Ya expuse mi condición de partida para esta reflexión en nota anterior. Prometí ponerme serio así que lo intento.

Estoy lanzado al futuro. Sin embargo, la vivencia inmediata es la de estar arrojado en este espacio. El cuerpo es un instrumento homologado con la materialidad del mundo y ocupa, despliega su movimiento en el espacio. El mundo que creamos es espacial. Lo llenamos de cosas en función del cuerpo y actuamos para cumplir sus necesidades. Es bueno hacer un inventario, te invito, sobre las cosas que hacemos por y para el cuerpo. Lápiz en mano, es bueno relevar el tiempo que dedicamos en nuestras distintas franjas de actividad y para qué o porqué las hacemos. Directa o indirectamente, mediata o inmediatamente, se asomará el cuerpo.

El cuerpo y las cosas trazan mis circuitos vitales, con esa mezcla de deseo y necesidad que me impulsa. A veces un chispazo que surge de un anhelo por algo superior me lanza hacia arriba y vislumbro las estrellas, pero la gravedad tira y sigo en la misma atmósfera. Bien que con un algo que no puedo definir que empieza a ligarme con una tendencia curiosamente interiorista y exorbitada a la vez.

Las cosas no son sólo cosas, quizás principalmente son personas, pero desde este punto de vista da igual porque son funcionales a mis propósitos mundanos, al cumplimiento de esa mezcla de deseo y necesidad que soy sin saber muy bien cuál es cuál.

Las cosas transcurren en presente, son para el presente. Diría que demandan presencia, o que yo la demando, porque ausentes no me sirven. Sin embargo, tienen un pasado que en mí es, cuando menos, el de haberlas querido. Y también tienen futuro. No el futuro que son cuando las busco todavía, sino el futuro que van a hacerme desplegar cuando ya las estoy viviendo. Y en ese futuro también tendrán un pasado que es este presente en que estoy. Y si fueron ya, desde este presente tienen un futuro que ya es en ese pasado que fue, y las espera. Porque soy yo el que las imagina, las evoca o las percibe. Yo, siempre presente, sin embargo puedo traspolarme a esos tiempos.

Las cosas no son sólo la ocasión para el despliegue de mi conducta, en este presente. También son proyecto, las lanzo al futuro anticipando mi ser con ellas en este momento todavía incierto. De modo que sí, las cosas son objetos temporales. Son madejas de tiempo que en sí, contienen los tiempos posibles de mi existencia.

Los objetos no son insípidas ideas al estilo de los esquemas de la teoría del conocimiento. Muy por el contrario, encarnan, se hacen carne en mí. O más precisamente, así como despiertan en mí sentimientos, provocan o responden a sistemas de tensiones que estructuran mi cuerpo. De modo que tanto aspaviento que hago por las cosas, en realidad es al divino botón, porque ellas ya están en mí, prefiguradas en mis emociones y tensiones corporales. Y su misma imagen, la que preexiste en mí, las anticipa.

De modo que sí, como se dice por ahí, la vida es tiempo y tiempo somos.

Seguro que sobre esto hay más tela para cortar.