La antropología, y las ciencias sociales en general, han perdido a uno de sus grandes.

Por José Mansilla a través de elsaltodiario

Allá por el año 2013, un pequeño librito con un atractivo título cayó en mis manos, Fragmentos de Antropología Anarquista. El texto, que circulaba libremente por las redes, contaba con un sencillo objetivo: mostrar que las prácticas políticas anarquistas no son un fenómeno moderno sino que, bajo otros nombres y en otros lugares, se han encontrado entre nosotros desde hace miles de años. Pese a provenir de una tradición política y un marco teórico alejado de las propuestas anarquistas, el libro no pudo por menos que atraparme desde la primera página; tanto que escribí y publiqué una reseña al respecto como forma de aprehender lo máximo de él.

Desde mi punto de vista, la grandeza de David Graeber como antropólogo reside en tres elementos fundamentales. El primero, es abundar en aquello que la antropología como ciencia lleva planteando desde hace años: que cualquier acción humana, por sencilla y accesible que nos parezca, se nos aparecería como realmente extraña solo con cambiar la perspectiva a través de la cual la miráramos, es decir, si la enfrentáramos mediante una cierta ‘imaginación sociológica’, según el término acuñado por C. Wright Mills. Este simple ejercicio comparativista nos serviría, por sí solo, para destronar y relativizar formas de vida que, inicialmente, se nos presentan como mejores a otras en una jerarquía que no deja de ser una construcción social.

A esto dedica Graeber, a modo de ejemplo, parte importante de una de sus obras más interesantes, En deuda. Una historia alternativa de la economía, cuando señala que el comunismo no es ni un mito, ni una realidad soñada, sino algo que se encuentra presente en nuestras vidas; tangible en nuestro día a día, en mayor o menor grado, y que se manifiesta cuando, por ejemplo, un amigo nos ayuda en una mudanza o colaboramos en nuestras oficinas a sacar adelante un proyecto de forma colectiva, y que, precisamente en esto, se basa el sistema capitalista. Si nos colocáramos las gafas antropológicas observaríamos, de este modo, que todo lo exótico es cotidiano, como diría el también antropólogo George Corominas.

Sirva este texto como Homenaje a Graeber pero también como llamada a que alguien, muchos, todos, el 99%, tomen su lugar

El segundo elemento de interés a la hora de acercarnos a Graeber sería que, en un mundo, el de la academia, donde el neoliberalismo impera a sus anchas —hecho que se manifiestan en la forma de gestión de los centros universitarios, en los prohibitivos precios de las matrículas pero, también, en la forma en que es producido el conocimiento, así como su destino, artículos sobre cuestiones muy específicas publicados en revistas internacionales con alto índice de impacto—, él era de los pocos científicos sociales que escribía ensayos. Y no cualquier ensayo, sino profundos y elaborados trabajos que nos ponían sobre la mesa, a veces de la manera más descarnada, el funcionamiento de nuestra propia sociedad. Así, Trabajos de Mierda, The Utopia of Rules o Direct Action: An Ethnography, entre otros, venían a mostrarnos que otra forma de publicar es posible y que, si nos detenemos, ajenos a las desquiciadas dinámicas universitarias actuales, podemos producir más y mejor conocimiento; un conocimiento útil a la hora de transformar la realidad que nos rodea.

Por último, no es posible glosar la figura de David Graeber sin mencionar su activismo político. Como a él mismo le gustaba decir, y así figura aun en su perfil de Twitter, él se consideraba un anarquista, pero no veía el anarquismo como una identidad, como algo excluyente, lo que le llevó, incluso, a colaborar con el Partido Laborista británico en la época en que Jeremy Corbin era su líder. No podía ser de otra manera, proviniendo como provenía, de una familia modesta de clase obrera estadounidense cuyo padre luchó en las Brigadas Lincoln durante la Guerra Civil española. Un activismo político, por otro lado, que no restaba un ápice al valor científico de sus aportaciones, tal y como sus críticos incluso han reconocido.

La antropología, y las ciencias sociales en general, han perdido a uno de sus grandes. Sirva este texto como Homenaje a Graeber pero también como llamada a que alguien, muchos, todos, el 99%, tomen su lugar.

José Mansilla forma parte del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)

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