RELATO

 

 

 

 

 

Mi cabeza da vueltas estos días a imágenes que le cuesta integrar y a la paradoja de vivir en un mundo que tiene cómo generar condiciones dignas para toda la humanidad pero en el que unos cuantos han usurpado lo que es de todos. Voy saltando de niños haitianos en aguas inmundas a cómo sería una redistribución justa de la riqueza; de cómo todo lo que me sobra produce en mí la sensación de que a alguien se lo he quitado (porque le falta), a la urgencia de una renta básica universal o a la necesidad vital del abandono de las armas…

Y con todas estas imágenes, me voy al sueño tratando de dar descanso al cuerpo y buscando salidas que abran el futuro.

De madrugada me despierta este sueño, del cual tomo notas al vuelo y que ahora comparto con vosotros.

Se trata una imagen que me pareció sucedía en un segundo, durante el cual era como si mi conciencia hiciera muchas operaciones a la vez, como si observara todo el proceso de lo que ocurrió en ese instante al mismo tiempo, y no como un transcurrir; era como si pudiera ver el pasado, el presente y el futuro al mismo tiempo, como si las comprensiones, que traducidas llevan unas a otras, pudiera registrarlas a la vez. Sin duda el espacio y el tiempo no eran los habituales.

Pero, no puedo describir ese ‘instante’ sino de un modo lineal, secuencial, como podréis leerlo ahora, mis queridos amigos.

Sueño

Me veo de niña y estoy al lado de otro niño gordito, ambos tenemos alrededor de siete años. Nos disponemos a comer. El engulle dos raciones y a mí me deja sin comida.

La situación me tensa. Es evidente que no comeré. Me resiento con él al tiempo que entro en una especie de estado de resignación, de resignación de niña pobre, desde la que siento que es ‘normal’ que las cosas sean así, al tiempo que en mi imaginación veo mil formas de vengarme de él.

Pero algo se para y se transforma en la escena y en mí. Ambos nos hemos convertido en jóvenes y estamos dentro de una estructura que nos abarca a los dos, apenas perceptible pero de la cual no podemos salir.

Entonces, una voz interna me anima y apremia a no callar, a no resignarme… por el gordito y por la flaca de mí.

–  ¿Cómo por el gordito si me quitó la comida?, me digo.

Durante un rato, me muevo entre la indignación, la rabia, la resignación… y la posibilidad rara, extraordinaria, de ver al gordito como una víctima también.

Pasa un tiempo en el que voy comprendiendo. Comienzo a hablarle y siento que lo hago con una voz nueva, como si fuera una nueva flaca la que habla. Le explico las desventajas para los dos de su actitud… y de la mía:

–  Si tú comes mi comida, yo me enfermaré y moriré por falta de alimento, por cerrazón de futuro y por resignación, pero también tú te enfermarás. Morirá tu cuerpo y tu espíritu por exceso de comida y por avaricia. Será un poco más tarde pero morirás por la misma situación. Somos dos caras de la misma moneda; una sin la otra no existiría.

–  ¿Te das cuenta de que los dos somos víctimas de esta sociedad competitiva e individualista?, sigo hablándole sorprendida de mí misma, de la sabiduría que habita dentro de mí y que desconocía.

–  ¿Cómo hacer para salvarnos de un destino que nos condena a ser víctima o verdugo?, le pregunto.

El joven me mira con reservas sin saber qué respuesta dar. Se queda pensativo. Intuyo que va comprendiendo también y la expresión de su cara comienza a cambiar.

Finalmente dice:

–  Necesitamos curarnos de esta enfermedad que nos está matando a ambos. Ni tú ni yo hemos elegido una posición u otra pero los dos somos responsables de transformar esta situación.

–  Así es –le respondo-. Dejemos de buscar culpables y hagámonos cargo de nuestras vidas, del momento histórico que nos ha tocado vivir. Trabajemos juntos por reconciliarnos, por superar bandos, por un futuro nuevo y brillante para todos.

Entonces, me despierto preguntándome si esto será posible y me entrego al fuerte sentimiento de apertura de futuro que me dejó el sueño.