Los negros son los nuevos judíos. Éstos, pasaron de moda parece. Más bien, se pasaron al bando de los victimarios. Sé que suena feo y lo tiro así para alborotar, lejos de mis sentimientos y mi sangre pero ¿qué tal si le preguntan a los palestinos?

Claro, me dirán que el racismo abarca toda discriminación por raza, color, religión, etcétera, y es reprochable. Sí, lo es. Pero, ¿es erradicable? Hoy parece estar infectando las fuerzas de seguridad a nivel mundial pero, ¿solamente a ellas?

Que el racismo estaba arraigado en el pueblo norteamericano está resabido, pero no dejó de impactarme leer hace un par de días una nota histórica. En abril de 1944, cuando EEUU estaba metido hasta las orejas en la guerra y preparando la invasión de Normandía, con todo el país movilizado detrás de la industria bélica, al haber alistado buena parte de los hombres, faltaron conductores para ómnibus. Ser chófer del transporte público era uno de los tantos puestos de trabajo reservados a los blancos. Más claro, de los que se excluía a los negros. Ante la emergencia, una empresa de Filadelfia nombró a ocho negros para la tarea. De inmediato, sin hacer caso a la Union, 4.500 conductores (blancos, claro) se pusieron en huelga y la industria bélica se paró con el consecuente susto. La respuesta fue inmediata y espontánea. El resto es anécdota, lo que me impactó fue el racismo puro y duro, palpablemente diseminado y cotidiano, bien calificado por Joe Biden, quien con su traje de candidato dice que “el odio se esconde, no desaparece”.

Podría citar una interminable lista de ejemplos que tienen como protagonistas a integrantes de razas, colores de piel, religiones, creencias e ideas políticas, todos víctimas de la discriminación como la entendemos.

De forma inesperada, después de un par de meses,  ayer recibí este poema:

 

A mis primos humanos

 

Apoyándose en nuestros más pequeños pasos en falso

ustedes nos han reducido bien al silencio

nos han aplastado con vuestra absurda condescendencia

yo les ruego
mis incomprensibles hermanos humanos

¡despójense de vuestra propia importancia!

 

Nosotros respiramos el mismo aire que ustedes

y recorremos las mismas montañas

 

La mía se asemeja a nubes rosas con perlas aguzadas

con tonos claros e insolentes

incluso rebeldes cuando reclama varias escaladas

 

La vuestra parece más opaca

difícilmente accesible

a veces pasiva, burlona, incluso agresiva

hipócrita y disfrazada

portadora de propósitos que no puedo entender

y que ustedes achacan a mi inmadurez

una mirada de desdén que más de una vez

casi me vió arrimar a la muerte

 

Pero sobreviví, como tantos de mis hermanos

y si bien la tempestad no amaina jamás

he acariciado islas que me tendieron sus brazos

para que de cuando en cuando pueda respirar tranquilidad

y sentirme humana a pesar de todo

 

Pues bien, ustedes, rocas magníficas y plenas

¡no nos machaquen más como vulgares guijarros!

déjennos retomar nuestro camino de la Cruz y de maravillas

justo al lado del vuestro

 

Nacida con una falla

no soy mejor que ustedes

pero el sufrimiento producido por tantas piedras que arrojaron

mis múltiples huídas ante vuestros miles de escupitajos

han permitido hacer crecer tan lejos de eso que se llama alma,

una esperanza luminiscente que ojalá algún día

avance sobre vuestro mundo ciego, y demasiado sordo

 

Detén la lectura un instante ¿quién lo escribió: un negro, un judío, quién?

 

Conozco a su autora. Hemos charlado diariamente en este tiempo, pero cuando me hizo llegar este poema ayer, me pareció reconocer en él la voz de cualquier discriminado. ¿Estoy tan errado?

Todavía no puede superar la etiqueta que le pusieron: autista. Así se llama a sí misma, aunque más precisamente, es Asperger, y así fue como llamó mi atención en el primer contacto por mail. Firmó: Lulith, aspie girl.

En nuestra vida cotidiana, todavía sigue quedando afuera un tipo de discriminación tan cruel como las conocidas que enumeré arriba, la de los “enfermos” mentales. Para con ellos, la internación, la marginación, la incomprensión, parecen situaciones adecuadas, no actos discriminatorios. Es cierto que hay casos que lo ameritan por su estado y tratamiento, pero ¿cuántos quedan marginados en lo cotidiano porque, simplemente, no sabemos comunicarnos? Acusándolos de que son ellos los inhábiles para comunicarse. Y somos nosotros los que no sabemos preguntar. Si ni los mismos médicos parece que tengan tan claro cómo hacerlo.

Para mí es un tema más que sensible en este momento porque la búsqueda de una traductora del holandés me llevó a trabar contacto con Lulith V. Es una belga “de raza mixta” y se sumó a colaborar con nosotros como traductora. Ella es la “aspie girl”. Por lo fuerte y tierna a la vez, esa expresión me tocó. Mi primo –que la presentó- me había dicho que era una “autista comunicativa”. Tuve curiosidad y empecé a preguntar. Sus respuestas sobre su experiencia me conmovieron porque estaba hablando con alguien que siente como yo. Me recordó que hace mucho dudé, cuando mi terapeuta me clasificó como borderline (según el DSM entonces IV, ya pasaron 20 años y dos DSM más, por lo menos), que como dijo, lo hubiera hecho “para que la obra social pagara mis sesiones”.

El caso es que el mundo llamado autista comenzó a abrirse poco a poco y empecé a ver la normalidad desde otro ángulo que, si bien ya me era conocido, era más bien ideológico, heredado de la antipsiquiatría de Laing y Cooper.

Y hubo una charla, (uno de los famosos cafés con Silo, que yo cuento apenas con los dedos de una mano) en la que le pregunté por la enfermedad mental, dado que había retomado la terapia. Puso un gesto entre repugnado y fastidiado y sólo exclamó, en una de esas respuestas tajantes y sintéticas que solía tener. “¡Eso de hablar de enfermedad para lo mentaaaaaal!” O algo así. La frase tronó en mi biblioteca mental y su respuesta a una pregunta con la que le había machacado (“Negro, cuando atiendo siento que algo se mueve en mi cabeza”, tuve que insistir tres veces para que parcamente me diera un sí) se sumó a confirmar como certeza mi experiencia validándola. Nada más que el reconocimiento por experiencia de que no somos carne y huesos como pretenden.

Las cosas cambian cuando uno se identifica con alguien de “la vereda de enfrente”. El orden conocido se derrumba y sobreviene la vida, rompiendo los diques y uniendo las aguas en un solo cauce, liberando mágicamente represas estancadas que habitaban en mí. Porque hace un par de años comencé a advertir que discriminaba –quizás todavía, no me es tan claro- a cualquiera que no fuera o pensara como yo. Si bien los “enfermos” mentales no caían fulminados bajo mi mirada crítica porque no son “normales”, no contaban para una relación por su imposibilidad manifiesta. Sí la ternura, la comprensión, el cuidado, por supuesto, pero pertenecen a otra dimensión del ser social, y es consustancial con mi humanismo asumido.

Por cierto que sí se trata de otra dimensión de lo real. Es otra sensibilidad, otra imaginería, un lenguaje más depurado, una piel abierta, un corazón prístino. Y de la inteligencia, ni qué hablar, el caso de Lulith, al menos.

La discriminación del otro-distinto, de tantos otros porque sólo son diferentes de mi modo habitual de funcionar, es el seccionamiento imaginario-sensible de una parte de mi experiencia. De lo imaginario podemos darnos cuenta ideológicamente, por cierto, pero lo sensible suele pasar desapercibido en medio del ruido ambiental (incluído el propio).

No tenía claro que ese otro-distinto podía ser otro-como-yo, o más bien, que yo soy otro-como ella. Porque me hizo dejar este lado, el de la “normalidad” al que tanto quise incorporarme. No veía ese otro-distinto es alguien que guarda en su ser un pedazo que me falta. Quizás sea la carencia lo que genera la costra discriminatoria, esa curiosa sensación de aprehensión que en algunos casos que conocí llega a la repulsión por el diferente.

Así que discriminar es discriminarse, es cortar un pedazo de uno sin darse cuenta. Es ver lo rechazado de uno en el otro y quererlo lejos porque uno no quiere eso para sí. Pero aún arrinconado en algún lugar de mi imaginario, sigue en mí, encarnado en las sensaciones corporales que configuran el rechazo.

Te invito a probar ¿Quiénes son tus discriminados? ¿quiénes, tus rechazados? ¿qué es lo que rechazás en esas imágenes? Alguna vez hay que animarse y aceptarse como uno es.

Y más aún, ¿cuál es tu moneda de cambio?, ¿qué precio pagás para participar de la vida “normal”?, ¿qué íntimos deseos y sensaciones sacrificás en aras de la aceptación de los demás?, ¿qué crees que es lo que de ti no será aceptado por los demás?

A mí, me cuesta dejar esta idea de “normalidad” expoliadora que nos han vendido como salvavidas, como si lo necesitáramos para flotar a salvo en la corriente de la vida.

Vivimos como (diría que somos) un copo de creencias sobre cada cual y los demás, que demasiadas veces ahogan un primordio de humanidad y no permiten advertirla en otros. Porque no reconocer lo humano en el otro es negarlo para sí mismo.

No creo que podamos dejar de ser un copo de creencias porque somos materia de sueños. Pero sí estoy seguro de que podemos buscar creencias que nos conviertan en un capullo de humanidad.