Este jueves, 9 de julio, se cumple el 65 aniversario del Manifiesto Russell-Einstein, un evento innovador que dio lugar al establecimiento de las Conferencias Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales en 1957 (galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1995) y el Academia Mundial de las Arte y Ciencia en 1960. Esta semana también se cumplen otros dos aniversarios importantes relacionados con el desarme nuclear: el 8 de julio de1996 es la fecha en que la Corte Internacional de Justicia emitió su sentencia histórica con respecto a la ilegalidad de la amenaza o el empleo de armas nucleares. Y el 10 de julio es el aniversario del bombardeo terrorista del barco de Greenpeace, el Rainbow Warrior, patrocinado por el Estado, en el puerto de Auckland en Nueva Zelanda, para evitar que proteste contra las pruebas nucleares francesas en Moruroa. La disputa resultante entre Francia y Nueva Zelanda finalmente se resolvió mediante un fallo mediado por la ONU.
Estos tres aniversarios sirven de inspiración para considerar los roles de la ciencia, el derecho y la diplomacia al momento de fomentar la paz, la seguridad y el desarme nuclear.
Manifiesto Russell-Einstein:
En mayo de 1946, Albert Einstein envió un llamado por telegrama a varios cientos de estadounidenses destacados pidiendo el establecimiento de una organización «para que la gente sepa que un nuevo tipo de pensamiento es esencial» en la era atómica. Einstein escribió en su telegrama: «El poder desencadenado del átomo lo ha cambiado todo excepto nuestras formas de pensar, y de este modo, avanzamos sin rumbo hacia una catástrofe sin precedentes». Según Einstein, el «viejo pensamiento» incluía la creencia de que las guerras son inevitables; que la mejor defensa es un buen ataque; que cualquier acumulación militar por parte de un enemigo debe ser igualada o superada; y que las guerras pueden —de hecho, deben— ser libradas contra conceptos odiosos y peligrosos como el terrorismo y el comunismo. El nuevo pensamiento era que la gobernanza global, la resolución de conflictos y la seguridad común deben reemplazar los preparativos para la guerra.
Este pensamiento se expuso de manera más exhaustiva en el Manifiesto Russell-Einstein, que comienza con la pregunta: «Este es pues el interrogante que planteamos, espantoso, terrible e ineludible: ¿desaparecerá la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra?» La respuesta fue, por supuesto, que debemos poner fin a la guerra. «Tenemos que aprender a pensar de una nueva forma. Tenemos que aprender a preguntarnos, no sobre las medidas que deben tomarse para asegurar la victoria militar de cualquier grupo que prefiramos, pues ya no existen tales pasos, en su lugar, la cuestión que nos debemos formular es: ¿qué medidas deben adoptarse para evitar una contienda militar cuyo resultado será desastroso para todas las partes?»
El Manifiesto pide un «acuerdo para renunciar a las armas nucleares como parte de una reducción general de armamentos», pero señala que esto no proporcionaría una solución definitiva. «Cualquier acuerdo que se hubiera alcanzado en tiempos de paz para no usar bombas H, ya no se considerarían vinculantes en tiempos de guerra, y ambas partes se pondrían a trabajar para fabricar bombas H tan pronto como estallara la guerra, porque, si un lado fabricaba las bombas y el otro no, el lado que las fabricó inevitablemente saldría victorioso». Como tal, el Manifiesto reafirma varias veces que las naciones deben renunciar a la opción de la guerra y usar «medios pacíficos que resuelvan todos los asuntos de disputa entre ellos».
Un punto interesante es que estos fueron científicos –no políticos– los que se unieron para pedir y poner fin a las armas nucleares y la guerra. Pidieron a todos nosotros, en particular –ya sean líderes mundiales o ciudadanos regulares– a mirar más allá de nuestra identidad nacional para reconocer nuestra humanidad común. «Queremos que ustedes, si pueden, se consideren como miembros de una especie biológica que ha tenido una historia notable, y cuya desaparición ninguno de nosotros puede desear … Hacemos un llamamiento como seres humanos a seres humanos: recuerden su humanidad y olviden el resto. Si pueden hacerlo, el camino está abierto hacia un nuevo Paraíso; si no pueden, yace ante ustedes el riesgo de muerte universal».
Caso de armas nucleares de 1996 de la CIJ
El 8 de julio de 1996, la Corte Internacional de Justicia emitió su decisión sobre una pregunta formulada por la Asamblea General de la ONU sobre el estado legal de las armas nucleares. La CIJ afirmó (por votación dividida) que «la amenaza o el empleo de armas nucleares generalmente sería contraria a las normas del derecho internacional aplicables en los conflictos armados, y en particular, a los principios y normas del derecho humanitario», y que «existe una obligación de proseguir de buena fe y concluir las negociaciones que conducen al desarme nuclear en todos sus aspectos bajo un control internacional estricto y efectivo». La Corte admitió que posiblemente podría haber un uso legal de las armas nucleares si la supervivencia misma de un estado estuviera en juego y se podría usar un arma nuclear en tal circunstancia que no infrinja el DIH (es decir, contra un objetivo militar lejos de los centros civiles con un efecto radioactivo mínimo), pero incluso entonces el Tribunal indicó que no tenía pruebas para demostrar que tal uso es posible. Más bien, el tribunal señaló que «el poder destructivo de las armas nucleares no puede ser contenido ni en el espacio ni en el tiempo». En esencia, la opinión de la CIJ ha hecho que todos los empleos de las armas nucleares sean ilegales, a menos que un estado pueda probar que existe un uso que se atenga al derecho internacional.
La importancia de la decisión de la CIJ es que afirma el derecho internacional consuetudinario que se aplica a todos los Estados, en comparación con los tratados que generalmente solo se aplican a los Estados partes en esos tratados. Esto significa que la obligación de lograr el desarme nuclear afirmada por la CIJ es aplicable no solo a los Estados partes en el Tratado de No Proliferación Nuclear, sino también a aquellos que no son parte, es decir, India, Israel, Corea del Norte y Pakistán. También significa que la prohibición general contra la amenaza o el empleo de armas nucleares se aplica a todos los Estados, incluidos aquellos que no son parte en el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, es decir, todos los Estados nucleares y aliados además de algunos Estados nucleares que no se han unido al TPAN.
Esta decisión fue reforzada aún más por el Comité de Derechos Humanos de la ONU en 2018, cuando afirmaron en la Observación general núm. 36 relativa al Derecho a la vida que: «La amenaza o el empleo de armas de destrucción masiva, en particular armas nucleares, cuyos efectos son indiscriminados y son de una naturaleza que causa la destrucción de la vida humana en una escala catastrófica, es incompatible con el respeto del derecho a la vida y puede constituir un delito según el derecho internacional». Aunque tal decisión del Comité de Derechos Humanos de la ONU no es tan autorizada según el derecho internacional como la decisión de la Corte Internacional de Justicia, agrega peso legal y político debido al hecho de que todos los Estados con armas nucleares, con excepción de China, son partes del Pacto Internacional de Derechos Sociales y Políticos, que incluye el Derecho a la vida y sobre el cual se hizo la Observación general núm. 36.
Bombardeo y resolución del Rainbow Warrior
El bombardeo del Rainbow Warrior, el posterior conflicto internacional entre Francia y Nueva Zelanda, y la resolución del mismo a través de las Naciones Unidas demuestran el valor y la utilidad de la ONU y sus mecanismos en virtud del Artículo 36 para la resolución de conflictos internacionales, incluidos los relacionados con armas nucleares y actos de agresión.
El 10 de julio de 1985, el buque de paz Rainbow Warrior operado por Greenpeace fue destruido por minas de lapas unidas secretamente al casco del barco por debajo del agua por buzos franceses de la Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE – Servicio secreto francés) mientras el buque estaba amarrado en el puerto de Auckland (Nueva Zelanda). El gobierno francés destruyó el barco (y una persona murió en la explosión) con el fin de evitar que navegara a Moruroa (Polinesia) para protestar contra las pruebas nucleares francesas. Nueva Zelanda atrapó a dos de los agentes de la DGSE que fueron juzgados y condenados por homicidio involuntario. En respuesta, Francia inició un boicot económico en Nueva Zelanda. Mientras que, por ese entonces, Estados Unidos respondía al terrorismo de Libia patrocinado por el Estado bombardeando Trípoli, Nueva Zelanda eligió un camino diplomático y utilizó los mecanismos de la ONU, en particular los servicios de mediación de la oficina del Secretario General de la ONU, para resolver la disputa internacional. Después de la resolución, Nueva Zelanda, como signo de buena voluntad, estableció un Fondo de Amistad entre Nueva Zelanda y Francia para ayudar a restablecer las buenas relaciones entre los ciudadanos de los dos países, que se habían visto deterioradas, en especial, por las acciones francesas. El fondo apoya intercambios artísticos y culturales entre Francia y Nueva Zelanda.
Esta no fue la primera vez que Nueva Zelanda utiliza los mecanismos de las Naciones Unidas para la seguridad y la resolución de conflictos. En 1973, Nueva Zelanda, Australia y Fiji iniciaron casos en la Corte Internacional de Justicia contra Francia por su programa de pruebas nucleares atmosféricas que liberaba radionucleidos peligrosos en el Pacífico. El caso fue decisivo para que Francia terminara sus pruebas atmosféricas en 1975, y un caso de la CIJ similar en 1995 ayudó a terminar las pruebas subterráneas de Francia y a que el país cerrara sus sitios de pruebas nucleares en el Pacífico. El éxito en el uso de los mecanismos de la ONU por parte de Nueva Zelanda fue uno de los factores que llevó al mismo a rechazar la seguridad ilusoria de la disuasión nuclear, a la que se había suscrito bajo una relación de disuasión nuclear extendida con los EE. UU., y a adoptar la legislación para una abolición nuclear más integral en el mundo en 1987.
Conclusión
Las ideas en el Manifiesto Russell-Einstein, los ejemplos del caso de armas nucleares de la CIJ y la disputa sobre el Rainbow Warrior, reflejan aspectos clave de la Carta de las Naciones Unidas, incluyendo el Artículo 2 sobre la prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza en relaciones internacionales y el Artículo 36 sobre procesos y mecanismos para la resolución pacífica de conflictos. En el año de 2020, que se celebra el 75° aniversario de la ONU, las organizaciones de la sociedad civil en todo el mundo están pidiendo reafirmación y una mejor implementación de estos artículos –especialmente para que todos los miembros de la ONU se suscriban a la jurisdicción obligatoria de la Corte Internacional de Justicia para resolver disputas internacionales cuando la diplomacia no ha tenido éxito. Hasta la fecha, solo 74 países lo han hecho.
Traducción del inglés por Nicole Mosquera