28 de diciembre. El Espectador

No tengo herramientas sofisticadas para medir impactos y talentos, pero he registrado los gestos, voces, acciones y lecciones que –en este año doblemente bisiesto– me ratificaron que la esperanza y el valor, la verdad y la imaginación, no son utopías, sino la única forma de salvarnos.

Comparto entonces los nombres de mis cinco velas: cinco personas o colectivos colombianos que se atrevieron a ser luz, ruta y protección.

  • Empiezo con Iván Cepeda, defensor de los derechos humanos, de la justicia como debe ser, de la democracia que dignifica al pueblo y la construcción de paz como bandera. Con valentía, serenidad y firmeza demostró que nadie es intocable. Que las amenazas no doblegan la razón ni las falacias pueden más que las evidencias. Tiene la nobleza y la claridad necesarias para ser adversario sin ser enemigo y representa la fortaleza de la integridad versus la fuerza del poder. Humilde frente a los más vulnerables y equilibrado ante la adversidad, es el hombre más valiente que conozco.
  • Los Danieles, mucho más que tres periodistas, son ejemplo mancomunado de independencia, genialidad contra la idiotez y honestidad contra la manipulación. Son coherentes en pensamiento, denuncia y escritura. No hay mordaza que los silencie ni pulpo que los detenga. Al poder económico responden con poder intelectual y se han convertido en la lectura más esperada de todos los domingos; la suya es una voz desafiante, crítica y autónoma, imprescindible para la democracia.
  • Los peregrinos de las Farc. Atravesaron país y aguaceros, carreteras y perdones. Más de 2.000 adultos y 50 niños en camiseta, jeans y tapabocas llegaron a Bogotá cantando himnos por la vida y la resistencia, ratificaron su decisión de paz y pidieron que no los sigan matando. No hubo un solo destrozo en su camino; hubo sí ceremonias de reconciliación. La gente los recibió con tambores y trapos blancos en las plazas y ventanas. Jamás aplaudiré sus años de guerra, pero abrazo lo que son hoy: 13.000 firmantes de paz que están cumpliendo lo prometido, a pesar de la desidia de muchos y de las manos criminales que les han asesinado a 247 compañeros.
  • Ricardo Silva, mi escritor de cabecera y corazón. Uno de los pocos bálsamos de este año fue su libro Río Muerto, mezcla nostálgica y genuina de realidad y literatura. No sé en qué armario guarda Ricardo las palabras, las imágenes y las metáforas para que estén siempre listas cuando él las necesita; mejor dicho, cuando nosotros las necesitamos para salvarnos de tantos naufragios, de tantos olvidos que ya no me acuerdo. Río Muerto sería mi libro de llevar a la isla desierta y en cada página tendría toda la imaginación, todos los abrazos de los vivos y los muertos disponibles.
  • Los médicos de primera línea, los que exponen y dan sus vidas por salvar las nuestras. A muchos de ellos los vecinos los tratan con recelo, hace meses no les pagan y pasan días enteros sin ver a sus hijos ni volver a casa, héroes hechos de milagro, de carne y hueso. Valientes defensores de la vida, escuderos sin permiso de agotarse, de abrazarse o llorar; vulnerables, sabios y generosos a quienes la pandemia les ha arrebatado casi todo, menos la bondad.

Gracias a mis cinco velas, a los lectores, a los desconocidos y a los amigos, a los detractores y a mis amores de 2 a 93 años. Todo habrá tenido algún sentido. Hagamos hasta lo imposible para que en 2021 triunfe la vida, que las convicciones nos procuren fortaleza y, unidos, blindemos la paz.

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