Las lecciones del movimiento de derechos civiles y los líderes del movimiento apuntan a un importante enfoque de dos puntos para poner fin al racismo, que es una abominación.

Escrito por: Michael Nagler

Recientemente tuve la gratificante experiencia de entrevistar a Bernard Lafayette para una película sobre la no violencia. Él es líder de los derechos civiles e instructor de la No Violencia de Kinga. Me contó una historia que probablemente nunca olvidaré: Después de que él, junto con el difunto John Lewis y muchos otros lograron integrar un mostrador de almuerzo en Nashville (con muchos problemas y con varios riesgos) le preguntó a su amigo y conocido Jim Lawson, el ‘arquitecto del movimiento de derechos civiles’: « ¿Por qué no continuamos e integramos el resto de las instalaciones segregadas de la ciudad? ». Él dijo que la respuesta de Lawson fue una de las más profundas lecciones que pudo haber aprendido en su vida: «No, Bernard; hemos dado el primer paso. Ahora deja que ellos hagan el resto». ¿Por qué? Porque, « ¿Cuál era el objetivo?» Lawson preguntó. El objetivo no era integrar unos cuantos mostradores de almuerzo. El objetivo era «cambiar las mentes y los corazones» de la gente que mantenía la segregación. «Y sólo el amor puede hacer eso. Y ese es el poder de la No Violencia».

El movimiento por Black Lives también dio un paso importante al cambiar el enfoque del uso excesivo de la fuerza por parte de la policía, al racismo. Este movimiento cavó mucho más profundo que el problema inmediato, o el ‘evento desencadenante’ como se le llama al asesinato de George Floyd. Un problema subyacente, sistémico, mucho más grande que hizo posible tal asesinato. Me parece que ahora podemos dar un paso más: desde desmantelar las estructuras de racismo dentro de la policía, o lo que fuera, hasta sanar la raíz misma de esa abominación en el corazón humano.

Cuando trabajamos en las causas subyacentes, a menudo nos encontramos eliminando problemas permanentemente y ocupándonos de los problemas relacionados con ellos. Al abordar la desigualdad material, por ejemplo, los países escandinavos descubrieron que la atención sanitaria inadecuada, la delincuencia y las tendencias totalitarias que arrasaban el resto de Europa en los años 30 también disminuyeron considerablemente (como describe George Lakey en su libro «Viking Economics»). En nuestro caso, como describiré más adelante, el beneficio colateral será inmenso.

El momento actual es, como dice el teórico de la co-liberación de Detroit, Tawana Petty, «una oportunidad para profundizar en la cuestión». Si la brutalidad policial es un síntoma de racismo, el racismo, a su vez, es un síntoma de violencia. ¿Y qué es la violencia? Es la mala voluntad que surge de la incapacidad de percibir al otro como parte de uno mismo o como una especie de fracaso en imaginar, que nos impide ver las interconexiones de la vida. Todos sufrimos de esta falta de imaginación en un grado u otro, pero es exactamente ahí donde podemos hacer la diferencia. El grado de esta alienación puede ser cambiado. Nuestra cultura contemporánea está cambiando todo el tiempo, precisamente en la dirección equivocada. Nuestros espacios culturales están inundados de películas violentas, libros, videojuegos y otras imágenes desmoralizantes. En los deportes, en los negocios o (quizás lo más perjudicial) en la política encontramos un estilo predominante de una agresiva competencia. Esto se ve incluso en la ciencia: ¡Hace unos años, los periódicos se quejaron de que los franceses habían descubierto más elementos nuevos que nosotros!

Estamos alimentando el paradigma de la separación de todas estas maneras, del cual el racismo es quizás, pero de ninguna manera el único, el resultado más desagradable.

El racismo está debilitando nuestro país, y las circunstancias actuales lo han puesto en primer plano. Como progresista espiritual, dedicado a la curación, creo que deberíamos considerar el uso de un enfoque de dos vías: Podemos emprender esfuerzos a largo plazo que aborden el racismo en nuestras mentes, de la manera en que un tren expreso te lleva hasta la última parada, y al mismo tiempo podemos seguir haciendo justo lo que estamos haciendo ahora: desmantelar las estructuras del racismo de la sociedad, sector por sector. La táctica ‘rápida’ cambia los corazones y las mentes directamente, aunque lleva tiempo; la ‘local’ los cambia indirectamente pero comienza inmediatamente a eliminar su expresión exterior en nuestras instituciones y prácticas. Con la segunda estamos «deteniendo los daños peores», como aconseja Joanna Macy, y con la primera estamos trabajando en la tarea a largo plazo y más profunda de «cambiar la cultura».

¿Cómo? Hace poco, el superintendente de una escuela de mi condado dijo que los niños deben aprender sobre el racismo desde una edad temprana. Bueno, ¿y si aprendieran por cuestiones de la vida, desde cualquier edad? ¿Y si todos lo hiciéramos, por qué motivo lo haríamos? Pasé por la escuela hasta el doctorado sin apenas oír ese término, y mucho menos aprender que hay formas de hacerlo realidad. En un mundo que busca la armonía, la raza sería vista como lo que es: un aspecto de la diversidad, y no sería mal entendida como una amenaza diferente. Resonaría con el principio organizador básico de la vida misma: la diversidad. No es que la ‘raza’ sea una realidad biológica dura y permanente. No lo es. Es una construcción social, y una construcción tensa. Pero el punto es que al profundizar nuestra base en la conciencia de la unidad, cualquier diferencia que se perciba, será interpretada como ejemplos de diversidad, no como razones para crear otredad. La raza participaría entonces en la extraña paradoja de que al convertirnos en lo que somos de manera única, encontraríamos nuestro lugar creativo en la conexión del todo. Howard Thurman descubrió que, «Nunca podré ser lo que debo ser hasta que tú seas lo que debes ser», y Martin Luther King añadió, «y nunca podrás ser lo que debes ser hasta que yo sea lo que debo ser». En otras palabras, nos complementamos. Cuando empezamos a darnos cuenta de que, como dijo Thurman, «en lugar de dispersarnos para que los márgenes del yo se desvanezcan y desaparezcan, esto profundiza e intensifica [nuestro] sentido esencial de unicidad, sin devastar un sentido de ser diferente».

La activista de Atlanta y madre Amisha Harding, cuyas «Courageous Conversations For The Collective» [Conversaciones Valientes para el Colectivo] es un buen ejemplo de la No Violencia y de feroz antirracismo, recientemente le hizo una pregunta de esta manera a uno de mis amigos: «Sí, las vidas de la gente afroamericana importan. ¿Pero por qué te importan? Tiene que ser algo personal». Nos importan porque sólo cuando sé que eres completamente humano, entonces yo puedo serlo. La reciente declaración de los Colegios y Universidades Nativas y Tribales incluye Wiċoni wak̇an – o La vida es sagrada (Lakota), y Naahiłii beda’iina’ nihił danilį: Black lives matter (Navajo).

Cambiar una mentalidad cultural es un objetivo a largo plazo, pero cuando empezamos a abordar el racismo desde sus raíces educativas y culturales, nos encontramos con tres ventajas estratégicas. Nos encontramos, en primer lugar, en la clásica posición no violenta de liberar al opresor también junto con los oprimidos, y esperamos que en algún nivel ellos sean conscientes de eso. De ahí el llamado al desarme de lo que Tawana Petty llama ‘co-liberación’, cuya importancia hay que subrayar. En una de sus más profundas reflexiones Thurman escribió, «La carga de ser negro y la carga de ser blanco es tan pesada que es raro en nuestra sociedad experimentar uno mismo como un ser humano».

Uno de los principales pilares del famoso Programa Constructivo de Gandhi fue la ‘unidad del corazón’, el tema que realmente estamos tratando aquí. La unidad del corazón significa basarse en un sentido de conexión empática con los demás, queriendo hacer algún tipo de contribución a su bienestar a pesar de cualquier diferencia en la superficie, ya sea incluso diferencias de riqueza y posición, por no hablar de la raza. No significa que para usted esas diferencias «se desvanezcan y desaparezcan», como dice Thurman, pero ya no interrumpen su sentido de conexión; en todo caso, lo mejoran y enriquecen. No significa «igualar» al otro, como lo llama John A. Powell, Director del Instituto de la Otredad y Pertenencia de la U.C. Berkeley, donde el otro es invitado a entrar siempre y cuando se asimile a sí mismo. Más bien, se les invita a entrar precisamente porque pueden aportar lo que son de manera única.

Segundo, ahora estamos llevando a cabo lo que podríamos llamar una operación ‘sigilosa’, donde la oposición no se da cuenta de que eres una amenaza hasta que es demasiado tarde para detenerte. Gandhi se opuso al primer boicot a los productos británicos que el Congreso Nacional de la India propuso en 1917, no porque se opusiera al boicot, ni mucho menos. Se oponía a inclinar la mano antes de que estuvieran listos para llevar a cabo su amenaza. Unos años más tarde, después de haber empezado a revivir la industria india de tejidos hechos en casa, promoviendo el hilado en todos los hogares, pidió a los indios que encendieran las hogueras y quemaran sus telas británicas. Diez años más tarde lo hizo de nuevo, con la Satyagraha de la sal (campaña de resistencia), sobre la cual el Virrey telegrafió literalmente a Londres que «no perdía el sueño por la campaña de la sal» hasta que fue demasiado tarde para detenerla sin perder el imperio en el proceso.

En tercer lugar, ya no estamos simplemente en contra de algo, a saber, el racismo; también estamos a favor de algo, a saber, nuestra innegable interconexión innata con los demás, y con toda la vida. Ya se están dando pasos en esta dirección, ya que numerosas comunidades están explorando (o ya han instituido) la justicia restaurativa y la policía alternativa, pasando a modelos no violentos de armonía comunitaria junto con la policía o en lugar de simplemente desfinanciarla. Aquí simplemente llevaríamos ese enfoque a un nivel más profundo, dentro de la narrativa cultural implícita. Un objetivo positivo, a cualquier nivel, tiene un efecto mucho más alentador en los participantes; a menudo marca la diferencia entre su renuncia o su permanencia a largo plazo, lo que los activistas centroamericanos denominan firmeza permanente, que tan a menudo es fundamental para el éxito de un movimiento.

Y ahora el beneficio colateral que mencioné antes: Una vez que las personas se liberan de la penetrante propaganda de la separación, se liberan de la alienación y empiezan a probar la armonía, ¿por qué detenerse ahí? Podría continuar para abrazar la unidad con la naturaleza, y poner fin a la despiadada explotación de nuestro planeta y otros seres que es una «amenaza existencial» para el progreso, si no para la continuación de la vida en la Tierra.

Con este enfoque, repitiendo, no dejaríamos de lado de ninguna manera los cambios que estamos implementando ahora en todo, desde la asistencia sanitaria hasta el derecho de voto y la policía comunitaria. Pero podría significar priorizarlos de forma algo diferente. Podría significar, y creo que probablemente debería significar el cambiar nuestras conversaciones de ser chivos expiatorios y conversaciones orientadas a los problemas, hacia conversaciones liberadoras y orientadas a las soluciones, en el espíritu de «Cómo ser un antirracista» de Ibram Kendi.

En la medida en que animemos a la gente a no ser condescendiente con los medios culturales que insisten en llevar a cabo la vieja historia de la competencia y la violencia, y a recurrir en cambio a la nueva ciencia y a la sabiduría eterna sobre la conexión humana, nos será más fácil completar el trabajo del antirracismo. El trabajo que consiste en exponer el racismo por la absurda tragedia que es.

Michael Nagler

Michael Nagler es profesor emérito de Clásicos y Literatura Comparada en la UC, Berkeley, donde fue cofundador del Programa de Estudios sobre la Paz y los Conflictos. También es el fundador del Centro Metta para la No Violencia y autor del premiado Search for a Nonviolent Future. Su último libro es “The Third Harmony: Nonviolence & the New Story of Human Nature.”


Traducción del inglés por Alanissis Flores

El artículo original se puede leer aquí