Michel Foucault definió el concepto de “biopolítica” como la preocupación del Estado por la vida y bienestar de la población. Ahora, durante la pandemia, ha quedado muy claro el fatal resultado del desmantelamiento neoliberal de la biopolítica.

Por Lieven De Cauter

La desaparición del estado del bienestar disfrazada bajo un manto de austeridad falsamente «inevitable» y capitaneada por el neoliberalismo conquistó el mundo con Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Incluso llegó a convencer a los socialdemócratas de la Tercera Vía. Pero de facto implicó la desaparición de la cobertura de las grandes contingencias de la vida mediante la implicación del estado en la salud y otros aspectos del bienestar de la población. La reducción de camas de hospital y la eliminación progresiva de la inversión en investigación científica se evidencian ahora como una negligencia culpable. Hay que aclarar que todo esto no vino por una reorganización de las finanzas públicas, sino de la mano de un nuevo reparto de la riqueza en favor de los superricos, de los accionistas y las multinacionales.

Con el surgimiento de los estados modernos y más tarde con la llegada del llamado estado de bienestar la vida humana pasó a estar ─en cierto modo─ protegida gracias a la ‘biopolítica’. El derecho a la salud y otras coberturas se convirtieron en un derecho humano. Pero, por supuesto, solo en los estados desarrollados o del bienestar se materializaba este ‘derecho humano’, por lo que no era un derecho humano universal realmente efectivo. El estado del bienestar en realidad tenía una oscura trastienda: la explotación laboral, el extractivismo neocolonial para con el Sur, y dejar campar a sus anchas y esencialmente intacta la lógica del capitalismo, su sed de crecimiento perpetuo y la obsolescencia planificada…

La eliminación gradual o más bien la terminación intencional de la biopolítica llevó a un tipo diferente de política en relación a la vida. Dio lugar al surgimiento de la ‘zoopolítica’. Es decir: la reducción a la mera vida animal (zoë – zoologismo) del individuo mediante su exclusión de la categoría de vida ciudadana protegida (a la que nombramos preponiendo el prefijo “bio”, siendo así la “zoo-política” opuesta a la “bio-política”). Esto se aplica no solo a los llamados inmigrantes ilegales, a las personas sin hogar, en los campos de refugiados, o a los residentes de barrios marginales (los especialistas aún se temen lo peor allí, por sus condiciones), sino también a todo el mundo de precariado. (N.d.T.: Aquellos que parecían tener derechos consolidados pero que, desarmado el estado del bienestar, cuando son excluidos del mundo laboral y económico ven tan mermadas sus coberturas sociales y asistenciales ‘que solo subsisten vivos’, condición a la que el autor considera «zoopolítica»).

La zoopolítica capitalista también está en la precarización o el precariado como condición consolidada. Así, al reducir la vida del indivíduo a su mera existencia, sin seguro médico, sin prestaciones por desempleo, ni jubilación, el ciudadano está a merced de una estrategia de supervivencia como trabajador pobre, con largas jornadas o dobles empleos para llegar a duras penas a fin de mes, pasando a ser un ciudadano casi privado de derechos a los que accede, si acaso, solo como consumidor y si puede pagárselo y viéndose obligado a comprar esta protección social humana a empresas privadas con ánimo de lucro. Eso explica en gran medida la competitividad y miseria que ahora reina en Nueva York y en todo Estados Unidos en estos tiempos de pandemia.

La obsesión neoliberal por la flexibilización del trabajo ha sido, en realidad, una forma de fragmentar y atomizar al máximo lo que solía llamarse el “proletariado industrial”. Ya no quedan trabajadores con conciencia de tal para unirse. Esta fragmentación es una de las grandes victorias del capitalismo postindustrial, o capitalismo cognitivo y la llamada nueva economía de las plataformas disruptivas del estilo de Uber, Deliveroo, Amazon y similares.

Sin embargo, la biopolítica entendida como una protección de la vida de la población por parte del Estado ─que nunca se eliminó del todo─, ha vuelto como resultado de la pandemia. Al menos es así aquí en Europa, donde incluso la política neoliberal más rabiosa no ha logrado eliminar del todo el estado de bienestar o imponer el deterioro total de los sistemas de seguridad o protección social. El Estado parece estar regresando, a pesar de todos los intentos neoliberales de reducir su alcance al mínimo y someterlo al llamado libre mercado (entiéndase más bien “cómo favorecer los intereses de las grandes empresas”). La democracia se vio amenazada no solo por los populistas sino también por los lobbies o grupos de presión. Tras los estados de excepción y alarma declarados por la pandemia es hora de fortalecer la democracia.

 

Necropolitica

Lo que Michel Foucault llamó tanatopolítica, es el ‘antiguo régimen’ donde el soberano no se interesa por sus súbditos, sino que gobierna a través del poder para despojarles de su vida y que, por supuesto, aún está presente en muchas guerras o conflictos actuales. Pero también sobrevive en la política europea de ‘retroceso’ que de facto mata a las miles de personas que cada año intentan cruzar el Mediterráneo. “Necropolítica” fue el nombre que Achilles Mbembe le dio al colonialismo por sembrar la muerte y la destrucción.

Es una amarga ironía por parte de la historia que Nueva York, una de las capitales del mundo y sede de Wall Street, o una de las tres ciudades ‘globales’ junto a Londres y Tokio (como la considera Saskia Sassen), sea el segundo epicentro de esta pandemia del coronavirus y que Europa sea la primera. Es como si la necropolítica colonial devastara las patrias o metrópolis del colonialismo y el neocolonialismo. Parece que la Historia se revolviese y propinase una coz.

En cualquier caso, la habitual zoopolítica neoliberal (que podría llamarse la “nueva fase zoopolítica del capitalismo”) se ha convertido en necropolítica. Las numerosas muertes en Europa y ciertamente también en Nueva York, son ─según la mayoría de los analistas y especialistas─ el resultado de un descuido implacable (e intencionado) de la atención social en general y de la atención médica en particular. No solo la reducción en el número de camas, sino también la reducción de inversión e investigación científica y la respuesta dada a la pandemia encajan en este cuadro de intenciones ya descrito.

Más que nunca, está claro que tenemos que volver a una especie de biopolítica sensata (con el estado de bienestar como el mejor modelo real existente de partida). Es decir, volver por parte del Estado al cuidado de las grandes contingencias en la vida de la población. Esto solo es posible si se hace retroceder al capitalismo neoliberal, zoopolítico y necropolítico, y se disuelve la conspiración contra el estado del bienestar mismo, culpando a esta pérfida ideología hasta ser públicamente ridiculizada para que acabe finalmente abandonada en los pudrideros del olvido de la historia. Lo que necesitamos es un nuevo contrato social, donde la economía esté subordinada a la sociedad. Lo que la pandemia por la covid deja claro, como nunca antes, es que vivimos en un mundo al revés. Aunque los trabajadores de la salud son diez veces más importantes que todos los directores ejecutivos juntos, no es ese orden lo que impera. Es hora de que pongamos fin a este “mundo al revés”.

También es hora de una cosmopolítica, una política que sea a la vez cosmopolita, internacional, multirracial, multicultural, pero planetaria (la amarga lección es que los virus no conocen fronteras), y al mismo tiempo sea cósmica (N.d.T.: del griego κόσμος ─ kósmos, que significa orden, (la) totalidad], es decir, ecológica. En este punto de la historia, la protección de la biopolítica debe extenderse a todos los seres vivos, a la biosfera en su conjunto.

 

La vuelta a la “normalidad”

Por supuesto, la vuelta a la “normalidad” probablemente será la opción de los poderes fácticos, tanto de los estados como de los bancos y las grandes corporaciones, pero al mismo tiempo intentarán controlar a la población (a través del big data), redes, IA, aplicaciones, etc, y explotarla como tiene por costumbre. Lo más probable es que, así las cosas, acabemos en una mezcla entre el populismo (Donald Trump, Viktor Orbán, Theo Francken y el resto de la camarilla) y el modelo chino de neoliberalismo autoritario o capitalismo totalitario. Esa es la elección a la que se enfrenta la humanidad después de esta pandemia: capitalismo totalitario o una biopolítica socioecológica y democrática.

 

N.d.T.: El autor no piensa que la biopolítica del «estado del bienestar» sea una destino final ‘último’. En sus escritos y activismo aspira a mucho más. Pero postula que era una situación preferible a la ‘zoopolítica’ que el neoliberalismo y su falsa austeridad han impuesto.  Es desde el desastre de la pandemia y la cifra de muertos que el autor reacciona, apuntando a la intención culposa que ha desmontado las estructuras sanitarias e investigación públicas en beneficio del lucro privado y los privilegiados que puedan pagárselas. Es pesimista en la descripción de la situación pero no en cuanto a las posibilidades de salir de ella. Anima a plantearse en qué mundo queremos vivir y empezar a activarnos.

Lieven De Cauter es filósofo, escritor y activista. Enseña en el departamento de Arquitectura de la KU Leuven y en la escuela de medios RITCS. Ha publicado, entre otros, “The Capsular Civilization”. (2004) y “Heterotopia y la ciudad” (2008). Traducción autorizada y corregida por el autor.

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