Julián Solano Bentes*

Una gran diferencia en el desarrollo sociopolítico entre el continente europeo y las islas británicas -ambos deudores de la Ilustración-, estriba en una palabra. En el continente el fruto de la Ilustración fue la preeminencia de la Razón, mientras en las islas británicas se le agregó a ésta, el concepto moral es decir, la preeminencia del razonamiento moral.

Los filósofos y economistas de la llamada Ilustración escocesa del siglo XVIII, entre ellos Thomas Reid, David Hume, William Robertson, Adam Smith, Adam Ferguson, John Millar, y otros, se preocuparon por fundamentar su creencia de la natural sociabilidad humana, y en tratar de explicar la naturaleza del progreso individual y colectivo. Esto mediante el estudio empírico de las instituciones creadas por los seres humanos. Instituciones que, por cierto, una vez puestas en funcionamiento, moldean decisivamente a sus diseñadores originales.

El pensador holandés Bernard Mandeville había escrito con crudeza el origen y el carácter de la prosperidad económica como el natural producto del egoísmo, la avaricia y el orgullo del ser humano. En su opinión, derivada de lo que observaba, para Mandeville funcionaba una paradoja: esos vicios privados producían, sin querer, virtudes públicas, materializadas en riqueza y mejoría material para las gentes. Las florecientes sociedades europeas, no eran para él más que “agregados de individuos” auto interesados, ligados unos a otros por lazos de envidia, competencia y explotación.

Esa visión amoral escandalizó al pensamiento de los filósofos y economistas ilustrados escoceses. Responder racionalmente al argumento de Mandeville no era fácil. Por ello se emplearon a fondo a investigar si la sociabilidad, la virtud y el progreso eran inherentes a la naturaleza humana. Para ello dejaron la especulación racional a un lado y se dedicaron a la observación empírica del comportamiento práctico de los humanos, su psicología individual, y su comportamiento colectivo real. Ese método empírico los separó a ellos y a muchos pensadores británicos, de la vía racionalista deductiva, hasta especulativa, de los filósofos y pensadores continentales, especialmente franceses y alemanes. Podría decirse que los escoceses “inventaron” la antropología tratando de responder a la interrogante ¿que es el hombre?, y algo del método sociológico, tratando de comprender las relaciones y dinámicas colectivas dentro de un contexto histórico y económico determinado.

Introducir la moral como el eje básico de la convivencia humana, una moral no esencialista o religiosa, sino humana, fue porque a los filósofos escoceses les preocupó observar que las sociedades mercantiles, que ya generaban gran riqueza y prosperidad material en su pequeño país – cuya economía fue estudiada por ellos con gran beneplácito para poder entender el origen y la dinámica de dicha prosperidad creciente-, no siempre iban acompañadas de un mejor desarrollo moral y virtuoso de sus actores. Precisamente eso llevó a Adam Smith a escribir su “Teoría de los sentimientos morales”, En esa obra describe esa característica innata de los gregarios y racionales seres humanos que es la “simpatía” (hoy empatía) de unos hacia los otros. Esta hoy llamada empatía, es una inclinación natural de los humanos a sentir, y por eso tratar de comprender los sentimientos, emociones y situaciones de los otros, sean estos agradables o desagradables, porque son los mismos que cada uno siente. En pocas palabras, la empatía es ponerse en los zapatos del otro siempre.

La conclusión que sacaron era que el ser humano no era un ángel como el “buen salvaje” de Rousseau, ni un demonio violento y avaricioso como lo concebían Mandeville o Hobbes, sino un ser de naturaleza imperfecta, aunque no corrompida, cuyo “amor propio” y cuyo afán de auto mejoramiento no puede equipararse a un crudo egoísmo. Como para ellos no hay una lógica o un “espíritu” que conduce a la historia (Hegel), o un progresivo e inevitable desarrollo histórico que inexorablemente lleva a estadios superiores a la sociedad humana (Marx), es este “amor propio” de cada quien el que conduce al establecimiento de relaciones humanas e instituciones que moldean, mediante ensayo y error, a la familia, las leyes, las relaciones económicas, la innovación, las relaciones de amistad, la competencia y la cooperación humanas. Hay progreso general, ciertamente, pero este tiene avances y retrocesos justamente por la acción de los hombres y de sus cambiantes instituciones. Ese amor propio, a diferencia del egoísmo, es capaz de producir solidaridad, respeto y ayuda mutua, acciones que le permiten al individuo construir sociedades basadas en la confianza en los otros para poder así llevar a cabo su proyecto de vida.

Hume menciona el amor propio como el “origen real” de las leyes de la justicia. El choque entre distintos intereses produce una armonía necesaria, pero no buscada, entre las personas. Los ilustrados escoceses son los adalides de los derechos individuales y, en parte, teóricos de la creación del sentido de comunidad. Pensaríamos que hoy serían justificadores del papel de los actores de la sociedad civil como actores colectivos fundamentales, y de una importancia quizás por encima de la del Estado.

La influencia de Hume es también metodológica. Nos aclara que no hay fines o metas seguras a alcanzar por la acción humana. Los finales son siempre bastante abiertos. No tiene una conciencia ingenua del progreso. Por los ilustrados escoceses podemos aprender que la “ingeniería social” pretendida por la Ilustración amoral, lleva al fracaso y al sufrimiento. Para los pensadores británicos en general y los escoceses en particular, las instituciones sociales y las estatales, se van creando desde abajo, mediante la asociación libre y espontánea de individuos que colaboran. Son instituciones que evolutivamente se van adaptando (mediante ensayo y error), al entorno en que se desarrollan, y por ello, su legitimidad descansa en lo provechosas que son para dichos individuos asociados voluntariamente.

Las instituciones moralmente construidas son muy diferentes a las locuras autoritarias y totalitarias de los racionalistas que imponen la creación institucional desde arriba, “mesiánicos conductores” que representan a las fuerzas de la historia y la razón. Los extremos de esas ingenierías sociales las conocimos en el comunismo, el nazismo, el maoísmo, y hoy día, en versiones extremas de feminismos, ecologismos, neoliberalismo, etc.

¿Porque no fueron estos escoceses “fans” del Estado autoritario ni mercantilista, como si lo fueron muchos de los herederos de algunos ilustrados continentales, como Rousseu, entre ellos los jacobinos y después los bolcheviques, por ejemplo?. Porque la moral tiene que ver con el reconocimiento del individuo particular, el ser humano de carne y hueso que no es el simple objeto insignificante de las fuerzas de la historia que imaginaron muchos adoradores de la razón. El razonamiento moral es el dique que ha defendido y defiende a ese valioso universo que es cada individuo y su vida particular. Precisamente, de este razonamiento moral van a nacer diferentes formas de convivencia y parámetros de justicia.

El derecho consuetudinario anglosajón es el fiel reflejo de ese razonamiento moral mientras que el derecho pétreo, fijado por la letra redactada e impuesta por el Estado, del derecho napoleónico, es el reflejo de la razón pura. Para los anglosajones el individuo moldea el derecho, para los demás, es el estado el que moldea el derecho y por lo tanto moldea al individuo. Son dos mundos, dos realidades absolutamente distintas. No es casual, en general, que las sociedades influídas por la visión anglosajona son más prósperas, más pacíficas y más libres. Mientras en los Estados Unidos desde su temprana independencia (1776) ha tenido solo tres gobernantes de origen militar pero electos mediante elecciones libres, América Latina desde la suya (muy posterior) ha tenido centenas de dictadores y golpistas militares. Los estadounidenses han tenido una Constitución con algunas enmiendas, mientras en América Latina cada país ha tenido decenas, hechas cada una a imagen de los intereses del respectivo grupo de poder, de turno. Ello no es casualidad. No lo explica ni la geografía, ni la cultura, ni aspectos étnicos, ni de desarrollo intelectual, etc, sino, la cultura moral e institucional sembrada desde sus respectivas épocas coloniales. Lo explica la racionalidad moral en la base de construcción de sus instituciones sociales. Adam Smith, siendo ciudadano británico, públicamente reclamó porqué el Parlamento no tenía representación de sus colonias norteamericanas, siendo que estas entregaban obligatoriamente, gran parte de sus propias riquezas y trabajo a la Corona Británica. Eso era inmoral para él. Esa institución de representación ya no era legítima para los colonos y por ello, sus leyes tampoco. Obama y la lucha por los derechos civiles se explican por la influencia creciente de esa racionalidad moral, Trump, por una desgraciada pérdida de la misma.

Conclusión:
La realidad y la vida se rigen por la “ley de las consecuencias no intencionadas de la acción”, Hume dixit. Ello significa que es más lo que NO se ve que lo que se ve cuando, como individuos o como colectivo, tomamos decisiones y ejercemos acciones. Realmente no estamos cien por ciento seguros de lo que va a pasar. Por lo tanto, cualquier plan se queda corto para medir todas las consecuencias. Son los planes incompletos, con información parcial de los individuos, y grupos de individuos que, interactuando, van construyendo realidades siempre precarias y contingentes (y muchas veces inesperadas).

La historia no es regida por leyes ocultas, ni el futuro es previsible. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones dice un viejo adagio. Por ello, es la moral la que debe conducir a la razón. Con el ingrediente moral incluido en las decisiones racionales es que evitamos, dentro de lo posible, consecuencias injustas y funestas para nuestros semejantes. Sin moral, esta razón, idolatrada por muchos, lleva a desvaríos del pensamiento, a ilusiones absurdas y, en lo político, a la opresión de los individuos en nombre de utopías, “razones de estado”, y totalitarismos ideológicos. De ahí la urgencia de más razonamiento moral, de más empatía, y de más confianza en los individuos espontáneamente organizados y asociados. Moralmente armados, ellos buscan, a veces sin ser totalmente conscientes, el bien común. Que lo digan los ilustrados escoceses.

 

*Politólogo