12 de enero 2021. El Espectador

 

La rapiña por la anhelada vacuna es como la historia del señor que guarda celosamente su extinguidor de incendios mientras ve quemarse la casa de su vecino. Si en algo es palpable la sabiduría africana del “yo estoy bien si tú estás bien”, es en el abordaje a las enfermedades infectocontagiosas.

Suena utilitarista decirlo, pero en la relación salud-enfermedad la solidaridad no es solo la consecuencia de una conversación entre filosofía, altruismo y antropología: es también un tema de supervivencia. El “sálvese quien pueda” habla muy mal del ser humano y es, además, el camino más corto a “murámonos todos”.

Quienes hemos sostenido largos diálogos con las agonías propias o ajenas sabemos que hasta respirar es un juego de dominó, en el que es social y fisiológicamente imposible salvarse solo.

Aterricemos este concepto en la pesadilla que aun en medio de la altivez nos tiene arrodillados: un diminuto bicho insiste en hacerle jaque mate al supuesto rey de la creación, y el gran humano, el Homo sapiens, se comporta como un obtuso Homo ignorantus.

Por eso, en medio de la incertidumbre y los intereses creados, celebro iniciativas como la de Covax: “Colaboración para un acceso equitativo mundial a las vacunas contra el COVID-19”, un mecanismo multilateral creado por la Organización Mundial de la Salud, CEPI (Coalición de Innovaciones de Preparación frente a las Epidemias) y GAVI (Alianza Mundial para Vacunas e Inmunizaciones), en el que participan 189 países. Covax no pertenece a ningún gobierno y está concebido para lograr una distribución equitativa de las nueve vacunas que van liderando la batalla contra la pandemia. Este año le generará al mundo beneficios por US$153.000 millones y para 2025 de US$466.000 millones.

Covax sabe que la industria farmacéutica no crece en la maleta de Mary Poppins ni en el hábito de la Madre Teresa. Los grandes laboratorios que dominan la economía de la investigación en salud no trabajan gratis. Invierten mucho y ganan más. Otra cosa es que los descubrimientos que benefician a la humanidad deberían ser un bien universal. Pero la ciencia cuesta y por la ciencia cobran, y así nos choque esta dinámica y revuelque premisas éticas, en el mundo del mercado alguien tiene que pagar: llámese gobierno, fondo internacional, bolsillo particular o protección social. Como las moléculas no las subvenciona la justicia divina, es clave que exista Covax y permita a los países más pobres tener acceso a la vacuna, y a los países “de clase media” (como nosotros), conseguirla en mejores condiciones que los países con economías robustas.

En medio de la peor presidencia de los últimos 60 años, rescato que el Gobierno haya suscrito un acuerdo con esta estrategia y que el seguimiento a la efectividad de la vacuna y a la inmunidad que logre la población se haga con el más alto rigor científico, y no por 100 oportunistas de turno.

Me uno a la exigencia del abogado y columnista Gabriel Cifuentes, en busca del tiempo perdido: que nos digan cuántas vacunas han comprado y en qué van planeación e infraestructura para aplicarlas. Al 9 de enero se habían administrado en el mundo 23 millones de dosis; países como Chile, México y Argentina llevan semanas vacunando. Nosotros somos el 2º peor país de la región en cuanto al número de contagios y ni siquiera sabemos cuál será nuestro día uno de vacunación ni cómo llegarán los congeladores que no existen a este país de abismos, tan fascinante para las novelas y tan triste para la realidad.