por Samer Alnasir @sameralnasir

La sobrecogedora explosión del puerto de Beirut ni es un accidente fortuito, ni un acontecimiento pasajero, en un país agonizante por las guerras, fisuras, fragmentaciones y caída libre en su economía. La destrucción de su puerto, pulmón económico y representante de dos de sus tres pilares económicos, le permite formar parte del club de países miserables junto a Somalia y Sudán del Sur.

Hablando del Líbano para muchos suena a Latín, ya que buscándolo en el mapa parece bien difícil de encontrar, un país de dimensiones apenas como Andorra, o Belice, un poquito más que Gibraltar, pero tan influyente como Kuwait. Ello por dos motivos, muy ajenos a todos los anteriores. El primero diáspora–demográfico, pues dentro del Líbano viven menos libaneses que en la diáspora. Tan sólo en Brasil hay unos ocho millones de libaneses, mientras que dentro del Líbano son apenas cinco millones. Esta peculiaridad tiene su importante reflejo en la configuración del país, no solamente la socio–demográfica, sino también en la política, pero más importante en la económica. Ya que las remesas extranjeras forman casi la tercera parte de su producto interior bruto.

Geográficamente, el Líbano no está entre la espada y la pared, pues la metáfora queda bastante corta. Aglomerado por la gran frontera trazada con su nación madre, Siria, de quien fueron los franceses quienes lo extirparon para privarlos de tanta costa en el Mediterráneo, creando con ello una concentración etnográfica heterogénea y fragmentada; además de otro trazo de frontera más ardiente aún en el sur con Israel.

En Europa se habla de Bélgica como un Estado artificial, ya que los belgas son la composición etnográfica de tres naciones francos, neerlandeses y una fracción alemana, con lo que eso supone entre católicos y protestantes, y lo que representa en el aspecto lingüístico. Pero el Líbano es algo así como esa artificialidad, pero triplicada. Ya que su población es musulmana, cristiana, y drusa, pero además cada una de estas etnias aun dividida a sí entre tres. Los musulmanes son suníes en el norte, ya que fueron extirpados a Siria, y chiíes en el sur, los cristianos son ortodoxos y maronitas, pero entre ellos coexisten más fracciones de lucanos, primogénitos de la Cruz, ajenos y desobedientes a la Iglesia Católica, además de influyentes congregaciones católicas para la misión y la conversión entre franciscanos y jesuitas, bien influyentes en la vida cotidiana de la sociedad por contar con importantes recursos provenientes de Europa.

No en vano un artículo titulado «Hi, Ça Va, Kifak», escrito por un periodista que viajó a veranear en el Líbano sorprendido por la amalgama lingüística de la sociedad, entremezclando tres palabras para saludarse, cada una de ellas procede de un idioma, el inglés, el francés y el árabe. Un pueblo extirpado de sus raíces y su tiempo, condenándole a un anacronismo temporal y demográfico–identitario. Su sistema educativo es asimétrico, cada comunidad enseña la historia de una forma totalmente opuesta a la otra, unos llaman a los otros invasores, y otros les llaman víctimas, eso sí, siempre orgullosos de su legado colonial al que todos se unen deshaciéndose de su propia historia.

Por algo el país protagonizó la guerra civil más cruel de la historia entre 1975 y 1990, una guerra, como todas, sin vencedores, pero con muchos vencidos. El propio país, millones de refugiados e irreparables fisuras. Una guerra en la que se abalanzaron todos contra todos, desordenadamente, los cristianos entre ellos, los musulmanes entre ellos también, y los unos contra los otros, sumando además Siria con significativa incursión apoyando a todos los bandos simultáneamente, y también, como no, Israel desde el sur con sus carnicerías en 1982.

Los problemas del Líbano se agravaron desde el catastrófico año 1979 en la historia medio–oriental, año de la Revolución Islámica de Irán. Ya que desde entonces, Irán postula su política exportadora de la doctrina chií, intrusa en la religión islámica como ideología política. Su mejor terreno fértil es el Líbano, un país sin Estado, un pueblo sin patria, una patria extirpada de su historia.

Primero la guerra de Irán con Iraq 1980-1988, inducida por los Estados Unidos en venganza del asalto a su embajada en Teherán en 1979 y la toma de rehenes, sirvió para fortalecer el negocio de armas en el Líbano. Ya que Francia, público amigo de Iraq en su guerra contra el chiísmo de Irán, simultáneamente suministraba armamento a Iraq, pero también a Irán, y lo hacía, en ese último caso a través de opacas sociedades y negocios desde España, vía Israel – sur del Líbano donde se coagulaban las milicias pro-iraníes de Hezbollah. Es decir, no sólo sembraron la guerra entre Irán e Iraq, sino la fertilizan en el Líbano, que estaba también en guerra civil, y con hincapié Iraní, y como no, pulso occidental.

Precisamente quien consulta los registros de exportación de armas del SIPRI, apenas encontrará datos sobre Hezbollah en todo el siglo XX, a pesar de que esta milicia cuenta con más medios que el propio ejército estatal del Líbano, e incluso del jordano, un estado mayor de armada terrestre e incluso aérea. Un pseudoestado de opaca procedencia, estructura y alcance. Esta situación la refleja el comentario de cualquier libanés de que en el Libano se acostumbran al ruido de las bombas más que al susurro de las olas del Mediterráneo o el canto de sus pájaros y gaviotas.

Ahora, de pronto, el Líbano entra en profunda crisis de todo orden. Primero la(s) guerra(s) de Siria además de lo que supone su implicación bélica, le causa una avalancha de refugiados superior a la mitad de su propia población, la ACNUR estima que hay unos tres millones de refugiados–desplazados sirios en el Líbano, eso sin contar los no registrados, ya que muchos sirios cuentan con la doble nacionalidad, por lazos familiares y obvias raíces históricas, dada su extirpación de Siria. Además la crisis económica en Irán causada por el embargo americano, hace un efecto adverso. Pues Irán desde la invasión americana de Iraq en 2003, llevaba ejerciendo agresiva política expansiva hacía el mundo árabe, principalmente inducida por su filial libanesa, Hezbollah a quien fortaleció de forma agresiva y que desde el embargo americano lo deja flotar ferozmente en el mundo árabe. Además la hegemónica política francesa, o europea en general proyectada hacía el Líbano, el esquizofrénico pueblo sin Estado como último bastión colonial directo en la zona.

En tan poco espacio, quién crea en el paisaje bíblico, y quién no, que se imagine el Líbano como una torre babilónica condenada a que nadie entienda al otro, pero no solo hablando, también apuntándose las balas a ciegas. Numerosos e innumerables jinetes en una habitación oscura, todos armados, disparándose a la texana, en busca de un gato negro. Y la pregunta es que ahora nadie sabrá, ¿de quién fue la bala que causó esa explosión cuasi-nuclear que arrasara la capital libanesa, acabando estructuralmente con su puerto, que es su pulmón económico del que depende el 50% de su PIB?

En los últimos seis meses, el Líbano habría sufrido una devaluación de alrededor de 500% de su moneda, precisamente el 12 de junio pasado el gobierno había acordado mayor intervención monetaria para intentar salvar la situación que en las últimas semanas ya parecía inútil, la caída libre se aceleraba, pero ahora con la onda expansiva del estallido del puerto de Beirut, habría roto todo paraguas causando la destrucción total del conjunto del país. permitiéndole formar parte del club Somalí–Sur sudanés. No es una catástrofe el extraño estallido de su puerto, sino, las ondas, réplicas y repercusiones que lo sumergirán otro siglo más en la miseria, en el que sobrevendrá apenas las preguntas: ¿Quién es el responsable? ¿A quién beneficia esto?