Antes de hablar de felicidad es importante intentar una definición que no dé lugar a confusiones como las que se escuchan de diferentes personas cuando se les pide que digan si son felices en su vida. Y es que los especialistas no tienen una definición unánime al respecto sino más bien una serie de características o atributos que la componen. Lo cierto es que la felicidad sería una sensación subjetiva de bienestar permanente producto de la satisfacción de deseos y necesidades personales, en relación a sus expectativas. A esto habría que agregar que expectativas altas son más difíciles de lograr, y si se basan en logros materiales y no espirituales su satisfacción se torna más incierta aún. Por otra parte, existen factores que la obstruyen y otros que la facilitan. Esto, según los psicólogos tiene mucho que ver con la coherencia entre las expectativas subjetivas de las personas y sus condiciones objetivas reales. Al respecto, nos preguntamos si históricamente las condiciones de las personas les permitían ser felices, o si bien sus condiciones de subdesarrollo y pobreza les impedían acceder a instancias de felicidad plenas. Tal vez la respuesta es que sus expectativas respecto a la vida al ser muy modestas no le generaban grandes sentimientos de frustración. Además como no tenían parámetros comparativos respecto a cómo vivían otras personas, tampoco le generaba sentimientos de envidia tan comunes hoy en día, dado el avance de las comunicaciones y la publicidad que destacan tan glamorosamente las condiciones de vida de ricos y famosos.

El otro aspecto interesante en este análisis es lo que muchas personas sabias dicen sobre donde hay que buscar la felicidad, si en los logros materiales, en el éxito, en el poder, y tantas otras apetencias externas, o si más bien la felicidad se encuentra en las realizaciones espirituales, en el conocimiento de sí mismo, en el sentido de la vida basado en el amor y el servicio al prójimo. Antiguamente no habían grandes satisfactores ni tanto poder que ambicionar. La vida de la nobleza y el clero, muy suntuosa por cierto, siempre le fue predicada al pueblo como la voluntad de Dios que los puso en ese lugar, y la mayoría de las personas no se lo cuestionaba. En la actualidad con la secularización de las creencias, este tipo de afirmaciones resulta totalmente cuestionable..

Sin duda, el otro factor que ha influido sobre el bienestar sicológico de las personas es la conformación de una comunidad social y la familiar históricamente era amplia, por lo que siempre se constituía en un sostén emocional para las personas, pero que con el paso del tiempo y el triunfo de la sociedad capitalista se ha ido atomizando y diluyendo, hasta dejar a las personas cada vez más solas.

Todas estas condiciones han dado como resultado que la felicidad también se haya ido diluyendo en los tiempos actuales provocando una sensación de insatisfacción generalizada que se expresa en todo tipo enfermedades sociales como terrorismo, protestas y estallidos violentos, corrupción generalizada, tasas de divorcio altísimas, violencia intrafamiliar y también patologías existenciales que inducen altas tasas de suicidios, adicciones y enfermedades mentales.

La pregunta que se hacen muchos antropólogos es si los avances científicos y tecnológicos han contribuido a lograr mayores cuotas de bienestar y felicidad para las personas o si por el contrario han servido para estimular mayores deseos materiales en busca de satisfactores muchas veces innecesarios que brindan una alegría momentánea. A este respecto cabe una precisión, porque sin duda los avances en el campo de la medicina han servido para atenuar el sufrimiento de mucha gente. No está claro si el avance de las comunicaciones haya contribuido al bienestar de las personas, si bien es cierto han acercado a las personas a través de todo el mundo, también han contribuido a acelerar la vida y con ello el estrés cotidiano. Las comodidades materiales sin duda han facilitado la vida a las personas en sus tareas diarias, pero también los ha hecho más débiles para soportar el sufrimiento, y menos capaces de realizar sacrificios y superar problemas.

Biológicamente se sabe que hay personas que tienen un temperamento más alegre y otros más melancólico, y por cierto es un factor importante a considerar a la hora de evaluar la sensación de bienestar que puede sentir una persona, como un factor precursor para el logro de la felicidad en su vida. Pero históricamente siempre ha existido una distribución similar en los temperamentos, por tanto, lo importante no es tanto considerar los atributos individuales de las personas sino más bien la felicidad social, es decir del conjunto de los individuos como cuerpo social.

Si volvemos al tema de las expectativas subjetivas y exploramos en aquello que esperamos conseguir en la vida para conseguir un cierto grado de felicidad, vemos que la modernidad y sus avances científico-técnicos generan un montón de expectativas difíciles de lograr, ya que normalmente requieren de capacidades especiales que no tiene la mayoría de la población, o no cuenta con las oportunidades necesarias para lograr satisfacerlas. Y por supuesto, ambos factores contribuyen a generar enormes desigualdades en el acceso a los satisfactores, permitiendo que pocas personas puedan acceder a los bienes y servicios generadores de expectativas, mientras que la mayor parte queda frustrada en el intento. Sin embargo, si evaluamos detenidamente los niveles de felicidad de las distintas capas sociales nos daremos cuenta de que en aquellos sectores que han logrado cierto nivel de satisfacción en sus expectativas tampoco son felices, dados los altos niveles de estrés que presentan por el esfuerzo desplegado en conseguirlas, y en cambio, en ciertos sectores populares existe un buen nivel de bienestar dado su mayor sentido de comunidad. Esto nos lleva a preguntarnos donde se encuentra la verdadera felicidad.

El actual modelo económico implementado en la mayor parte del orbe basa su crecimiento en el mercado que se estimula a través del consumo de bienes y servicios, demanda que estimula la producción de dichos bienes. Este sistema que parece lógico y natural en todo proceso de crecimiento esconde una trampa mortal, ya que pervierte toda la dimensión verdaderamente humana de las personas, si no se hace con sistemas culturales y educacionales compensatorios que reviertan el excesivo materialismo y la exagerada ambición que generan. Lamentablemente el sistema es coercitivo y secuestra a las personas tras la persecución de logros materiales, pero que se quedan solamente en eso. Y si no se logran, causan frustración e impotencia en las personas con todos los efectos sicológicos negativos que eso genera, y que se expresa no sólo hacia adentro, sino también hacia afuera al medio social en forma de rabia. Este sistema nos ha hecho creer que la felicidad se encuentra en la adquisición de bienes materiales que supuestamente generan una sensación de bienestar y de comodidad que supuestamente acercan mucho a la felicidad. Sin embargo ha quedado demostrado históricamente que esto no es así, que nuestra mente rápidamente se adapta a estas nuevas comodidades y se genera un vacío que hay que llenar con otros bienes y supercherías a los que pronto nuestra mente se acostumbra, y así sucesivamente hasta el infinito. Y el sistema consumista de mercado precisamente busca eso, porque esta insatisfacción permanente genera más demanda por más satisfactores, que a su vez estimula la producción, y con esto más trabajo para todos. Pero esto es una trampa fatal porque torna a las personas ambiciosas, materialistas y consumistas incapaces de satisfacer su necesidad más sentida, que es el amor y la fraternidad. Las personas se olvidan de su verdadera esencia, y viven en un ritmo frenético en donde sólo consiguen estrés y frustración. Los verdaderos valores del espíritu quedan relegados a segundo plano persiguiendo una quimera fuera de sí mismos, sin darse cuenta que la verdadera felicidad está dentro de ellos mismos. Esa es la trampa del modelo económico actual que como un zapato chino nos tiene a todas las personas de este mundo esclavizados por el dinero y de los bienes materiales que compra, sin poder salir sin provocar una hecatombe apocalíptica en el sistema financiero mundial.

Al parecer la humanidad equivocó el rumbo históricamente, y por tratar de satisfacer sus apetitos hipotecó su futuro, por tratar de vivir más confortablemente logró insatisfacción consigo mismo y con los demás, y por tratar de lograr seguridad y tranquilidad logró vivir en perpetuo estrés y ansiedad.

Tal vez el ser humano nunca logró realizar que el secreto de la felicidad está en el amor como lo predicara Jesús y tantos otros sabios hace miles de años. Su ambición lo perdió y en vez de amar y compartir todo con sus hermanos, los hizo sus esclavos. Que en vez de buscar en su interior conociéndose a sí mismo como lo enseñara Sócrates, Buda, Krishna y tantos otros, trató de buscar su felicidad afuera, en sus instintos más primarios, en sus apetitos más voraces. Y esto fue su ruina. Porque el mundo históricamente nunca hizo casos a sus sabios, a su profetas, a sus iluminados, a los que siempre condenó a muerte, y en cambio se dejó guiar por reyes y comerciantes rapaces, por gobernantes mediocres, nacionalistas y populistas que prometían el paraíso en la tierra.

Tal vez cultivando nuestro espíritu no habríamos sido tan desarrollados, ni habríamos tenido tantas comodidades y satisfactores de todo tipo, ni habríamos tenido tantos avances científicos y tecnológicos, pero sí habríamos sido más felices compartiendo fraternalmente con todos, en constante contacto con nuestro yo más noble y verdadero, saboreando la sabia de nuestro propio espíritu, en pleno contacto con la Naturaleza, con su flora y su fauna de la cual formamos parte, amándola y venerándola y no depredándola. Habríamos sido más capaces de admirar y agradecer todo lo que la vida nos ha dado sin reclamar siempre más y más lo que nuestros instintos nos ordenan.

Eso nos habría realizado como personas y seríamos más felices.