La educación de calidad tiene que hacerse cargo de las enseñanzas nefastas que niños, niñas y jóvenes adquieren en la escuela. Se entiende por este concepto a todos aquellos conocimientos, habilidades y actitudes que desarrolla el sistema escolar que no contribuyen al desarrollo personal y social de las personas. Es posible cambiar el rumbo de la educación si nos atrevemos a mirar más allá del corto plazo y sacudirse de la comodidad de continuar haciendo lo mismo que hemos hecho por largos, quizás demasiados, años.

Está generalizado que un buen estudiante es aquel que tiene buen comportamiento y obtiene buenas notas. Mejor aún si es ordenado y cumple con los estándares que buscan los mayores. Cuando jóvenes responden a este estereotipo del sistema, tienen una buena evaluación de los y las docentes, lo que refuerza su comportamiento. Es una retroalimentación que mata el sentido crítico transformándose en seres sumisos, ciudadanos pasivos e individualistas que, en general, no aportan a la construcción de comunidad.

En la otra cara de la moneda, para quienes no les resulta fácil responder a este modelo de estudiante ejemplar, desarrollan sus capacidades de competencia sin ética donde destaca aquel que es más fuerte, más vivo o que exhibe productos valorados en nuestra sociedad de consumo.

Entre estos dos modelos de comportamiento, donde se encuentra a la gran mayoría de niñas, niños y jóvenes, se observa temor por no poder responder a lo que el mundo adulto espera de ellos o miedo a ser abusados o degradados por el bullying o la violencia física. Son un grupo humano que desarrolla habilidades de auto defensa marginándose del mundo. Actúan con recelo, sin esperanza y son presa fácil de líderes inescrupulosos que buscan su propio bienestar cual secta, por ejemplo, en política, religión, delincuencia o, simplemente, en el mundo del trabajo.

Cualquiera sea la categoría en que se encuentren, mujeres y hombres, desde la más temprana edad, adquieren en el sistema escolar aprendizajes nefastos que están normalizado, como por ejemplo el lenguaje y comportamiento machista en vez de promover una cultura no sexista, la violencia como forma de resolver los conflictos en vez del diálogo y la participación, las emociones reprimidas en lugar de exteriorizar y compartir sus emociones y la búsqueda de recompensa individual en vez del sentido de comunidad o colectivo.

Los aprendizajes tienen impacto mucho más allá de la escuela. Imprime un sello a la sociedad que estamos construyendo o destruyendo. No es casualidad la crisis institucional y la amenaza populista a la democracia que estamos viviendo en Chile y en muchos países del mundo. Ambas son responsabilidad de las personas que nunca adquirieron enseñanzas integrales en sus procesos educativos.

La buena noticia es que no todo está perdido. No tiene solución rápida, pero en la experiencia de Fundación Semilla vemos que tanto adultos como estudiantes reaccionan favorablemente cuando se les muestra un camino diferente mediante el cual se toma conciencia de los aprendizajes nefastos, se comparte una nueva mirada de la educación y se les apoya con material pedagógico para abordarlo. Y, finalmente, se redefine qué es una educación de calidad.