El gobierno neozelandés erradicó la epidemia de covid-19 actuando como corresponde a un gobierno democrático cuya máxima preocupación es velar por la vigencia plena de los derechos humanos fundamentales; y particularmente de los derechos a la vida y a la integridad física y síquica del conjunto de la población. Toda otra consideración, de carácter político, económico o social se subordinó a ello. Y lo hizo a la luz de la experiencia trágica que ya se tenía en Europa. Y estando, al igual que nuestro país, en el hemisferio sur terminando el verano.
En consecuencia, aplicó una efectiva cuarentena, tanto a nivel nacional como social. Recordemos de paso -porque en Chile parece que a muchos se les ha olvidado- que por cuarentena se entiende: “Aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales” (RAE). De tal modo, que las “cuarentenas reactivas” que aplicó nuestro gobierno a diversas comunas después de haber constatado la extensión de la epidemia, no corresponden propiamente hablando a la noción preventiva de cuarentena.
Así, Nueva Zelanda aplicó el 19 de marzo una cuarentena como país; y el 26 del mismo mes, una cuarentena para las personas en que la generalidad de ellas debían permanecer confinadas en sus casas, con excepción del personal de salud; policial; y de quienes atienden el funcionamiento de los expendios de alimentos y medicinas, y del personal que mantiene funcionando los servicios más vitales de la población (luz, agua, gas, etc.). Además, por cierto, extendía permisos muy acotados para que las personas, guardando las medidas de protección y de distancia social (física) necesarias, pudiesen aprovisionarse de los alimentos y medicinas requeridos.
Aquí –tampoco debemos olvidarnos- en marzo el Colegio Médico y especialmente la Asociación Chilena de Municipalidades plantearon hacer lo mismo, al menos para el Gran Santiago. Esto fue soberbiamente denegado por el Gobierno y particularmente por el ministro Mañalich que se distinguió por su postura confrontacional con entidades que buscaban sensatamente evitar un camino que previsiblemente –dada la experiencia europea- nos llevaría a tener miles de personas fallecidas. Así, se escogieron las “cuarentenas reactivas” que, en definitiva, podían postergar el punto álgido de la epidemia, pero en ningún caso controlarla.
Resultados para Nueva Zelanda (un país de cinco millones de habitantes): Haber tenido solamente 1.504 personas enfermas (301 por millón de personas) y 22 fallecidos (4 por millón). Y hace semanas no haber tenido casos nuevos ni graves y desde hoy (Lunes 8) ¡no tener ya ningún enfermo de covid-19 en todo el país!
Resultados para Chile: Ha tenido hasta la fecha 138.846 personas infectadas; que significan 7.267 casos por millón, lo que ubica a nuestro país en el tercer lugar del mundo (considerando países con al menos mil kilómetros cuadrados), después de Katar y de Kuwait. Y en número de personas fallecidas, gracias particularmente a la abnegada labor de nuestro personal de salud, 2.264; lo que significa 118 personas por millón, quedando muy por debajo de los países del mundo que encabezan la fatídica lista. Pero lo que es muy ominoso es que nuestro país en casos nuevos se ubica en el segundo lugar mundial -después de Katar- con 4.696 enfermos, lo que equivale a 245 personas por millón. Y en casos graves (hospitalizados en cuidados intensivos) también se ubica en el segundo lugar mundial después de Katar, con 1.558 personas; esto es, 81 personas por millón.
El contraste es total y lo más lamentable para nuestro país es que era absolutamente previsible y evitable. Además, la situación de Chile no sólo nos coloca muy mal respecto a Nueva Zelanda, sino también en relación a todos los países del hemisferio sur que terminaban el verano; con la sola excepción de personas fallecidas en que somos “superados” por Brasil, que tiene 176 personas por millón (37.312); y por Perú, que tiene 169 por millón (5.571). Un verdadero desastre por donde se le mire.