En el cierre de año es normal hacer balances, sacar cuentas, analizar como nos ha ido y para los más avezados, proyectar el próximo año y desear que sea mucho mejor. El ejercicio de cierre del 2020 en el ámbito económico es malo para la gran mayoría de los países y habitantes del mundo, especialmente para los Latinoamericanos. Estamos enfrentando la peor recesión económica en 100 años con índices importantes de cesantía, endeudamiento e importante aumento de la pobreza. A su vez es evidente que las importantes y urgentes tareas de recuperación ambiental y social, van a seguir esperando mejores tiempos.

La CEPAL, proyecta una caída del PIB Regional de -7,7%, cifra similar a las proyecciones del banco mundial (-7,9%) y del FMI (-8,1%). Pésimas noticias, pero como siempre y en todas las diversas acciones de la vida, hay siempre un mañana, una recuperación existirá, esta será muy probablemente lenta, o más lenta de lo esperado. Ya se habla de la década perdida al igual que la de los 80 y que generó una gran cantidad de ajustes y dolores para nuestros pueblos. El mundo entero se ha empobrecido en 2020 y este impacto ha sido y será especialmente más duro, en nuestra Región Latinoamericana. Sin embargo, debemos como siempre sobreponernos y encontrar la manera de reinventarnos y buscar la proyección de nuestros sueños y el bienestar de nuestras familias. De eso se trata, tener la resiliencia necesaria para sobrevivir y la fuerza para siempre buscar la manera de mejorar la historia de nuestros pueblos. La urgencia se va posicionando cada vez más sobre nuestras cabezas.

¿Que somos sino un vagón de sueños amarrados unos con otros en este tren llamado vida? ¿que no sabemos dónde va?, ¿ni que tan lejos ese destino está?, ¿cómo llegaremos? ¿Cuánto tiempo nos tomará llegar a esa meta que algunos visualizan en cierto bienestar económico, otros en bienestar espiritual y de afectos? Existe un equilibrio sin duda en estos diversos anhelos, y siempre nuestra vida es una mezcla de todos estos aspectos.

Lo entretenido de la vida dicen que es el viaje, es el recorrido, y ¿qué hacer cuando este se hace árido y monótono? ¿Y cuando además este nos llena de incertidumbres y miedos? Miramos por la ventana, nos envuelve la noche y sobre ésta vemos sólo el pálido reflejo de nuestro propio perfil, nuestra sombra, no vemos de qué se rodea, solo otras sombras en la noche, ¿qué se hace entonces? ¿Dónde nos refugiamos?

Buscamos probablemente como un topo en las profundidades de nuestra madriguera, con la esperanza que ahí, entre el calor de nuestros propios recuerdos, nuestras fotos, nuestros lápices, los papeles desordenados y libros, buscando y mirando eternamente lo mismo, salga la solución. Sin embargo en el nuevo mundo que hoy se nos presenta, esta estrategia de quedarnos solo con lo que conocemos, no es suficiente, será necesario buscar más allá, tratar nuevas recetas y una vez más con esfuerzo y tesón buscar…

Por lo tanto, nuestro devenir y divagar es un merodear incesante, que sigue por las calles, las esquinas, los callejones, con y sin salida, los botes de basura, los rincones. Olfateamos todo a nuestro paso, pero sin tener la habilidad del perro que al parecer puede descubrir detalles, claves que le indican pistas útiles. Nosotros más bien trastabillamos en cada desnivel, cada banco de las plazas, postes y árboles existentes, todo nos sobra, nos queda grande y nos desborda. ¿Cómo podremos encontrar nuestro camino a casa? América Latina sigue siendo un continente de esperanzas y sueños por cumplir.