por Aram Aharonian

A finales de la década de los 60, la izquierda chilena se redefinía tras el asesinato del Che y las dictaduras amparadas en la doctrina de la seguridad nacional. Y es entonces cuando aparece en Chile una vía novedosa, la de la democracia burguesa como escenario para el triunfo de una revolución. Y Allende triunfó y comenzó aquella revolución pacífica que después supimos que era verdadera.

Una revolución que nos mantuvo siempre con la interrogante de si se puede lograr un proceso socialista sin apoyo de las fuerzas armadas, máxime cuando éstas en Chile concentran el poder, al servicio de los intereses de clase de la oligarquía y a los dictados de Washington. ¿Será que la vía pacífica siempre termina en golpe? Ejemplos nos sobran en nuestra región.

La Unidad Popular definía su proyecto, el de abrir un camino no recorrido, respetando la institucionalidad vigente para allanar la transición al socialismo. Fue la denominada vía chilena. Ernesto Guevara le dedicó su ensayo La guerra de guerrillas: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”.

Cristianos, laicos, marxistas, socialistas, comunistas, socialdemócratas habían confluido y en diciembre de 1969 se lanzó, el programa de la Unidad Popular , firmado por los partidos Socialista, Comunista, Radical, el Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), Acción Popular Independiente (API) y el Partido Social Demócrata (PSD).

El MIR, fundado en 1965, insurreccional, decidió apoyar críticamente la candidatura de Allende, y la Democracia Cristiana, procedente de la Falange fascista española, señalaba n su programa que  “La Iglesia está por encima de los partidos (…) rechazamos el marxismo, concepción materialista y antirracional de la vida, que fomenta la lucha de clases, conduce a la tiranía y ha fracasado en sus experiencias”.

De acuerdo con la Constitución, la candidatura ganadora debía ser ratificada por el Congreso dominado por una oposición, supuestamente democrática, que rápidamente se tornó golpista gozando de amplio financiamiento por parte de EU. Los intereses de las transnacionales estadounidenses, estaban en juego, por lo que el Presidente Nixon ordenó a la Agencia Central de Inteligencia impedir la ratificación de Allende.

La CIA uso su manual y su arsenal habitual, incluida la guerra psicológica, la presión económico-financiera, los sobornos, e incluso orquestó un primer intento de Golpe de Estado con el secuestro que concluyó en asesinato del general constitucionalista, René Schneider. El repudio a esta acción permeó al Parlamento, que decidió, el 4 de noviembre de 1970, ratificar el triunfo de Allende, no sin antes imponer un Estatuto de Garantías Constitucionales.

El 22 de enero de 1970, Salvador Allende fue elegido candidato de la Unidad Popular. El 4 de septiembre de 1970, ganó la presidencia sobre una derecha dividida. Su triunfo supuso el inicio de una conspiración que acabaría con el bombardeo del Palacio presidencial el 11 de septiembre de 1973, con la imposición del neoliberalismo y un régimen de terror.

El día del triunfo electoral, la derecha puso en marcha su estrategia. Primero, evitar que Allende asumiera la presidencia el 4 de noviembre de 1970. Sin mayoría absoluta, los miembros del Congreso podían decantarse por una de las dos mayorías relativas. El plan se frustró con el asesinato del general en jefe de las Fuerzas Armadas René Schneider –en quien Allende confiaba para dar el cambio entre los militares- días antes de la votación.

El plan de gobierno -40 medidas básicas-, destacaba la supresión de grandes sueldos, jubilaciones justas, seguridad social para todos los chilenos, leche para todos los niños, alimentación para los niños en situación de exclusión, vivienda digna, agua y electricidad, reforma agraria real, asistencia médica gratuita en los hospitales, creación de centros de atención primaria y consultorio materno-infantil, disolución de los cuerpos represivos de carabineros, no más impuestos a los alimentos, creación del instituto del arte y la cultura, entre otras.

Fueron tres años de estrangulamiento económico, atentados y conspiraciones., mientras la UP trabajaba en el fortalecimiento de la consciencia de clase y la unidad de los trabajadores, y en consolidar una coexistencia con los sectores de clase media dentro de la oposición. La fuerza real del gobierno estaba en el apoyo de los trabajadores donde la correlación de fuerzas a su favor en elecciones sindicales, cerca del 70% de los votos, era muy superior a las del proceso electoral.

Allende lo subraya en su última alocución: “Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra de que aceptaría la Constitución y la ley, y así lo hizo.

“En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las fuerzas armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”, dejó a su pueblo en su despedida.

Allende entendía al socialismo como una forma perfeccionada de la democracia, que no significaba ruptura de la democracia y del Estado de derecho, sino su plena realización al no renunciar a su carácter revolucionario, poniéndola al servicio de las masas y de la lucha de clases. La revolución latinoamericana deberá ser, además de antiimperialista y antifeudal, democrática, a fin de que la sientan, compartan y comprendan las masas ciudadanas. Deberá ser, profundamente humana, señalaba.

El 11 de septiembre de 1973, día del sangriento golpe militar encabezado por el después dictador general Augusto Pinochet, la decisión de Salvador Allende de mantenerse combatiendo en el palacio de La Moneda, demuestra la fuerza de sus principios y convicciones y mantienen vivo su aporte al pensamiento socialista, antiimperialista y anticapitalista .

Otras experiencias

En Uruguay, el Frente Amplio es una fuerza progresista, democrática, popular, antioligárquica y antiimperialista, fundado en febrero de 1971, también con la línea de intentar el acceso al poder por la vía pacífica.

Fue fruto de la coalición de varios partidos políticos (Socialista, Comunista, Demócrata Cristiano, disidentes de los tradicionales partidos Nacional y Colorado), el Movimiento 26 de Marzo (afín al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros) y la convocatoria de ciudadanos independientes (como los generales Liber Seregni y Víctor Licandro) para la creación de un movimiento político.

Su fundación sintetizó un proceso de unidad que se jalona con el Congreso del Pueblo, la unidad sindical con la conformación de una central única de trabajadores. En las elecciones de 1971 presentó la fórmula Seregni-Juan José Crottogini (ex rector universitario). Logró el 18,3 % de los votos y obtuvo el tercer lugar en unas elecciones fraudulentas. Esa primera experiencia unitaria terminó de golpe.

Tras el golpe de Estado de junio de 1973, el FA fue proscrito y fuertemente reprimido junto con las fuerzas que lo conformaban. Muchos militantes fueron presos y torturados por más de una década, y algunos fueron asesinados. Reorganizado, triunfó en tres elecciones consecutivas (hasta este año), pero lo de la lucha por el socialismo quedó en el camino.

La Revolución Bolivariana es un segundo laboratorio latinoamericano de la vía pacífica al socialismo, después de la (frustrada) experiencia de Salvador Allende en Chile. Seguramente, el modelo venezolano será tomado en cuenta en cualquier intento de (re) construcción socialista, como el allendista, fue tomado como bandera por la socialdemocracia europea cuatro décadas atrás… hasta que se olvidó del socialismo.

Algunos analistas señalan que la Revolución Bolivariana -pacífica, democrática, a diferencia de las vías armadas e invasoras de la imposición neoliberal- atravesó desde la muerte del expresidente Hugo Chávez la crisis del cierre del ciclo reformista: si bien se conquistó el gobierno, las leyes, las relaciones sociales, económicas y políticas, la cultura, siguen siendo burguesas, y para transformarlas se necesitaba de un segundo esfuerzo.

Una revolución que si bien llegó al gobierno por la vía democrática, pudo acceder al poder también con el apoyo del ingrediente militar. Y cuando Chávez habló del carácter socialista de su gobierno, en un país que es el mayor reservorio de hidrocarburos del mundo, riquezas que Estados Unidos quiere apoderarse, se aceleró la desestabilización, el bloqueo, los intentos de magnicidio, golpes e invasiones frustradas, amenazas permanentes, la asfixia económica, el robo de sus recursos.

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A 50 años del triunfo de la Unidad Popular, lamentablemente pocos en Chile saben quién fue Allende y cuál fue su lucha. Son pocos los que lo reivindican: la aplanadora de la dictadura y la posdictadura recién ahora, con los jóvenes en las calles, pareciera que se va frenando. Cambió la cultura, cambió el sujeto social. Casi todos olvidaron la lucha por el socialismo.

 

* Periodista y comunicólogo, nacido en Uruguay, con vasta experiencia en América latina. Magister en Integración. Creador y fundador de Telesur, preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Observatorio en Comunicación y Democracia y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

 

 

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