FOTOGRAFÍA

 

A finales del 2015 acompañé al pintor sevillano Patricio Cabrera, que se encontraba en Rio de Janeiro, a una exposición fotográfica de un amigo suyo en el Instituto Cervantes de la capital carioca. La exposición se titulada Ayllu Quinua, Os Guardiões das Sementes y el fotógrafo era un andaluz de Huelva afincado en Perú, llamado Daniel Lagares (1973), Dani, como me estaba acostumbrando a llamarlo por causa de la intimidad de su amigo Patricio.

Organizó la exposición el Consulado de Perú en Rio y entre los presentes estaba, por supuesto, el Cónsul del momento del país andino y su mujer, Camila, quien amablemente trató de recorrer casi foto por foto conmigo, tratando de transmitirme con riqueza de detalles lo que hacían algunos de estos infatigables trabajadores y trabajadoras retratados. Camila también ya conocía a Dani, a quien, por cierto, todos esperábamos que llegara a tiempo a la inauguración, cosa que no pudo ser…

Así que sin conocer al artista sí que he podido, gracias a sus magníficas fotografías, entrar en la atmosfera del altiplano peruano donde hace más de 5.000 años se cultiva la quinua, este tesoro alimentario legado al mundo por los agricultores de los Andes centrales, hombres y mujeres, quechuas y aymaras, cuyas manos y rostros me han conmocionado tanto que al probar de su fruto, en distintas modalidades, durante el catering servido en la exposición, tuve la sensación de estar más que probando un potaje o comiendo unos deliciosos cubitos crujientes puestos sobre los cuencos de un buen ceviche, era más que eso, era el fruto de un trabajo y un conocimiento ancestrales que estos pueblos nos han traído hasta aquí a pesar de la prohibición impuesta a su cultivo y rituales durante muchísimas décadas por los mandatarios españoles.

La exposición de Daniel Lagares ha tenido para mí esa importancia, la de sacar a la luz la fuerza de unas gentes con un conocimiento milenario, que tuvo su cultura arrinconada en los altiplanos hasta casi desaparecer, pero que se han resistido y han podido convertir la quinua, hace ya algunos años, en este superalimento con reconocimiento internacional.

En el catálogo de la exposición se dice algo así como que “las fotografías de Daniel Lagares son ventanas que permiten asomarnos a la cultura de la quinua en su época de cosecha cuando se desenvuelve una vida ligada a la tierra que hunde sus raíces muy lejos en el tiempo, capturando momentos como la trilla, cuando la huactana golpea con fuerza las panojas para separar el grano del tallo, y nos conduce por un universo de texturas de resonancias ancestrales”. Estoy de pleno acuerdo.

Esta sensibilidad también está impresa en el cine documental de Lagares, por donde ha incursionado por lo menos tres veces. En Fénix: Berrocal año Cero (2006), hace un homenaje solidario a los habitantes de esta localidad serrana tras el incendio forestal de 2005. En Asina (2008), cuando se adentra en la realidad cotidiana de los cabreros de la isla de Fuerteventura, un entorno agreste de las Canarias donde un grupo de pastores se aferra a sus viejas tradiciones y mantiene su identidad. Esta película, por cierto, fue reconocida por la crítica de la legendaria revista Cahiers du Cinéma. Y finalmente, en La Búsqueda (2018), su último documental realizado con el amigo y cineasta Mariano Agudo donde relata el intento de sus tres protagonistas por reconciliarse y superar las pérdidas y las heridas de la violencia tras 30 años del conflicto armado en Perú.

Creo que ha sido durante la postproducción de La Búsqueda, en un estudio de Sevilla, que conocí a Daniel Lagares y luego nos hemos vuelvo a ver otras veces, una de ellas en el estreno de esta misma película al año siguiente también en Sevilla y otras veces durante sus breves viajes a España porque Dani fundó en Perú, junto a su mujer Chaska Mori, la productora de fotografía y cine documental Fílmico, que acaba de incursionar también en el teatro.

Todas sus películas fueron galardonadas en muestras y festivales con premios de “menor o mayor” importancia, pero todas siguen las mismas y buenas características de su autor al que le parece gustar los entornos indómitos de rara belleza y personajes con gran fuerza expresiva. Lo indudable es el gusto de mirar y el profundo interés que tiene Dani por el otro. Una pasión que se constata en su fotografía y su cine documental.

Esto es de agradecer porque la gente que él retrata lo acoge en el camino y establece con él un diálogo profundo y quedo, muchas veces sin necesidad de palabras que hace que, del otro lado de la foto o la pantalla, nosotros también podamos mirar y sentirnos atravesados por la hondura de sus miradas.

Volviendo a la exposición que queremos rescatar aquí, Ayllu Quinua, Los Guardianes de las Semillas, vemos que Daniel Lagares hace su elección por el blanco y negro que otorga a la mayoría de las imágenes una cualidad de intemporalidad y de misterio resaltando estos rostros que son como mapas del tiempo y de la vida. Pocas veces utiliza el color y cuando lo hace es para restituirnos por un breve instante la luz y las tonalidades del Altiplano -un presente quizás- no menos enigmático que el inquietante silencio que parece preceder el estallido de una tormenta.

Sin más, disfrutemos de las bellas y singulares fotografías de Daniel entre los campesinos del “trigo” de las alturas.