CAUSAS

 

 

 

 

 

Sultana perdió su ojo aquella mañana a manos de la policía marroquí, en medio de un grupo de estudiantes, cuando se dirigía a la Universidad de Marrakech. Había nacido en una ciudad lejana, en la ciudad de Bojador en el Sahara Occidental. De pequeña había soñado con escribir poemas sobre su padre, sobre su hermana y sobre sus vecinos que se habían exiliado lejos en otro país. Sultana miró al Sultán después de perder su ojo, después de sangrar su rostro y gritó hacia el horizonte «quiero escribir poemas, quiero ordenar mis palabras, quiero llorar cerca del mar y abrazar las calles de Bojador». El sultán acostumbrado a la ignominia, la humillación de sus súbditos, creyó que Sultana se iba a inclinar ante sus pies y su corcel blanco que lleva cada mes de julio para recordar a su pueblo que él es el rey, el comendador de los creyentes con la gracia de Dios.

Sultana, la reina de cada palabra, la madre de cada epopeya, se negó a la ceremonia del comendador de los creyentes, a la humillación de cada generación ante el rey en sus palacios y jardines. Ella quería contar una historia, un largo relato. Ella es la razón de la audacia. Rodeada de un ejército de verdugos gritó con su voz enérgica, «o seremos libres o nos convertiremos en una tumba». La libertad para Sultana, es el derecho a caminar hasta el mar e internarse en la luz de la luna y caminar hasta alcanzar la cima de una montaña.

Sultana es una heroína rodeada de verdugos que le han arrancado un ojo, le han arrancado su dignidad y quieren doblegar sus palabras cada vez que grita reclamando el fin de la impunidad.

Marruecos sabe que no ha podido vencer a Sultana, la reina de una y mil batallas. La niña que reclamó una universidad para la ciudad del Aaiún, reclamó que las jaimas vuelvan al desierto y los pescadores vuelvan a vestir su túnica azul cerca de las dunas.

Cada golpe nace del miedo, el miedo de quién ejerce la fuerza como único argumento. Sultana Jaya es el espíritu libre de cada saharaui, la razón que busca la libertad a través de la palabra. Un ojo le han arrancado y otro golpe le han dado cerca de sus mejillas. Quieren borrar sus lágrimas, cegar sus ojos y extirpar sus palabras.

El silencio de los buenos, de las patrullas de la ONU ante cada torturado. Es el derecho a la autodeterminación cercenado que reclama el pueblo saharaui sobre un territorio no autónomo, la última colonia de África.

En el Sahara Occidental hay un bantustán a la intemperie en pleno siglo 21, un bantustán al que le arrebataron todos sus derechos. Los saharauis hablan bajo el horror de un ejército que vigila cada calle, cada movimiento y expulsa las voces libres e incomodas.

Necesitamos que Sultana pueda vivir lejos de los golpes del Sultán. Que pueda vivir en su Bojador natal y dirigir su mirada al mar en busca de los miles de exiliados y muertos que perecen en la memoria de cada instante.

Esta lucha por la libertad es la historia de un holocausto que el mundo observa desde la distancia, observa desde la indiferencia.

Los golpes en el rostro de Sultana, son los golpes contra una mujer indefensa, bajo arresto domiciliario y ante la mirada pusilánime de un mundo que ha decidido cerrar sus ojos.

La voz de Sultana seguirá en las calles de Bojador. Pasaran días y noches. Ella con la cara llena de dolor y los ojos llenos de lágrimas desafiará al sultán, el rey de la triste ceremonia en la que los súbditos se inclinan ante un caballo blanco.

Oh Sultana,
lágrima herida
ojos que brillan
con cada golpe
ante cada gota de sangra.

Eres el faro de Bojador
la luz de cada acantilado
la bravura de cada ola,
la sonrisa de la noche.

Has vencido al Sultán
en el reino del miedo
cuando te arrancaron la mirada
con la voz rota
con el cuerpo vencido
encerrada entre paredes.

Ay Sultana
en tus palabras hay belleza
una libertad envuelta de nostalgia
un eco lleno de dolor.i