójica de la historia humana en la que una parte todavía importante de la sociedad planetaria, especialmente en sus estratos más altos, sigue aferrada a creencias egocéntricas primitivas, a comportamientos agresivos característicos del paleolítico, a la imposición violenta en todas sus formas. En su manifestación político-social esto se expresa como neoliberalismo y diferentes formas de conservadurismo que aún perduran en distintas regiones. En el desesperado intento de perpetuarse frente a su irremisible desintegración, este sistema de creencias y comportamientos primitivos ocupa todavía el centro de la escena social, contaminándola de contradicciones, violencia, injusticias y destrucción.

No es un momento fácil. Y las cosas, en este aspecto, pueden complicarse aún más en los próximos meses, tal vez par de años…
Pero es posible siempre reflexionar sobre la actitud con la cual enfrentamos este turbulento final de ciclo. Si lo vivimos como el derrumbe de la propia casa sobre nuestra cabeza, el pesar, la angustia, la desolación serán inevitables. Si en cambio lo experimentamos como el desmoronamiento de la cárcel en la que estábamos presos, una reconfortante sensación de libertad brotará de nuestro interior, quedándonos además energía libre para, en palabras de Silo: “seguir el ejemplo de aquello que nace.”

Porque al mismo tiempo que todo un sistema anquilosado y anacrónico se derrumba, desde la base social está surgiendo una nueva sensibilidad: empática, inclusiva, horizontal, comunitaria, femenina, y un nuevo paisaje de viajeros de lo profundo, del cosmos y de la mente. Viajeros que, en su exploración hacia los orígenes del Universo y las fuentes de la vida, van descubriendo poco a poco la conciencia, el mundo interno, la mirada interna y la intención creativa que impulsa todo. Exploradores audaces que comienzan a encontrar en su interior las referencias necesarias para el camino, la inspiración y la luz que los ilumine, mientras buscan formas nuevas de comunicación, coexistencia y construcción social, más justas y noviolentas; asumiendo que su propia evolución, así como la de toda vida en la Tierra, depende más que nunca de su decisión consciente, su acción intencional coherente y su capacidad de amor y compasión hacia otros y con otros.

En esta nueva dirección y en la medida en que la mirada se internaliza, ganando conciencia de sí misma, el ser humano comienza a comprender el espacio y el tiempo como configuraciones de conciencia y avanza en la activación de las capas más profundas de su espacio interno, hacia el pleno despliegue de su intencionalidad y el contacto directo con el sentido que pone la Mente en todo fenómeno de la propia conciencia y la propia vida. Comienza a acariciar con fe su más elevada aspiración: la inmortalidad espiritual. Intuyéndola posible no sólo para algunos individuos con características “suprahumanas” o aplicados fervientemente a un camino místico-espiritual, como ha sucedido ya en la historia, sino para todo el que lo intente con verdad interna, con unidad interna.

Así, avanzando con resolución, de intento en intento, este osado y curioso viajero estelar, cual héroe mítico de los nuevos tiempos, llegará finalmente hasta el centro luminoso, interno, y comenzará a irradiar la luz del espíritu hacia los cuatro confines del Universo.
Este es, creo, el argumento de un nuevo mito sagrado universal que está naciendo, un mito capaz de inspirar un nuevo impulso evolutivo en el ser humano; un mito que habla de miradas y paisajes, de una guía del camino interno y una ética interna; de un ascenso interior de comprensión en comprensión; de la experiencia y posibilidad de control de la Fuerza que emana de lo Profundo; de la Ciudad Escondida en medio de una gran cadena montañosa, de un camino trascendente hacia los infinitos mundos.

El núcleo central de dicho Mito podría expresarse, creo, en esta frase de El Mensaje de Silo:
“Vuela hacia las estrellas el héroe de esta edad. Vuela a través de regiones antes ignoradas. Vuela hacia afuera de su mundo y, sin saberlo, va impulsado hasta el interno y luminoso centro.”

Muchas gracias.

Hugo Novotny
hugonov@gmail.com
hugonovotny.academia.edu
16.04.2021