Esta historia podría ser uno de esos casos sobre ser emprendedor, del tipo que vemos en las pantallas de televisión todo el tiempo, especialmente en los anuncios de los bancos que ofrecen crédito fácil, pero es mucho más que eso: es sobre ser audaz, sobre capacitación y, sobre todo, esperanza. La figura central de esta historia es la periodista brasilera Mila Moreano, que se ha unido a tantos otros personajes importantes para enseñarnos, en esta época de tantas historias dolorosas, el arte de la solidaridad y del cuidado de los demás.

 

Esta historia podría ser un caso sobre ser emprendedor, del tipo que vemos en las pantallas de televisión todo el tiempo, especialmente en los anuncios de los bancos que ofrecen crédito fácil, pero es mucho más que eso:  es sobre ser audaz, sobre capacitación y, sobre todo, esperanza. La figura central de esta historia es la periodista brasilera Mila Moreano, que se ha unido a tantos otros personajes importantes para enseñarnos, en esta época de tantas historias dolorosas, el arte de la solidaridad y del cuidado de los demás.

Todo comenzó en 2004, cuando Mila decidió dejar Brasil para hacer un curso de inglés en Sudáfrica. Ya son 16 años y sigue ahí, marcando la diferencia en la vida de cientos de familias en la Ciudad del Cabo.

Teniendo la solidaridad como práctica, creó una escuela para enseñar corte y costura e iniciativa empresarial a mujeres necesitadas de varias comunidades sudafricanas. Para transformar las vidas fue necesario ir mucho más allá de la belleza natural y el paisaje paradisíaco de la ciudad. Molesta por la desigualdad y el contacto directo con las mujeres, que se quedaban hasta dos días sin comer, sólo bebiendo té, para poder mantenerse de pie. La periodista, que hasta entonces sólo se había conectado con el hambre a través de las estadísticas, comenzó a interactuar con personas que ni siquiera sabían cuándo tendrían derecho a una comida. Además del hambre, estas mujeres también retrataban historias de abuso sexual y todo tipo de violencia doméstica. Mila vio en el empoderamiento el antídoto para curar o minimizar algunas de esas enfermedades sociales.

Sin saber por dónde empezar, pero motivada por los inconvenientes que la realidad de esas mujeres le causaba, Mila –que nunca fue una experta en corte y confección– tuvo la idea de utilizar dos máquinas que estaban guardadas en el garaje de su casa para iniciar la empresa. «Empecé a dar las lecciones a mano, porque no tenía dominio de la costura, pero investigué en Youtube y junto con ellas fui aprendiendo las técnicas que facilitarían nuestro trabajo», cuenta Mila.

Poco a poco, la producción fue tomando forma –mochilas, ropa y bolsos– todo hecho con telas tradicionales africanas. El conocimiento y el talento innato de las mujeres fueron esenciales y se demostraron a sí mismas una capacidad que estaba oculta y que ni siquiera ellas creían ser capaces de tener. Después de un tiempo, las mujeres del grupo inicial empezaron a compartir los conocimientos adquiridos en sus comunidades, convirtiéndose en profesoras o costureras profesionales.

El objetivo del proyecto se convirtió entonces en dar continuidad a los cursos y también en formar a las mujeres en administrar un negocio que ellas mismas pudieran ampliar, creando clientela en el barrio, en las escuelas y en las iglesias.

Mila recuerda el comienzo, cuando todas las mujeres estaban desempleadas. Con el tiempo, dejaron de depender de sus maridos y, en algunos casos, se convirtieron en las principales proveedoras del hogar en un país como Sudáfrica, que tiene una de las tasas de desempleo más altas del mundo. Todas las mujeres son incentivadas a trabajar desde sus casas, evitando los peligros del transporte público y las calles oscuras, y especialmente a tener sus propias cuentas bancarias. Muchas utilizaban las cuentas de sus maridos y los resultados financieros de los trabajos que vendían no siempre llegaban a sus manos. «El gran desafío es hacerles entender que necesitan verse a sí mismas como mujeres de negocios», explica Mila.

La superación del miedo y la resistencia interna es parte del paquete adoptado por Mila Moreano que lleva a las mujeres a ferias y mercados para que tengan contacto directo con los clientes y aprendan a calcular, dar cambio, ver opciones, ventajas y así tener una noción integral de toda la cadena de producción.

«Sí, podemos» ya benefició a cientos de familias.

Bajo el nombre de “Yes, We Can!” (Sí, podemos), el proyecto ya benefició a cientos de mujeres en sus cuatro años de existencia y fue creciendo sin inversiones, todo gracias al buen y viejo boca a boca.  Hoy en día, las profesoras formadas por el proyecto tienen tarjetas personales y folletos y cobran u$ 6 por 4 horas de clase. El valor prácticamente solo cubre los costos del material, pero pueden vender la producción o simplemente utilizarla.

Gracias a su asociación con fundaciones sudafricanas, el proyecto obtuvo una sede y comenzó a funcionar en un contenedor dentro de un complejo que se creó con el objetivo de generar pequeñas empresas en la comunidad de Philippi. Para pagar un alquiler más bajo, las profesoras tienen que enseñar a 10 mujeres gratuitamente cada mes. Hay 15 máquinas trabajando a todo vapor y otras –que también fueron donadas–, en las bibliotecas públicas de Ciudad del Cabo. Las principales costureras y profesoras ganan hasta 800 randes por semana, alrededor de u$ 35. El dinero se utiliza generalmente para comprar comida, uniformes para los niños y otros gastos familiares.

Incluso al frente de un proyecto que está impactando positivamente en la vida de cientos de mujeres, Mila Moreano dice que también sufre prejuicios, porque existe el estigma de la mujer blanca que explota la mano de obra negra y barata, que siempre está en el aire. Para combatir este estigma y seguir trabajando, ella enfatiza en la permanente preocupación por pagar bien la producción y mostrar a las mujeres que ellas no están trabajando en una empresa y que los productos del proyecto no se hacen en serie, sino uno por uno y por lo tanto conllevan valores agregados. Mila deja claro que desempeña el papel de coordinadora y no de patrocinadora y que toda la producción pertenece al proyecto, que a pesar de la informalidad tiene pretensiones de futuro y que va madurando la idea de convertirla en una ONG.

El tiempo está a favor de esas mujeres y, con él, están adquiriendo la confianza necesaria para la evolución del negocio. «Los negros africanos todavía tienen la idea de que todo hombre blanco tiene dinero. Debido al pasado de Sudáfrica no existe mucha confianza y las personas siempre están tratando de engañarse unas a otras. El mundo se está convirtiendo en una jungla y cada semana en nuestras reuniones tratamos estos temas delicados y vamos ganando más confianza mutua», explica Mila.

También intenta dejar claro a las mujeres que forman parte del proyecto, que ahí no se está haciendo caridad, sino empoderamiento y entrenamiento de mano de obra y que, a futuro, tiene la intención de convertir este trabajo en una fuente de ingresos sostenible para ella y para todas las personas involucradas en el proceso de producción.

Para sobrevivir, la periodista brasileña tiene como principal fuente de ingresos el alquiler de un inmueble para turistas y, aun así, aplica parte de sus dividendos en el proyecto. En una breve reflexión, Mila cree que ella  misma se está empoderando mucho más, ya que todo el trabajo se convierte en empoderamiento en tiempo real convirtiéndose en comida, ropa, zapatos, etc.

En todo momento, las lecciones son muchas para esta mujer brasilera de 47 años nacida en Río de Janeiro y criada en la ciudad de Paty do Alferes, en el interior del estado. Licenciada en periodismo, Mila Moreano trabajó en redacciones de televisión y radio en Brasil, pero fue entonces cuando comenzó sus estudios de posgrado en Pedagogía con especialización en Educación de Adultos en la Universidad de Ciudad del Cabo y decidió establecer su centro de investigación en la comunidad de Samora Machel en Philippi, una de las regiones más peligrosas de Ciudad del Cabo donde comenzó la transformación.

Al principio enseñaba inglés en una casita de tejas de zinc en un país donde hay 11 idiomas oficiales y no todas las personas de bajos ingresos hablan inglés con fluidez. De las clases vinieron la costura y de ahí el empoderamiento, la formación y la esperanza. Sí, podemos. O, Yes, we ca, si así lo prefieres.


Fotos de Mila Moreano

Traducción del portugués de Lianet Guerrero Scull