Por Ovidio Bustillo García

Este 12 de octubre la pandemia provocada por la COVID-19 nos librará de, al menos, una parte de la parafernalia patriótica, el desfile militar: esa exhibición de poderío, intimidación y militarismo que cada año, presidida por el rey, jefe supremo de los Ejércitos y secundada por todas las autoridades, nos recordará quién manda, a qué bandera tenemos que jurar fidelidad, y por qué razones debemos sentir el estremecimiento patriótico de ser españoles. Nos libraremos, también, de ver el cielo contaminado por los aviones de guerra y manchado por los colores de la bandera.

No nos libraremos de una ración extra de banderas en balcones, plazas y medios de comunicación, de alguna exhibición militar, ni de estudiosos y peritos explicando “la gran gesta de la Conquista”, su generosidad y la cultura que llevamos al nuevo mundo. Todo, para celebrar el “Día de la Fiesta Nacional de España”, anteriormente ”Día de la Hispanidad” y “Día de la Raza Española”. Como guinda sobre la tarta patria, es también el día de la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil.

La historia la escriben los vencedores y tienen poderosas razones para contarla como la cuentan, para destruir pruebas, para pasar por alto hechos que puedan mancillar su buen nombre. El deber de todo historiador, arqueólogo, investigador, y hasta de cualquier ciudadano, es sospechar del relato oficial e intentar ver otras caras de la realidad. Es un deber no solo de honestidad y de búsqueda de más verdad, sino también de aprendizaje para el futuro, pues según la visión que tengamos de la historia, seremos más o menos capaces de superar retos o de repetir errores.

En este somero acercamiento a la Conquista, doy algunas razones de por qué no es pertinente la celebración del 12 de octubre, de qué podemos hacer para reparar en lo posible esos errores y cómo afrontar el futuro para no repetirlos.

No fue un encuentro de dos mundos

La Conquista no fue un encuentro de dos mundos en el que el reino de Castilla aportó lo mejor de sí mismo, como algunos siguen haciéndonos creer. Fue una empresa comercial con el fin de encontrar una ruta más corta para llegar a hacer negocios con las Indias orientales. La codicia y el poder hicieron el resto del trabajo.

Según algunos historiadores, pudieron morir unos ocho millones de personas de los pueblos originarios, como consecuencia de las guerras y de las enfermedades llevadas por los invasores. Otros dos millones sufrieron la esclavitud. No es extraño, pues, que desde los pueblos originarios se nieguen a celebrar lo que para sus antepasados fue un genocidio y un expolio que se perpetúan hasta hoy.

La perfecta compenetración de la espada y la cruz hizo que todas las tropelías necesarias para someter a los pueblos no fueran sino un mal menor

Todas las guerras necesitan legitimarse y adornarse de nobles motivos, sin los cuales sería imposible cometer las atrocidades que se cometen. En la conquista de América fueron fundamentales dos: una, llevar la religión verdadera y salvar así a los pueblos recién conquistados; otra, llevar la cultura hispana a pueblos sin civilizar, para mayor honra y gloria de la corona. La perfecta compenetración de la espada y la cruz hizo que todas las tropelías necesarias para someter a los pueblos no fueran sino un mal menor, un efecto colateral no deseado. Lo que la espada manchaba de sangre, la cruz lo iba limpiando. Ambas razones serían hoy impensables y calificadas de intolerable imperialismo.

Ciertamente, hemos avanzado tanto en la justificación de la guerra como en su capacidad de destrucción. Hoy hacemos guerras en nombre de la libertad, de la democracia, de los Derechos Humanos… ¿Seguiremos celebrando que la Corona española llevó la guerra, la dominación y el saqueo a lo largo y ancho del mundo?

Numerosas calles y plazas de villas y ciudades de España homenajean como héroes y hombres ilustres a alguno de los numerosos conquistadores. Si estos grandes héroes pudieran repetir hoy sus hazañas, serían considerados criminales de guerra. Por tanto, no pueden ser considerados motivo de orgullo, celebración y ejemplaridad. Sus nombres, por mucha pátina patriótica que les apliquemos, están manchados con sangre de inocentes, con el sudor de los esclavizados, con el dolor de los sometidos.

No fue un encuentro de dos mundos

Tenemos el derecho y el deber de reescribir la historia y releerla. Pero lo que no podemos hacer es poner en marcha la moviola de la historia para que lo que sucedió deje de haber sucedido. Sin embargo sí está a nuestro alcance proponer algunas medidas que puedan paliar el daño hecho a los pueblos originarios y tomar nota para que, en nombre de cualquier ideal, no se siga invadiendo, matando y expoliando a los pueblos. Entre otras muchas, podemos señalar:

Abolición del 12 de octubre como fiesta nacional. Están suficientemente expuestas las razones para entender que celebrar el día que comenzó la invasión y expolio de América ofende a millones de víctimas que hoy sobreviven a dicho evento. Debería ser un día para la memoria de lo que nunca más tiene que suceder, y para apoyar las legítimas reivindicaciones de los vencidos.

Poner fin a las políticas neocoloniales de las multinacionales. Es bien sabido que empresas españolas como Telefónica, Santander, ACS… siguen financiando y ejecutando proyectos, sin contar con las comunidades afectadas, que una vez más son expoliadas, perdiendo su medio de subsistencia. En todo el continente, líderes que defienden la vida y la tierra contra las multinacionales son perseguidos y asesinados por grupos de poder y con la complicidad de sus propios gobiernos.

Denunciar a los gobiernos que ahondan la colonización. Las nuevas élites que se hicieron con el poder tras la independencia no depararon en general mejor trato a los pueblos. Continuó la explotación y la desposesión de la tierra y sus medios de vida. Es muy elocuente el reciente caso de Bolivia, donde el ejército coloca a Jeanine Áñez en el poder y esta lo asume blandiendo una Biblia. De nuevo, juntas, la espada y la cruz. Un golpe militar en nombre de la democracia y la libertad, una aceptación cómplice de los hechos por el gobierno español y parte de la comunidad internacional que no nos deja en buen lugar.

Retirada de estatuas de colonizadores y conquistadores. Si la colonización y la Conquista no son hechos modélicos que hoy merezcan su repetición, tampoco sus autores deben ser ensalzados con estatuas o nombres de calles y plazas. Sus estatuas, monumentos y placas deben ser bien protegidos y documentados en “museos de los errores” o de los horrores, para que las nuevas generaciones puedan comprender el daño producido. La destrucción de los mismos, como viene sucediendo en varios lugares, nos privaría de valiosos documentos para comprender la historia, por lo que deben conservarse como se conservan los campos de concentración.

Los descendientes de aquellos ”salvajes“ que sobrevivieron a la campaña civilizatoria de la conquista son hoy un referente de sostenibilidad.

Puesta en valor de las creencias y formas de vida de los pueblos originarios.
El dios de los ejércitos de los conquistadores, único y excluyente, acabó por legitimar la desposesión de la tierra, la explotación de las personas y la imposición de creencias. La cultura de los conquistadores, predominante hoy en el mundo, nos ha llevado a la emergencia climática y a bordear el colapso ecosocial. Es hora de respetar y poner en valor lo que Pachamama significa para los pueblos, la madre tierra que nos da vida, nos acoge y nos alimenta. En defensa de la tierra y una forma de vida respetuosa con la naturaleza, muchos son amenazados y asesinados, como Berta Cáceres. A ella le ponemos nombre, pero son decenas las personas asesinadas y perseguidas. Como denuncia la organización internacional Global Witness, América Latina es, un año más, junto con Filipinas, la región más peligrosa para las defensoras ambientales. Los descendientes de aquellos ”salvajes“ que sobrevivieron a la campaña civilizatoria de la conquista son hoy un referente de sostenibilidad. Su ligera mochila ecológica contrasta con nuestra cargada mochila consumista que arruina el planeta. Los vencidos nos dan hoy lecciones de civilización.

Acabar con las celebraciones patrióticas. No conozco ninguna patria que se considere a sí misma pequeña, pobre y mezquina. Todas son grandes, nobles y dotadas de valores superiores. A menudo son tan grandes que no caben en sí mismas y tienden a expandirse con campañas bélicas justificadas en sus esencias y necesidades.

Patriotismo y militarismo son dos conceptos que van de la mano o, mejor dicho, comparten corazón.

El dominio de los territorios que creen que les pertenece, la exaltación de la raza y la defensa de la religión forman un cóctel explosivo que amenaza la paz de los pueblos. El nacionalismo patriótico nos ha llevado ya a grandes guerras mundiales y se expande hoy por todo el mundo en numerosos territorios. Patriotismo y militarismo son dos conceptos que van de la mano o, mejor dicho, comparten corazón. La uniformidad, la obediencia ciega, las soluciones autoritarias, la devoción por los símbolos, la conciencia de ser los dueños, la asociación de religión y patria hacen que toda la parafernalia patriótica esté impregnada por lo sublime y lo trascendente.
Es incomprensible que haya en España partidos o movimientos sociales que se declaren defensores de los derechos humanos y quieran reivindicar la patria. No existe el buen patriota como no existe el buen violador, porque quien defiende privilegios no defiende derechos humanos. Es muy significativo que los nostálgicos de la España imperial y también de la España franquista tiendan a manifestarse en la Plaza de Colón, llenándola de banderas para dejar bien claro que quien no piense como ellos, quien no sienta como ellos, no es buen español.

No más enaltecimiento de los imperialismos y la guerra. Es necesaria una revisión de los textos de historia, que siguen enalteciendo la colonización, para dar una versión más veraz de los hechos, añadiendo la visión de los vencidos, los grupos sociales que se beneficiaron, y quiénes fueron los perjudicados, fomentando una lectura crítica de la historia.

Para no repetir los errores y los horrores de la Conquista, ciertamente compartidos con todas las potencias coloniales en los cinco continentes y a lo largo de los siglos, es fundamental dejar de dar legitimidad a la guerra y la violencia como formas de apropiación y de posesión. La guerra es un crimen contra la humanidad, y lo ha sido siempre, aunque la cultura patriarcal en la que vivimos inmersos considere grandes hombres de la historia a sus guerreros más sanguinarios. Pensemos en Alejandro Magno, Julio César, Gengis Kan, Napoleón o Hitler. La cultura patriarcal sigue mostrándonos la historia como una sucesión de guerras ganadas por los hombres, donde las mujeres apenas tienen otro papel que ser descanso del guerrero o botín del vencedor. Así, seguimos enseñando la romanización como un gran legado de cultura y arte de un gran imperio sin apenas considerar que ya había culturas en la península con su propio nivel de desarrollo, con identidades particulares, de las que el avasallamiento imperial nos ha privado para siempre. Si la biodiversidad es fundamental para la salud del planeta, la diversidad cultural es básica para hacer frente a los problemas de forma eficaz, creativa, y adaptada a cada realidad. La uniformidad no solo destruye la vida y la cultura, también las posibilidades de supervivencia.

Qué historia, qué ética, qué modelos enseñamos en los colegios

Para superar el modelo patriarcal, competitivo, consumista y depredador que nos está llevando al colapso, necesariamente debemos dejar de legitimar los imperialismos y de enaltecer las guerras pasadas, presentes, o futuras. Si el terrorismo y la violencia no son aceptables en las relaciones personales ni en las reivindicaciones políticas, tampoco debe serlo la guerra entre los gobiernos y los pueblos.

Es muy preocupante la naturalidad conque se juega a construir imperios y matar adversarios, a explotar territorios y esclavos, en juegos presentados como entretenimiento juvenil, como Age of Empires, Fornite y tantos otros, donde la violencia y la muerte, cada vez con más realismo, tienen premio.

Es muy preocupante la naturalidad conque se juega a construir imperios y matar adversarios, a explotar territorios y esclavos, en juegos presentados como entretenimiento juvenil

A todo ello hay que añadir el empeño del ejército en introducirse en las escuelas con su disfrazada ”cultura de la defensa”, para inculcarnos valores patrióticos. Cabría preguntarse: ¿cuántos de los 21 países en los que el intervencionismo militar español está presente nos han agredido? ¿Cuál de todas las intervenciones militares de los dos últimos siglos ha sido defensiva? Hablemos claro, la cultura de la defensa es la cultura del ataque, de la agresión, del expolio, del dominio. Nadie mejor que los “novios de la muerte” la encarnan.

«Tengamos el valor de decir que hacemos guerras para robar», como dijo Eduardo Galeano.

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