Anteriormente hemos presentado al Uruguay en sociedad, dado que al tratarse de un pequeño país en medio de dos gigantes, ha pasado tal vez desapercibido en el concierto latinoamericano. Ahora debemos abandonar el retrovisor y volver al parabrisas.

Un tristísimo presente aflige al Uruguay: después de 15 años de gobierno de la centro-izquierda, la derecha, confabulada con la ultraderecha militarista, recuperó el gobierno que ostentase desde los inicios de la Nación hasta 2005. A pesar de una férrea determinación de crear un entramado social contentivo de las grandes mayorías desprotegidas, la izquierda no se pudo sustraer al contexto geopolítico. Vayamos de a un tema por vez, y empecemos a tejer. Recuperar un país para el pueblo requiere memoria, unidad y visión regional.

El esfuerzo que costó llegar a más del 50% de las voluntades.

El electorado uruguayo prestó rápida atención al Frente Amplio en 1971, pero la inercia de la pseudo-antinomia Blancos-Colorados, asistida por una prensa hegemónica que implantó el anticomunismo como lema electoral “honesto”, no pudo ser vencida. El interior del país hizo pesar la raigambre bipartidista arrastrada desde el Siglo XIX y dejó a la coalición de centro izquierda muy poco por encima de los votos que hubiesen obtenido sus miembros por separado. Pero la idea de los candidatos comunes, la migración desde los partidos antiguos a una coalición más a la izquierda, la fuerte tendencia a ganar la vía pública y el respeto mutuo interno no lo pudo quebrar ni la dictadura que se instaló rápidamente, ya cuando el continente entraba en ofensiva indiscriminada contra la guerrilla y la izquierda, con el estilo del Norte.

Este estilo consiste, claramente, en desencadenar oleadas de gobiernos simétricos: todos militares, luego frenar esa onda y todos del centro a la izquierda; ahora todos a la derecha hiperexplotadora, pero siempre dando la clara sensación de que si se le va el área de las manos, invertirá en pólvora. Por ahora, la va llevando invirtiendo en tinta y cagatintas.

Ya todos conocemos la represión asesina que asoló el Cono Sur y el resto de Iberoamérica en los 70-80. Salidos estos países de las dictaduras, los pseudodemócratas tradicionalistas comienzan a negociar con el Frente qué tipo de elecciones habría. Las condiciones no las podía poner un frente con cuadros políticos muertos, presos o exiliados, y con su militancia un tanto desperdigada y/o golpeada por la economía y/o temerosa de la represión por experiencias propias y ajenas. El resultado fue un mix que le permitió al Frente Amplio mantener la forma de sumar votos por lema (o sea varias listas que se suman presentando distintos candidatos a parlamento y cargos departamentales, todas con un solo presidenciable).

Pero el desastre que se pagó y se volvió a pagar en 2019 fue la segunda vuelta electoral para presidente y vice. Los Colorados y los Blancos se aliaron en la maniobra de votarse mutuamente en segunda vuelta (coalición de hecho, sin siquiera tener que explicitarlo en público) según quién le tocara enfrentar al candidato del FA, que desde pocos años tras el “regreso a la Democracia” era el más votado en primera vuelta.

El quiebre llega en 2005, cuando Tabaré Vázquez se impone en primera ronda y destruye  la maniobra. Pero luego de 15 años, los viejos zorros de la política logran retrotraer las cosas al siglo pasado: los guarismos muestran una exigua diferencia, pero otros factores desalinearon los planetas y fue la coalición de derecha con ultraderecha quien ganó por escaso margen.

Esta vez, como contamos al final de nuestra primera entrega, la coalición de derecha debió explicitarse y adjuntar a la ultraderecha organizada, como novedad para que uno de todos ellos llegase al gobierno. Un velo ha caído: la derecha decidió juntarse sin tapujos para retrotraer a la década del 60 las conquistas del pueblo. Y al obtener una mayoría parlamentaria basada en dádivas a los más fascistas, lo va haciendo a velocidad inusitada.

No puede sorprendernos la decadencia de la moral de la derecha latinoamericana; menos aun los métodos para ganar simples elecciones que, al fin, no suelen cambiar la matriz social capitalista de estas latitudes. Igual tienen el aparato para atentar contra cualquier cambio de modelo: ¿cuántas vidas está costando el rebelarse a los pueblos originarios; cuántas a los hermanos chilenos, bolivianos y colombianos? ¿El aislamiento a Venezuela, la traición en Ecuador? Pongamos un piadoso punto y aparte.

Los elementos ideológicos que quedaron por el camino.

La reforma agraria y la nacionalización de la banca estaban en 1971 en la Plataforma Electoral del FA. Hoy, no sólo eso sería una utopía allí: todo un subcontinente está abandonando en retroceso sus necesidades, salvo excepciones. Las plataformas populares son volteadas a través de la prensa vendida, dando a entender que cualquier planteo de cambio de matriz del capitalismo salvaje a otra forma de economía sería “inconstitucional” o “estatista” o “un derroche” (los argentinos ya oyeron que los sueldos son un gasto). Y el ciudadano compra; y se le marca en la piel; y ve “comunismo” (que ignora lo que es) y se retrae. El Artiguismo más  inocente, más soñador, le alcanzaría al Uruguay para parecer hoy la Cuba del 59. Un País que no necesita de ideas nuevas, puede con sólo reactivar las ideas del viejo General de los pobres, eliminar a los caraduras que las mencionan sólo en los actos de feriados. Pero hay que reponerse.

Los traidores que se colgaron de la izquierda.

Un ex jefe de Ejército, que en su momento se ganó la condescendencia del Presidente Mujica, Guido Manini Ríos, ha fundado Cabildo Abierto, el partido de ultraderecha que hoy va pellizcando cargos y carguitos y alzando la mano parlamentaria a la orden de Lacalle Pou. Este individuo, sólo por su apellido, nunca debió haber sido dejado crecer en la opinión pública, ya que sus ascendientes representaban en los 60-70 lo más graneado del nazi-fascismo del país. Incluía su prosapia la creación de una organización casi paramilitar, la JUP, protagonista de eventos callejeros a punta de revólver contra la izquierda, y poseedora de un periódico (“Nuevo Amanecer”) que fue un precursor de las fake news, en contra de cuanto dirigente alto o medio del FA pudo.

Pero el mayor traidor que proyectó el FA a la arena geopolítica fue el actual Secretario General de la OEA, Luis Almagro. Canciller uruguayo, vergüenza nacional inocultable que, llegado a la OEA, destruyó un enorme trabajo de los países miembros, quienes habían logrado desplazar del centro de la escena a los EEUU. Desde su asunción como Secretario, Almagro fue virando a la derecha hasta llevar al organismo a sus viejas raíces: bloqueo a Venezuela, participación en el golpe boliviano denunciando un fraude electoral en 2019 que los nuevos comicios se encargaron de desmentir con creces.

Hace pocos días quiso dar una conferencia en Paraguay y los hermanos guaraníes, al grito de “Almugre”, lo hicieron poner pies en polvorosa. El sujeto es el máximo traidor de América Latina desde la Colonia al presente. Para los uruguayos, un oprobio imborrable. Un error de apreciación que se está pagando en toda Iberoamérica. Sobre todo porque el grupo de Lima y el amo del Norte le sobaron el lomo y lo ungieron reelecto, retirando la candidatura del representante de Perú, en detrimento de la candidata ecuatoriana, quien hubiese devuelto al organismo a su lugar, sudado por tanta gente honesta hasta haberle torcido el brazo al imperio. Pero ya lo dijimos: hoy los yanquis gastan poco en balas; se las guardan para Oriente Medio. En estas regiones usan la tinta y untan monigotes.

Lo que no te ganas peleando, no lo valoras.

Hace unos 10 años la Senadora Lucía Topolansky se preocupaba por la desmovilización que generaba el obtener las conquistas por la vía legislativa a partir de mayorías electorales, sin el pueblo en la calle. En una conferencia que dio en Buenos Aires, se mostraba incisiva en dicho terreno, y no le falta razón. Pero ya en este período post electoral, con esa derrota por un margen tan ajustado, no sólo se verifica lo que ella sentía, sino que ya algunos dirigentes han agregado a la autocrítica otro factor: el recambio. Los mejores militantes, en la medida que se obtiene gobierno (no digamos poder), deben hacerse cargo de los sitios claves de la gestión. Y no se les reemplaza formando otros que sigan armando la base, empoderando al pueblo. Si le agregamos a esto que la militancia frenteamplista siempre fue basada en sus lugares de reunión y discusión (los Comités de Base), la tecnología nos lleva hoy a más celular y menos presencialismo. Saco una ley y lo publico en Instagram. No funciona. Saco una ley y convoco un acto para celebrarlo. Eso hace sentir a la gente parte del todo. Lo otro es exponer a la masa al quietismo y a la vez al trolleo. Demasiados riesgos para un gobierno siempre nadando entre tiburones, los escualos locales y los de alrededor.

Los medios hegemónicos y un relato fotocopiado.

La prensa tradicional, con aportes económicos incomparables con los recursos de diarios, radios y TV populares, instala permanente historias incomprobables que se hacen masivas entre esos medios vendidos y las redes trolleadas. Los buenos son los corruptos históricos, los de familia, los explotadores de siempre. La impunidad que se arrastra desde el fin de la colonia es light. Los malos de ahora son los que compran un departamento, como Lula. O les falta el título de no sé qué, como Sendic, o hizo trampa en las urnas, como Evo. Cuando se repasa cualquiera de estos casos en el paso de mediano tiempo, se clarifica que son operaciones de alta calidad, montadas sobre el atropello de las libertades y enmarcadas en un reguero de barbaridades repetidas como el eco por periodistas mediocres que cobran notoriedad y se ayudan entre sí, jerarquizando su supuesta condición de sabedores de cosas a las que los mortales no accedemos.

El retroceso de la Región a lo peor de los “60”.

La  efervescencia de fines de esa década tapó el “método Whisky”. Ahora legitimamos de nuevo las componendas tras bambalinas, la fuga de capitales, la trata, el trabajo esclavo, los golpes militares solapados tras invocaciones constitucionales (la “democracia moderna” de los discursos de Videla), la teoría de “los cuatro tornillos”.

¿Qué es el método Whisky? Es que las resoluciones de los gobiernos de derecha de los partidos tradicionales se han tomado siempre en los sillones de cuero de algún club privado y exclusivo, con un escocés en el vaso. Matándose de risa de los ilusos votantes, que a esa hora debían estar colgados de la puerta de algún ómnibus, luchando por ir de un trabajo a otro. El bisabuelo del actual presidente, Luis Alberto de Herrera, dijo: «El hijo de mi lustrabotas no puede llegar a Doctor” (nótese el parecido con María Eugenia Vidal, que siendo gobernadora de Buenos Aires dijo que no se justificaba que hubiese universidades en la provincia argentina, porque los pobres no llegaban a la universidad)

¿Y la teoría de los “cuatro tornillos”? Es aquella que dice que las industrias amenazan con levantar sus plantas de un país y llevarlas a otro, si no consiguen “seguridad jurídica y fiscal”. Toda fábrica tiene un tornillo en cada punta. La citada seguridad consiste en flexibilizar las leyes laborales y bajarle los impuestos a los ricos. Lacalle Pou, como primera muestra de “seguridad” le quitó las 8 horas a los peones rurales, para que “puedan trabajar más y ganar más” “Vida de pobre de esperanza se sostiene, doblando el lomo pa que otro doble los bienes” dice la canción de José Larralde.

Sin duda, Bolsonaro, Macri, Piñera, Lacalle Pou, Áñez, Duque, Moreno y siguen firmas en Centro y Sudamérica han retrotraído a la región a lo peor del caudillismo político y económico de los 60, permitiendo (y permitiéndose) armar las componendas gobierno-oligarquía que sometan a los pobres, a los originarios y a quienes los defiendan, a la burla y al dolor. Dijo el Presidente de la Asociación rural Uruguaya el 19/9/2020: “La desigualdad va a existir siempre y es justo que así sea”. Están a caballo de los resultados y les brota de las entrañas.

Autocrítica del Frente Amplio:

No soy yo, luego de 47 años de ausencia física, y aunque haya visto a Mujica pasarle revista a sus torturadores, en el día más feliz de mi vida, quién debe opinar. Pero los últimos sucesos, encerrado y con un virus esperándome en la puerta, me han dado el tiempo para tres reflexiones que sí quiero poner como corolario de esta larga historia que he contado.

  1. La Región padece una falla grave de sucesión de líderes populares. Es imprescindible hacer aparecer nuevos cuadros, pero desde la más sincera unidad. La transparencia de los compañeros no puede quedar manchada. Los personalismos están prohibidos. Las rencillas son delito. Los renunciamientos son heroísmos. Bolivia te avisa.
  2. A la prensa de la oligarquía se la combate con información pero también con formación. Es imprescindible que los compañeros conozcan, como yo he tenido la suerte en estos últimos meses, toda la realidad geopolítica de Iberoamérica. Y que con esa información fresca, salgan de boca en boca a contarle a la gente de los ejemplos buenos y malos de alrededor, para no permitir que los medios cipayos les fabriquen la “tendencia” de lo que pasa en el mundo. Y que sepan lo que nadie cuenta: la lucha de Chile por una nueva Constitución, los bolivianos reconstruyendo su Estado Plurinacional, los colombianos denunciando las masacres de líderes y referentes del país profundo, el dolor de los hondureños gobernados dictatorialmente.
  3. Un Artiguismo Moderno se impone. El parágrafo anterior me trae a esto. Recrear la conciencia americana de Artigas. Hay que releer las bases de aquel federalismo para entender los errores que se cometieron, volviendo a perder el interior. Hay que re-entender los intereses sanos del campo sano, para colectar a los hermanos y “armarlos” con las armas de la modernidad, que seguro le van a ser negadas por este gobernante peinado a lo Bolsonaro. Y prepararse para seguir aquella Instrucción que dice: “El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos”. Por las dudas; sólo por las dudas.