Cuando el equipo de Pressenza me propuso escribir un artículo sobre las mujeres cineastas para la edición especial en honor del Día Internacional de la Mujer, mi impulso inicial fue elegir a una cineasta que, con su obra y su historia, funcionara como síntesis de la actuación de las mujeres a lo largo del continuo proceso de desarrollo del cine. Pero es una elección muy difícil. La participación y la historia de las mujeres en el cine tienen un carácter múltiple, con aportaciones en muchos aspectos. ¿Cómo elegir entre Olga Preobrazhenskaya, Lois Weber, Germaine Dulac, Hattie McDaniel, Cléo de Verberana, Agnès Varda, Chantal Akerman, Lucrecia Martel, Lynne Ramsey y decenas de otras? En un momento dado pensé que era una tarea imposible. De repente, me acordé de un documental que se había proyectado en el Festival de Cine de Río en 2018, que no tuve la oportunidad de ver en su momento, pero cuyo archivo había permanecido latente en mi HD desde entonces. El documental en cuestión se llama Alice Guy-Blaché: la historia no contada de la primera cineasta del mundo (Be natural: the untold story of Alice Guy-Blaché), de la directora estadounidense Pamela B. Green. Ver este documental tuvo el efecto de una verdadera revelación. Mi primera reacción fue de pura vergüenza. Soy cinéfilo empedernido desde mi adolescencia, he leído varios libros sobre la historia del cine y confieso que no conocía la obra de Alice Guy-Blaché. Las primeras secuencias de la película ayudaron a reducir un poco mi embarazo, ya que la realizadora presenta un enorme panel con el testimonio de varios cineastas e historiadores, tanto hombres como mujeres, que nunca habían oído hablar de Alice Guy-Blaché. A partir de entonces, el documental adquiere un carácter de investigación, donde la realizadora descubre, junto con el espectador, las distintas facetas que conforman la interesantísima trayectoria de Alice. A medida que avanza la película, el silencio que reinaba en relación con su obra resulta cada vez más sorprendente.

El 22 de marzo de 1895 (nueve meses antes de la famosa sesión en el Grand Café), los hermanos Lumière realizaron la primera exhibición de su cinematógrafo para un grupo selecto de personas en la Société D’Encouragement Pour L’Industrie Nationale, en París. Alice, que entonces tenía 22 años, estaba entre los presentes. Trabajaba como secretaria en la empresa de León Gaumont, la primera compañía cinematográfica del mundo (que sigue en activo). Fascinada por lo que acababa de ver, Alice pidió permiso a Gaumont para utilizar el equipo de la compañía para filmar algunas escenas. Hija de un editor y librero, Alice siempre se sintió atraída por la narrativa e incluso pensó en convertirse en actriz de teatro, hipótesis que fue ferozmente rechazada por su padre. Con una cámara a su disposición, Alice pudo por fin dar rienda suelta a su pasión por contar historias. En 1896, Alice dirigió su primera película, La Fée aux choux, que, con poco más de un minuto de duración, se considera la primera ficción de la historia del cine (Alice volvió a rodar esta escena en dos ocasiones, en 1900 y en 1902. Un archivo con algunos fragmentos de la versión de 1900 está disponible en Youtube). Es muy difícil confirmar la exactitud de esta afirmación, pero en caso de que no sea exactamente la primera ficción del cine, seguro que es una de las primeras. En aquella época, el cine todavía se consideraba una curiosidad científica y la inmensa mayoría de los registros cinematográficos se limitaban a filmar escenas cotidianas. Sólo este aspecto, el de haber tenido la iniciativa de contar historias a partir de películas, bastaría para asegurar un lugar especial para Alicia en la historia del cine. Pero su actuación fue mucho más allá de esta perspectiva. Alice pronto fue ascendida al puesto de jefa de producciones cinematográficas en Gaumont, y se convirtió en la principal directora y productora de la empresa, responsable de varias películas de diversos géneros y duraciones.

En 1907, Alice se casó con Herbert Blaché, también empleado de Gaumont, y acompañó a su marido cuando éste fue trasladado a Nueva York para asumir el papel de director de producción. En Estados Unidos, Alice fundó su propio estudio, Solax, que se convertiría en uno de los más importantes de Estados Unidos a principios del siglo XX.  En 1922, ya separada de Blaché, Alice regresó a Francia con sus hijos y, a partir de entonces, comenzó el inaceptable proceso de su ocultamiento.

Se calcula que entre 1896 y 1919, Alice había guionizado, producido y/o dirigido más de 1000 películas. Una vez más, este dato bastaría para que su nombre apareciera en cualquier estudio sobre el nacimiento del cine. Sin embargo, su contribución al desarrollo del arte cinematográfico va mucho más allá del mero carácter cuantitativo. Alice tradujo su interés por esta nueva forma de narración en la experimentación del lenguaje, contribuyendo decisivamente al avance del cine. Fue, por ejemplo, una de las primeras en explorar el recurso del primer plano como forma de amplificar el efecto dramático, en su película Madame a des envies, de 1906. Alice también probó varias técnicas para el uso del sonido. Desde el llamado cine mudo, el sonido ha estado presente en las películas, ya sea mediante el recurso de tener músicos tocando en directo en las salas de proyección, o incluso en el doblaje en tiempo real, con actores que recitan sus líneas, generalmente detrás de la pantalla. Alice utilizó el método de sincronizar la imagen y el sonido durante el proceso de filmación. Al mismo tiempo que la cámara captaba las imágenes, un fonógrafo (el cronófono, equipo desarrollado por la compañía Gaumont) registraba los sonidos y los grababa en un disco de cera que, durante la exhibición, se reproducía de forma sincronizada. Muchas películas de Alice para Gaumont utilizaron esta técnica, generalmente en el caso de los musicales. Podríamos dedicar mucho tiempo a enumerar la amplia gama de experimentos que llevó a cabo, como la coloración manual de las películas, el uso de efectos especiales en el montaje, el recurso de cambiar el rumbo de la película haciendo que los personajes se muevan hacia atrás (Avenue de l’Opéra de 1900), sin olvidar la audacia en los temas sociales, al haber dirigido la primera película con un reparto compuesto íntegramente por actores negros (A Fool and his money, de 1912), además de la contumaz presencia de temas feministas en sus películas, como en Les resultats du feminisme, de 1906; Cupido y el cometa, de 1911; o Una casa dividida/A House Divided, de 1913.

Pero lo que más llama la atención de la trayectoria de Alice es cómo una obra de tal magnitud ha podido ser borrada de la historia del cine. A lo largo del documental de Green se plantean algunas hipótesis, entre ellas la precariedad de la conservación de los rollos de película en los primeros tiempos del cine, cuando a la falta de cuidado en la preservación de las películas que ya no tenían atractivo comercial, se sumaba la fragilidad del material, compuesto por nitrato de celulosa, un elemento altamente inflamable, que contribuyó a la desaparición de varias de sus obras. Otra hipótesis fue la quiebra de su estudio, que en la primera mitad de la década de 1910 tuvo graves problemas financieros, generalmente atribuidos a la dificultad de la transición de las películas de dos bobinas a las de cinco, lo que llevó al estudio a cerrar sus puertas antes de tener la oportunidad de aprovechar el auge experimentado por el cine a partir de la década de 1920. O incluso, los giros en su vida personal, con la tumultuosa separación de Blaché y el regreso a Francia. Incluso hay ciertos críticos que insisten en que, aunque fue una cineasta muy activa, su obra no posee un valor artístico digno de mención (lo cual, debemos convenir, a la luz de la labor tan minuciosa de Green, es una afirmación cuando menos cuestionable). Quizá la mejor explicación venga de la propia Alice. En los trozos recuperados de una entrevista que concedió en 1964, lo que emerge es el chovinismo masculino de la sociedad de finales del siglo XIX al XX, especialmente en Francia. Al regresar a Francia, 15 años después de haberse trasladado a Estados Unidos, Alice se encontró con la desaparición casi total de su historia. Ni siquiera los libros que relatan el desarrollo de la empresa Gaumont la mencionan. Varias de sus películas han sido acreditadas a su asistente, al igual que los logros de su estudio fueron otorgados principalmente a su exmarido. El énfasis que pone Alice en el comportamiento machista de la sociedad francesa, que se empeñó en ignorarla, en comparación con la sociedad estadounidense, por ejemplo, se ve corroborado por el reconocimiento alcanzado por Lois Weber, una de las primeras directoras estadounidenses, que ocupa un lugar destacado cuando el tema es la expansión de la industria cinematográfica en Estados Unidos.

Alice regresa a Estados Unidos en 1927, pero no logra reanudar el rodaje de películas. De vuelta a Europa, Alice pasó más de veinte años intentando recuperar sus películas, pero no consiguió grandes resultados. Del mismo modo, su autobiografía no encontró editores interesados. En 1964, Alice regresó definitivamente a Estados Unidos y murió en 1968, a los 94 años, en el más absoluto anonimato.

A mediados de la década de 1970, precisamente ocho años después de su muerte, su historia y su legado comenzaron a ser rescatados con la publicación de su autobiografía en Francia. En la década de 1980 el libro se tradujo al inglés, lo que aumentó el interés por su historia. En 1995, la directora canadiense Marquise Lepage estrenó el mediometraje documental Le jardin oublié: la vie et l’oeuvre d’Alice Guy-Blaché (tanto la versión francesa como la inglesa -The lost garden: the life and cinema of Alice Guy-Blaché- están disponibles en Youtube). Sin embargo, será en el contexto del siglo XXI, con la profundización de la discusión sobre el género, especialmente sobre las cuestiones en torno al papel impuesto a las mujeres en la sociedad moderna, cuando se echen nuevas miradas sobre la producción material e intelectual de las mujeres en todos los ámbitos. Y este proceso de revisión de la historia es el que acaba creando las posibilidades de que el legado de Alice reciba la atención que merece. El documental de Green juega un papel importante en este rescate, con un envidiable esfuerzo de investigación que recuperó varios documentos y archivos entrando en contacto con diferentes personas que, de una u otra manera, tienen algún tipo de conexión con ella, ayudando a reunir los elementos de su historia (Green encuentra y consigue recuperar una entrevista con Simone, la hija mayor de Alice, concedida en 1985, grabada en una cinta electromagnética muy deteriorada). Además, el documental tiene el mérito de mostrar una cantidad nunca vista de fragmentos de sus películas. Así, todo este esfuerzo de Green ha contribuido enormemente a la localización de un gran número de películas de Alice que estaban perdidas. Para los interesados en la historia del cine y en la labor de las mujeres en el sector audiovisual, este documental es imprescindible.

Si el hecho de haber ganado la carrera tecnológica para la invención del cine acredita a los hermanos Louis y Auguste Lumière como «los padres del cine», el redescubrimiento de Alice Guy-Blaché viene a cerrar el círculo familiar. El cine, a partir de entonces, tiene una matriarca.