16 de marzo 2021. El Espectador

 

Dannna Lizeth tenía 16 años, dos manos, dos piernas, un celular con WhatsApp y toda la voluntad para estudiar; tanto, que se fue de abuelo en tío y de vereda en vereda buscando internet para no perder su escuela virtual. El 20 de noviembre se conectó por última vez. Los profesores dieron la alerta, porque en la región el tema de reclutamiento de menores de edad se ha vuelto el veneno de cada día. Resolver estos casos se toma en promedio dos años. Muchas veces las respuestas llegan cuando el niño reclutado lleva un tiempo durmiendo para siempre en el cementerio del pueblo. Cuando su padre volvió a ver a Danna Lizeth, el cuerpo había sido mutilado por las bombas arrojadas el 2 de marzo por las Fuerzas Militares, y su vida, toda, estaba muerta.

No sé si la operación dejó o no más niños inmolados. No tengo cómo validar si las tarjetas de identidad de otros menores desaparecidos en la zona -muy posiblemente reclutados por grupos armados- corresponden a más cadáveres que hoy esperan identificación en las morgues municipales. Después del ataque aéreo encontraron 12 computadores, 200 kilos de comida, nueve fusiles y ocho pistolas. ¡Qué logro! Hasta el momento han recogido a 12 colombianos muertos, destrozados. Adiós juventud. Hasta nunca.

Quizá no hemos sido claros: cuando nos referimos a la ausencia de Estado en los territorios, hablamos de la falta de oportunidades para estudiar, para curar las enfermedades, vivir en condiciones dignas y cultivar una tierra libre de minas. Hablamos de equidad, respeto y desarrollo. Hablamos de no morir por desnutrición, falta de agua potable y exceso de plomo embalado. A ver si nos entendemos: cuando pedimos presencia del Estado, no esperamos que llegue por aire en forma de bombardeo oficial.

Uno hasta podría entender que datos erróneos hubieran llevado a tomar decisiones equivocadas y que quienes dieron la orden y apretaron el dispositivo para soltar las bombas no supieran que en el campamento guerrillero había menores, y públicamente hubieran reconocido un gravísimo horror de la mal llamada inteligencia. Lo insoportable, aberrante, es que un exdirector del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y hoy ministro de la Defensa justifique la muerte de menores de edad diciendo que esos niños eran “máquinas de guerra”. No, señor. Y así como a su antecesor le costó el cargo un bombardeo en el Caquetá con otras víctimas pediátricas, con usted debería pasar lo mismo.

Señor Molano, si -como usted escribe en Twitter- a Gentil Duarte lo reclutaron a los 17 años y a Gabino a los 14, eso no quiere decir que los niños sean “máquinas de guerra”; quiere decir que el Estado ha fallado desde siempre, que no ha sabido proteger a la infancia de entonces ni a la de ahora, y que la guerra es -en gran parte- consecuencia de un Estado incapaz y de una sociedad que huye de sí misma, porque la verdad le queda grande.

Ministro, si le pido que renuncie, me parece poco; y si lo exijo, usted no me va a hacer caso. Siento que desde hace 31 meses un peligroso reclutador de conciencias manda y paraliza el gobierno, humilla a las víctimas, obstruye la verdad y castiga la paz. Yo, a eso, lo llamo infamia.

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