Por Dulce Daniela Chaves*

Un pueblo políticamente maduro puede renunciar tan poco a sus derechos como un hombre vivo a respirar – Rosa Luxemburgo

Pasaron treinta y seis años desde aquella primera marcha en que las mujeres en Argentina salieron a reclamar por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Aquellas pioneras sabían muy bien lo peligroso que era la perpetuación de los discursos que ubicaban a la maternidad como destino biológico y que atentaban contra la autonomía de nuestros cuerpos. Hoy, por fin, gracias a la lucha y organización popular, colectiva y feminista en las calles, podemos decir que la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo es una realidad en nuestro país.

El revisionismo histórico nos demuestra que, desde la instauración de la división sexual del trabajo como eje rector de un sistema de dominación que erige los valores capitalistas, patriarcales y colonialistas, los cuerpos de las mujeres han sido considerados como territorio de control: a les internacionalistas nos alcanza con ver el triste papel de las mujeres en las guerras o en las redes de trata y crimen organizado transnacional. Hemos sido concebidas en la vida sociocultural y política como sujetas subalternizadas, y como ciudadanas de segunda para nuestros Estados-Nación, que no nos han incluido en su proyecto “civilizador”.

Por ello, lograr la ampliación de derechos para mujeres y personas con capacidad de gestar, es un triunfo inmenso que honra la memoria de nuestras ancestras y de todas aquellas pibas que murieron por la indiferencia estatal; que murieron porque decidir para nosotras siempre ha sido algo revolucionario (¡en el que hasta se nos va la vida!). Se requirió decisión política para dar el debate, sí. Nadie lo niega. Pero la conquista de este derecho no pertenece a ninguna élite política, sino al movimiento feminista argentino; espacio heterogéneo, plural y aguerrido que sigue haciendo historia y siendo inspiración para miles de colectivos en la región y en el mundo.

A continuación, quisiera repasar brevemente cuatro de las exposiciones que pudimos escuchar entre anoche y esta madrugada en el Senado, y que demuestran los argumentos diversos y contundentes que sustentan la importancia de dar un paso hacia las libertades de un grupo históricamente oprimido.

En primer lugar, rescato la valiente intervención de la senadora del PRO, Gladys González, que habló de las hipocresías, contradicciones y moralidad criminalizadora e impuesta de las iglesias. La funcionaria de la provincia de Buenos Aires, católica practicante desde su infancia, tuvo el valor de hablar de su propia experiencia, y afirmar: “El dios en el que creo es sinónimo de amor y compasión, no de la culpa y el castigo”. Esto último, en alusión a los distorsionados mensajes de los grupos conservadores, los llamados “antiderechos” e identificados con el pañuelo celeste, que buscaron la coacción a partir de una ideología que amenaza con el infierno divino para quienes piensan (y votan) de forma distinta a su dogma.

Por otro lado, Anabel Sagasti, senadora por Mendoza del Frente de Todos, recordó que “cuando un varón no quiere ser padre, se borra. Hay que perseguirlo para alimentos; pero la mujer no puede hacer lo mismo (…) Hay que hacerse cargo de este flagelo”. Esta afirmación trae implícita la crítica al rol de reproductora, cuidadora y protagonista de la esfera doméstica, con la que fuimos socializadas. Hoy las mujeres y disidencias sexo-genéricas decimos basta, pues perseguimos la democracia igualitaria en cada una de nuestras decisiones, elecciones y áreas de la vida.

Por último, quisiera destacar la exposición de dos senadores de la Unión Cívica Radical. En primer lugar, el representante formoseño, Luis Petcoff Naidenoff, señalando la desigualdad estructural en el acceso a oportunidades, de acuerdo a clase social (y en lo personal, agrego, también en base a dimensión étnico-racial, estatus de ciudadanía e identidad de género). Es decir, esto que las feministas desarrollamos ampliamente, a partir del concepto de interseccionalidad.

Asimismo, pondero el enfático discurso de Martín Lousteau, quien sostuvo que “si fuera cualquier otro colectivo, saldríamos corriendo a aprobar este proyecto. La pregunta es: ¿porqué a este colectivo no? (…) Yo creo que es porque todavía no nos damos cuenta que discriminamos a las mujeres”. Las palabras del senador de la Ciudad de Buenos Aires, visibilizan con valentía la misoginia de nuestra sociedad y el patriarcado internalizado de integrantes de su propio partido; muches de les cuales votaron en contra de la ley, por entender erróneamente el dilema que se planteaba. El aborto existe y seguirá existiendo. La decisión era si el Estado acompañaría o no a las personas con capacidad de gestar en la elección por interrumpir sus embarazos. El dilema, entonces, era el de “clandestino o legal”. No todes lo entendieron.

Las feministas internacionalistas decimos que esta marea verde repercute −ya lo estamos viendo− en toda América Latina (o Abya Yala, como prefiero nombrar). Como lo sostiene la normativa nacional e internacional, los derechos de las mujeres son derechos humanos. Sospecho que aún en pleno siglo XXI, esto sigue sin quedar claro para ciertos sectores que defienden el status quo que violenta a las mujeres, el colectivo LGBTIQ+ y a todes quienes no responden al “sujeto universal” hegemónico: varón, blanco y con recursos.

Somos esa otredad que no tememos a nada, porque nos quitaron todo menos la fuerza movilizadora de lo colectivo. Nos reaviva la llama el impulso vital de luchar por lo que nos merecemos. Nos quitaron tanto, que nos han quitado hasta el miedo. Somos el proyecto emancipador más globalizado y con poder para parar el mundo, como lo hemos demostrado con cada uno de los paros internacionales. Hoy más que nunca, nos mueve el deseo de cambiarlo todo; por ello, gritamos con convicción: “¡La maternidad será deseada o no será!”.

 

*Activista transfeminista y antirracista. Profesora y Licenciada en Comunicación Social, con orientación en Periodismo. Magíster y Doctoranda en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de La Plata (Buenos Aires, Argentina). Coordinadora del Centro de Estudios en Género(s) y Relaciones Internacionales (IRI-UNLP). Integrante de la Cátedra Libre Virginia Bolten y de la Red de Politólogas #NoSinMujeres. Además de como investigadora outsider, se define como educadora popular y escritora de cuentos infantiles con perspectiva de género y diversidad. dulchaves@yahoo.com.ar