5 de enero 2021. El espectador 

Uno se apega a los símbolos porque la realidad a palo seco es difícil de sobrellevar. Seguramente la vuelta al sol no tiene un verdadero impacto en el pulso perpetuo entre la vida y la muerte, entre el asomo de paz y la obstinación de la violencia; pero ¿qué sería de nosotros, diminutos humanos creados y destruidos no sé bien por quién, si nos negáramos el derecho a la esperanza? No quedaría casi nada de las líneas del horizonte, los claros de luna y los himnos a la alegría, si creyéramos que estamos irremediablemente atados a la estupidez, a la voluntad flácida, a la brutalidad de los matones y el marasmo que los permite.

Por eso, así a las 14 horas de empezado el 2021 ya nos anunciaban que habían asesinado a una criatura de 22 años, firmante de paz, a su hermana de 17 y a dos líderes sociales; así el bicho coronado siga destronando vidas; así cabalguen desbocados los fanáticos de los fusiles, así todo y así nada, sentí un extraño alivio cuando empezó este año. Y más que en muchos otros eneros, esta vez tengo claro qué quiero hacer los próximos 12 meses.

No es egoísmo, pero lo primero será estar viva; así eso implique dejar los abrazos colgados en los tendederos, como si fueran sábanas blancas; y mis dedos no se confundan con las manos de mis amigos, sino con la pegajosa viscosidad del gel y los chorros de alcohol.

Una vecina llamó a la policía porque un señor llevaba tres horas tocando el oboe en el andén. A ella le molestaba el ruido; seguramente a él lo que le molesta es el hambre. Pero en general creo que, si algo hemos aprendido estando más solos que nunca, es que la soledad es relativa y ahora nos importa más la suerte de los demás.

Sé que estos 12 meses los dedicaré a trabajar para que a otros la muerte no les pegue cuatro tiros y les arranque el alma en esos lugares con nombres de sortilegios inconclusos… Travesías, Vista Hermosa, Palmar de Varela, Rincón del Indio, Pueblo Nuevo, Mirolindo, Puerto Libertador, Santa Rosa de Puerto Asís… y así, porque en Colombia eso del realismo mágico no es cuento ni estilo: es la cotidianidad de un pueblo que en todos los tonos y colores, canta, palpita y muere por amor, por dolor y por ausencia.

251 firmantes de paz asesinados me envían todos los días, con su voz sin voz, su grito mudo, su petición de auxilio por los que todavía están vivos.

Invito a los constructores de paz, dentro y fuera de Colombia, a levantar con las herramientas del pensamiento, del respeto a los Derechos Humanos, a la Constitución y a la vida (a todas las vidas), un muro de contención contra la violencia. Los invito a idear y construir hechos certeros, precisos y pacíficos, en clave de una verdadera reconciliación, y rescatar el monumental esfuerzo de paz que otros hicieron por nosotros y por la viabilidad física y emocional de Colombia. Que se cumpla la palabra y se den las garantías ofrecidas, porque nadie se desarmó para levantarse todos los días con más miedo y más incertidumbres que antes.

Invito a quienes tenemos el privilegio de estar vivos, a que nunca nos parezca normal la muerte violenta; a no mirarla con resignación ni costumbre, ni se vuelva un dolor crónico con el que se aprende a vivir.

Se trata de parar –no solo de lamentar– el genocidio contra los excombatientes y sus familias. Se trata de exigir que todas las partes cumplan lo prometido, y trece mil colombianos víctimas de una persecución infame y sistemática, puedan vivir sin un estigma en la frente y un tiro al blanco en la espalda.

¿Me acompañan?

El artículo original se puede leer aquí